Cualquier mirada apurada sobre el libro Después de vivir un siglo, la biografía de Violeta Parra del periodista Víctor Herrero que ya llegó a tiendas, podría concluir que el período más sublevado de la cantante coincide con el despegue de los 60, la década rebelde por excelencia. De hecho, su cuarto capítulo se titula Violeta la revolucionaria (1959-1965).
Pero Herrero, ahora al teléfono, precisa que la conducta más empoderada de la artista empezó con anterioridad. Como si los 60 hubieran partido en ella mucho antes que para el resto. En 1958 llegó hasta el exclusivo Club de la Unión, que reunía a la elite masculina de la época, para ofrecer una presentación que terminó entre insultos: cuando los garzones la invitaron a pasar a la cocina para que comiera, se sintió maltratada, como si la hubieran intentado esconder lejos del distinguido cóctel del salón central.
"Mamá armó tal escándalo que el banquete se fue al diablo. Los señores y las damas llenas de joyas oyeron sus gritos. Le sacó la madre a cada uno", recordaba su hijo Ángel en 1971 en la revista Casa de las Américas, en un gesto que se adelantó cinco años al "la gente de los asientos más baratos puede aplaudir, el resto puede hacer sonar sus joyas" de John Lennon frente a la realeza.
En ese mismo año escribió el tema "Hace falta un guerrillero", dedicado a Manuel Rodríguez, pero que sobre todo evocaba a la figura del guerrillero como un héroe romántico.
"De niño le enseñaría/ lo que se tiene que hacer/ cuando nos venden la patria/ como si fuera alfiler/ Quiero un hijo guerrillero/ que la sepa defender", dice su letra, pleno ejercicio de canción histórica y combativa, cuatro años antes del debut de Bob Dylan y casi una década antes de la irrupción del movimiento emblema de los revolucionarios barbudos, la Nueva Trova Cubana.
Cuando ya los tiempos adoptaban una dirección más favorable, en 1964 y mientras residía en Europa, le entregó a su hijo Ángel varias canciones con carga política para que se las diera al Partido Comunista chileno -"Me gustan los estudiantes", "Arriba quemando el sol"-, con el propósito de musicalizar la campaña presidencial de Salvador Allende.
Pero las altas cúpulas ni siquiera lo consideraron y optaron por el tema de "El puente sobre el río Kwai", célebre por ese contagioso silbido. "Ella fue una pionera en temáticas políticas, estaba adelantada unos cinco años. Hay que entender que salir con esta clase de canciones en el 64 era inédito, por eso es natural que algunos no hayan reaccionado con 'Arriba quemando el sol'", cuenta Herrero.
Tales secuencias no sólo ilustran la lucidez creativa de la autora, sino que también su relación de vínculo y desencuentro con los 60. Una fractura que se repitió en su visión acerca del rock. "En esta terrible invasión de música extranjera, especialmente norteamericana (sin ofender a Paul Anka), hay que valerse de todos los elementos musicales para entrar de una vez en el público, el cual no está entregado por su propio gusto a esta música extranjera, sino porque la radio se la ha macheteado", lanzó en 1961.
Por el período en que vivió en Europa, de 1961 a 1964, prácticamente no supo del suceso de la Nueva Ola. "Era una artista absolutamente concentrada en su labor, sin influencias externas", sentencia el musicólogo Juan Pablo González. Eso sí, la mención a Anka sugiere que sí tenía nociones de la coyuntura: el canadiense era en 1960 uno de los astros más populares en el país y esa misma temporada protagonizó una frenética gira nacional.
"Pero era porque se trataba de música que sonaba en la radio y de la que nadie podía escaparse", apunta Herrero. Algo similar le sucedió con The Beatles, aunque con un matiz.
Los conoció como cualquier auditor de los 60, pero quedó fascinada con los arreglos de guitarra de "Yesterday", que escuchaba de modo incesante en su carpa de La Reina, según comentó hace algunos años una de sus hijas, Carmen Luisa. De hecho, ella misma, por esos días una quinceañera beatlemaniaca, le dio a conocer el hit.
En ese sentido, varios consultados resaltan que Violeta y el rock fueron mundos que nunca dialogaron. El musicólogo Rodrigo Torres incluso lamenta ese cliché que la propone como "la primera rockera de Chile" o "la primera punk latina": según su opinión, es como si sólo el rock o el punk, nacidos en EE.UU. e Inglaterra, tuvieran la potestad absoluta sobre la insurrección, dejando a la canción latinoamericana bajo un mero rol imitativo.
Curiosamente, el rock ha sido el estilo que más ha rescatado a la chilena en las últimas décadas. Mauricio Durán, de Los Bunkers y Lanza Internacional, teoriza: "Adscribo a la definición del rock de Neil Young y que dice que es música popular con alma. Ahí es donde conecta con Violeta".
Pese a la distancia, la artista grabó sobre el final de su vida en los capitalinos estudios Splenid, también ocupados por rockeros y con mayor tecnología, lo que en cierto punto permitió que su voz en Las últimas composiciones (1966) sonara con más eco y cuerpo. El escritor Fabio Salas postula por su parte que en "Mazúrquica Modérnica" el charango adquiere el sonido de una reverberación de guitarra eléctrica.
Como fuere, las únicas manifestaciones extranjeras que la cantante aceptó fueron aquellas que se vinculaban a su obra. Por ejemplo, incluyó a su música el charango y el cuatro, los que conoció en París. También adhirió a la Revolución Cubana, atendiendo a su cuna izquierdista. Esa defensa por mantener a la música chilena impermeable a lo foráneo hizo que la Peña de los Parra fuera casi el único lugar de Santiago donde lo que se escuchaba se apegaba a la ortodoxia.
Aunque casi todos los artistas que integrarían la Nueva Canción Chilena pasaron por ahí -y Violeta siempre se encargó de elogiar a Víctor Jara-, todos después desplegarían un filo más político, moviéndose como cofradía. Por lo demás, eran más jóvenes que ella y estaban abiertos a otras tribunas. Como ejemplo, en la misma etapa en que el Festival de Viña estuvo más que nunca al servicio del folclor, Violeta jamás fue invitada, a diferencia de sus contemporáneos. Son las desavenencias entre una mujer y su tiempo.