La aproximación de Lollapalooza Chile al hip hop desde sus inicios ha sido mínima. En siete ediciones, sólo dos de sus cabezas de cartel han representado al género, y entre esos sólo Kanye West, en un ya lejano 2011, llegaba con credenciales de vigencia en la industria moderna. En general, el megafestival ha apostado por veteranos legendarios, pero que ya dejaron sus mejores días atrás, como Eminem, números derechamente del recuerdo, como Cypress Hill o artistas modernos, pero muy, muy menores, como G-Eazy. Un espacio reducido dentro de sus carteles que resulta un antónimo de su versión estadounidense, con el evento de Chicago siempre reservando buena parte de su line-up a los beats y las rimas.
Pero claro, en Norteamérica el hip hop no está en un nivel muy distinto al pop: el género ha dominado los rankings de ventas durante toda la década, y sus exponentes modernos son verdaderas superestrellas que atraen al público juvenil siempre tan apetecido por los festivales de música. Un efecto que a nivel local no está comprobado –en parte por la falta de riesgos-, pero que pareciera que Lollapalooza Chile está al fin dispuesto a poner a prueba en 2018.
En su octava edición, el evento no sólo ostenta la mayor cantidad de raperos que haya tenido en un mismo cartel desde su aterrizaje en Santiago, con cinco, sino que también todos pueden hacer gala de estar en el peak de su carrera y relevancia.
Entre ese grupo, Chance the Rapper (en la imagen) es la estrella indiscutida, y justamente el primero en aparecer entre los nombres de la parte superior del cartel. Todo con 24 años y sin haber publicado ningún disco oficial bajo su nombre. En vez de eso, el oriundo de Chicago y protegido de Kanye West ha publicado mixtapes –aunque ninguna de estas tiene ni un ápice de calidad menos que un álbum propiamente tal- que ha distribuido de forma digital y gratuita, negándose a fichar por ningún sello discográfico. Sus letras fusionan consciencia social con temáticas religiosas –el rapero es profundamente cristiano, reivindicando la cursilería en un género marcado por la dureza- con música fuertemente influenciada por el góspel. Desde Kendrick Lamar hasta Barack Obama se han declarado sus fanáticos.
Más atrás están Anderson Paak y Tyler, the Creator, de matices distintos pero unidos en su permanente búsqueda de mezclar el hip hop con otros sonidos. El primero es uno de los más recientes protegidos de Dr. Dre, habiendo trabajado extensamente con el disco Compton (2015), para el año siguiente publicar un trabajo propio, Malibu, su consagración en la escena gracias a su particular estilo vocal, donde borra las líneas entre el rap y el R&B –Paak es además un excelente baterista-. Por su lado, Tyler Okonma, nombre real del segundo, se ha transformado en uno de los nombres más influyentes del hip hop alternativo en Estados Unidos, a pesar de sus sólo 26 años. El rapero y productor formó en 2007 el colectivo Odd Future, de donde en la década posterior han salido nombres como Earl Sweatshirt y, sobre todo, Frank Ocean. En su carrera como solista, Okonma ha sido un nombre tan admirado por su elaborada producción sonora, como criticado por sus letras que bordean en lo misógino y homofóbico, dardos que ha negado. Este año publicó uno de los discos más elogiados del género, Flower Boy, el que la crítica ha tratado como su trabajo más maduro, dejando atrás su imagen de joven rebelde.
Si es por calidad, los otros dos nombres que completan la camada rapera de Lollapalooza 2018 están un par de escalones atrás: Wiz Khalifa y Mac Miller. Pero ambos nombres cumplen una importante labor: son quizás los más populares de los cinco entre el público juvenil, asociándose constantemente con números pop (Miller es incluso novio de Ariana Grande). Y no hay Lollapalooza sin fervor adolescente, pero que ahora estará además acompañado por algunos de los artistas más interesantes del mundo del rap.