Es 1989 y la compañía Gran Circo Teatro está de gira en Europa con La Negra Ester. La obra, dirigida por Andrés Pérez, se presenta en Francia a tablero vuelto. Con la compañía también viaja Roberto Parra, autor de la exitosa obra estrenada en diciembre de 1988 en Puente Alto. Luego de París, el avión aterriza en Londres. Parra lleva meses sin beber. Su alcoholismo quebró su vida familiar. Un día se pierde. Aparece frente al teatro, sentado en la cuneta, empinando una botella de vino.
La Negra Ester "significa la posibilidad de haber salido de la miseria en aquellos tiempos difíciles", escribe Leonora, hija mayor de Roberto Parra (1921-1995) en La vida que yo he pasado. El título, publicado en 2012, incluye el relato más íntimo sobre el creador de la cueca chora. "Es un libro familiar", comenta Catalina Rojas, viuda de Parra, quien también escribe en el volumen publicado por el sello Pehuén. La edición incluye un CD inédito. El contenido: improvisados tangos, cuecas y una conversación de Roberto Parra con Clara Sandoval, la madre de los nueve hermanos. "Habla de todo, es como una biografía de ella", dice la viuda sobre el diálogo grabado en una casete en los 70.
A La Vega los boletos
"Conocí a Roberto en los balnearios populares organizados por el gobierno de Salvador Allende", cuenta Catalina Rojas en La vida que yo he pasado. Un año después, en 1971, se casarán. Del matrimonio nacen Leonora y Catalina. Juntos pasan pellejerías. La familia vive en Pudahuel, allegada en la casa de Clara Sandoval. El matrimonio sale a cantar para reunir dinero. "Por las mañanas, tú y mi mamá se van a tocar folclore latinoamericano a La Vega", anota Leonora en el libro, en un conmovedor texto donde le habla a su padre. Su hermana Catalina, pintora que vive en Alemania, participa en el volumen con una serie de retratos sobre el autor del jazz guachaca.
"He perdido cerca de 90 guitarras en mi vida", dice Roberto Parra, quien se hace conocido en Pudahuel y es invitado a cantar en velatorios y eventos. Son los 80 y la bohemia se alarga al día. "El tío Nicanor puede llegar a cualquier hora a buscarte y te lleva por una o dos semanas", anota Leonora. Roberto llama a Nicanor, el primogénito del clan, "hermano-padre". Ambas familias veranean en la casa del antipoeta en Isla Negra, donde Roberto a veces hace trabajos de carpintería.
Pero a mediados de los 80 el alcoholismo quiebra a la familia Parra Rojas. Sin embargo, nunca dejan de visitar al padre, quien es internado en varias ocasiones.
Leonora recuerda en la biografía que después de la muerte de "la abuelita Clara", en octubre de 1980, "por las noches vas a golpear a su puerta borracho, sabiendo que ya no está... Es el golpe más duro de tu vida".
La señora Clara es el puntal de la familia y en la conversación que acompaña al libro también le tira las orejas a Roberto. Además, madre e hijo recuerdan el pasado en el sur. "En 1913 nos casamos con Nicanor. Cantaba muy relindo", le dice ella sobre el padre, y le cuenta que los Sandoval eran de Perquilauquén (cerca de Chillán). Los Parra venían de Los Ángeles.
"Ellos eran Matus de la Parra", cuenta la señora Clara. Pero en Chillán fue donde la familia creció. "De ahí nos fuimos a San Fabián de Alico. Allá nació Nicanor", le dice sobre el antipoeta, nacido en 1914. El libro reproduce un artefacto de "Don Nica": "¡Hay que hacerlo!/ Por las niñitas y por el país/ grabar toda la música de Roberto Parra".
Hasta que llega la Navidad de 1994. La familia Parra Rojas se reúne en su casa de La Florida. Llevan años separados y el cáncer consume al cantautor. Hay que pagar la segunda operación. Se reestrena La Negra Ester para ayudarlo. El 21 de abril de 1995, a las 22.20, muere Roberto Parra. Esa noche se cortó la luz en el barrio. En La Florida y Pudahuel.