Los discos imperdibles
Cantos de Chile, (1980)
La columna vertebral de este disco cuádruple de 25 canciones es el primer LP que Violeta publicó en 1956 bajo el título Guitare et Chant: Chants et Danses du Chili, edición del sello francés Le Chant du Monde, especie de tarjeta de presentación de la artista mediante 13 piezas para entender a grandes rasgos el folclor chileno pensando en audiencias europeas. Por lo mismo, se escucha brevemente la presentación de cada título antes de iniciar el canto. Incluye cuecas, tonadas, parabienes y música de la Isla de Pascua, más clásicos como "Qué pena siente el alma", "La Jardinera" y "Violeta ausente".
Las grabaciones son rústicas, en directo, con algunos baches en la calidad sonora. A la vez, no requieren nada más. Como sucede con los bluseros originales, la precariedad del registro se compensa en intensidad interpretativa y un talento que desborda cualquier limitante.
Punto aparte para "El gavilán". Una pieza sencillamente extraordinaria de características progresivas con varios pasajes, cambios de ritmo y escalas. Escrita para un ballet inconcluso, se extiende por más de 10 minutos, con una letra durísima hacia una figura masculina como símbolo del ardid en el amor.
Hace falta un guerrillero, (1961)
Conocido también como Toda Violeta Parra y El Folklore de Chile, vol. VIII es el primer trabajo donde la cantautora presenta solo canciones de su autoría con algunas concesiones extraordinarias. Comparte créditos con Pablo Neruda en "El pueblo", y Nicanor Parra en los cortes "El hijo arrepentido" y "El Chuico y la Damajuana".
Aunque la canción homónima se basa en la figura de Manuel Rodríguez, la artista se las ingenia para contextualizar al personaje con su época -el gobierno derechista de Jorge Alessandri-, para volcar ansias de justicia y reivindicación.
"De niño le enseñaría/ lo que se tiene que hacer/ cuando nos venden la patria/ como si fuera alfiler."
Esa pieza junto a temas como "Yo canto la diferencia" y la citada "El pueblo", revelan a Violeta Parra en una nueva fase lírica de notorio compromiso con la causa social vinculada a la izquierda. El álbum contiene también nuevas versiones de clásicos como "Casamiento de negros" y "La jardinera".
En Argentina, (1962)
La génesis de este álbum es una tragedia. En 1961, Violeta viajó a la pampa argentina a buscar a su hermano Eduardo tras un intento de suicidio. Hizo amistades, volvió a Chile con el tío Lalo más recuperado y regresó a la pampina ciudad General Pico. Por tres meses imparte cursos desplegando sus habilidades plásticas y musicales para cientos de mujeres encantadas con la chilena. Luego, Buenos Aires. Al comienzo la estadía no fue fácil. "Ciudad de porquería", escribió a su pareja Gilbert Favre.
Las cosas cambian cuando aparece en televisión y finalmente debuta en vivo en un memorable concierto en el teatro IFT, donde puteó a quienes debían introducirla al público ("buena mierda de presentación").
Entre el 23 de abril y el 4 de mayo grabó estas 14 canciones para EMI Odeón. El título original fue El Folklore de Chile según Violeta Parra. El ingeniero José Soler quedó impresionado. "Vi entrar la figura modesta de esta desconocida folclorista chilena y cuando comenzó a tocar realmente me impactó. ¿Quién habrá inventado ese rasguido?".
Canciones reencontradas en París, (1971)
Aunque el disco original se editó en mono, el álbum fue registrado en estéreo. La grabación fue en la capital francesa para el sello Arion. Este material se mantuvo inédito hasta que Isabel, hija de Violeta y que había participado junto a su hermano Ángel en el disco, recibió la cinta en París en 1970 de manos de Ariane Segal, la directora de la discográfica.
Las versiones disponibles en Spotify e iTunes incluyen seis temas extras según el lanzamiento del sello Oveja Negra, tras media docena de ediciones en que el disco pasó de mono a estéreo, y fue sumando canciones y títulos alternativos a una misma composición.
Es un álbum combativo en canciones como "La carta", que en estéreo parece grabada ayer, "Arriba quemando el sol", "Rodríguez y Recabarren", "Paseaba el pueblo sus banderas rojas" -otra pieza de aires progresivos basada en un poema de Neruda-, "Miren cómo sonríen" y "Santiago penando estás", una composición demoledora, mezcla de nostalgias y tristeza universal por el destino de la humanidad: "El niño me causa espanto, ya no es aquel querubín, ayer jugaba a la ronda, hoy juega con un fusil, no hay ninguna diferencia, entre niño y alguacil, soldados y polvorín".
Las últimas composiciones, (1966)
En su momento, con este álbum no pasó mucho. Recién en 1969 mediante una versión de Cecilia de "Gracias a la vida", el contenido de aquel título final comenzó lentamente a asumir la monumentalidad de una obra que terminó siendo homenajeada en todo el mundo, propuesta como la destilación perfecta de los temas centrales en la obra de Violeta Parra desde una musicalidad estilizada que conjuga sus influencias.
No es un disco de estricto folclor chileno, sino que despliega un sentido latinoamericano hasta alcanzar ribetes universales. La voz explora otros tonos, se transfigura, alejándose del canto campesino característico ("Gracias a la vida", "Volver a los 17"). El elemento religioso, siempre presente en su material, alcanza clímax en "Rin del angelito", poniendo en jaque la idea de la trascedencia del espíritu en la sentencia final "cuando se muere la carne el alma se queda oscura". Entre letras de rabia y frustración ("Maldigo del alto cielo"), desamor ("Run run se fue pa'l norte") y melodías de puro ingenio en guitarra y ritmo ("Cantores que reflexionan", "El guillatún"), Las Últimas Composiciones implica un cierre discográfico magistral y aún insuperable en la historia musical chilena.