Nació hace 100 años y hace 50 decidió quitarse la vida. Intentaron suavizarla, "mistralizarla", convertirla en una señora de campo que recomendaba violeta azul para la tristeza y que le agradecía a la vida por haberle dado tanto, las piezas favoritas de esa simplificación absurda, oportunista e instrumental que se hizo de su extenso repertorio. Su rostro sobrevive en blanco y negro, lejano y en esas dudosas composiciones gráficas que acompañan sus antologías donde se le ve borrosa y mezclada con sus arpilleras o lo mucho que hizo en vida. Pero ahí está la Violeta del Carmen Parra Sandoval, resistiendo el paso del tiempo y de las omisiones.
Hace algunos días, un grupo de colegio teatralizó Arauco tiene una Pena, una de sus piezas más políticas, y lo hizo con un enfrentamiento simulado entre mapuches contra españoles, primero, y contra Carabineros, después. Esto pasó en Santiago y uno de los apoderados, quizás no tan progresista como sugiere la línea del establecimiento educacional, puso el grito en el cielo. La historia llegó a las páginas de un diario y eso fue suficiente como para recordar que incluso este año, el de su centenario, la temporada en que se ha insistido majaderamente en llevarla de vuelta a todo el mundo, la mujer ha vuelto a incomodar por las razones de siempre, es decir, por las razones correctas.
Porque una cosa es querer "sacarla del museo" y llevarla donde siempre estuvo: en el corazón del pueblo o, como pasó en ese colegio de Santiago, en el de los niños que quizás la entienden mejor que nadie porque deben conectar con esa cosas esencial, terrenal y volcánica que tiene la Violeta Parra. Pero otra cosa muy distinta es pretender convertirla en una versión inmaculada de ella misma.
No hay que ser muy conocedor de su obra ni de su vida como para darse cuenta de qué tipo de personalidad tenía la mujer de San Fabián de Alico. Contradictoria, rabiosa, puntuda. Hasta los amigos que la han sobrevivido la recuerdan así, severa y con opiniones claras.
¿De qué otra forma debería ser recordada entonces? ¿Como una cantora en sepia que sólo quería "volver a los 17"? ¿Obviando su repertorio más conflictivo, convirtiéndola en lo que nunca fue? No deja de ser curioso constatar que incluso en la temporada en que su música sonará hasta en los balcones de La Moneda, la Violeta Parra siga siendo esa mujer insolente y pará en la hilacha a la que incomoda tanto recordar -y homenajear- por lo que realmente fue.