"La canción es un pájaro sin plan de vuelo, que odia las matemáticas y ama los remolinos". Estas palabras de Violeta Parra resuenan en mi cabeza a medida que se acerca el centenario de su nacimiento y en todo Chile su obra suena fuerte. Abundan los homenajes en todo tipo de escenarios y circunstancias: cantoras, bandas, orquestas sinfónicas, coros escolares, y hasta el Festival de Viña rinden tributo a quien es la artista más universal que ha visto nacer esta tierra.

Sin embargo, aquellos que queremos darle nueva vida a sus creaciones, nos encontramos con una piedra de tope. Quienes tienen a su cargo velar por el legado de la artista, no autorizan la publicación de versiones que cambien o alteren el contenido original de sus obras. Esto ha impedido la publicación de numerosos trabajos que ofrecen nuevas lecturas de estas.

Violeta Parra fue a la vez creadora y recopiladora de las tradiciones del Chile más profundo y ancestral. Resulta difícil, sino imposible, separar en ella lo original de lo originario. Muchas de sus canciones se encuentran en esa zona intermedia en la que habita naturalmente el canto popular: allí donde tradición y creación se mezclan en una sola expresión que es a la vez reflejo del individuo-artista y de su pueblo.

Su poesía llena viejas botellas con vino nuevo y nos ayuda a saciar la sed que como país padecemos en nuestra búsqueda de identidad. En su canto, se entrelazan la tradición heredada de la España arábigo-andaluza, la cultura originaria de los distintos territorios del país, y una visión personal, profundamente sensible a las injusticias que azotaron y siguen azotando a nuestra sociedad. Emblemáticos resultan los casos de canciones como el "Casamiento de Negros", que tiene sus orígenes en un texto de Quevedo y que llegó al Chile colonial en el romancero español para luego convertirse en tonada, y por otro lado el vals "Que pena siente el alma" que Parra aprendió de Doña Flora Leyton, cantora de Alto Jahuel, y que habita en el inconsciente colectivo como una "canción de Violeta".

Prohibir la alteración de estas obras, es un acto que -a mi parecer- atenta contra la esencia misma de su labor creativa.

Nos encontramos frente a la imposición de un canon, que embalsama su creación y en cierto sentido la asfixia. La tradición debiese renacer con cada generación, y la misma Violeta nos enseña mejor que nadie, que ese parto requiere en igual medida de respeto y rebeldía.

Aplaudo los grandes esfuerzos que la Fundación que lleva su nombre realiza en pos de la difusión y resguardo de su obra, pero me urge escribir estas palabras para plantear, con respeto y humildad, que es contraproducente pretender impedir que su creación siga cambiando, transformándose y encontrando nuevas formas de vibrar en resonancia con los tiempos que vivimos.

Seguiremos invocando a Violeta Parra en nuestros cantos, más allá de burocracias y papeleos, y en ese soplido de guitarras y rasgueo de trompetas, esperamos que su legado -el canto de todos- sea un ave libre y no un pájaro enjaulado.