Ishiguro nació en Japón, pero su familia se mudó hasta Surrey, en el sur de Inglaterra, durante su infancia. El nuevo Nobel, que es autor de libros imprescindibles como Los restos del día, Nunca me abandones y El gigante enterrado, interrumpió su vocación musical por la literatura, aunque se ha confesado admirador de músicos como Dylan, Gardel y Piazzola, y de escritores como el chileno Roberto Bolaño.

"Nunca he sentido la necesidad de escribir más rápido. Nunca pienso que deba contribuir a la cantidad de libros. Es más importante escribir uno que aporte algo diferente".

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"Una de las primeras cosas clave que aprendí escribiendo letras de canciones —y esto tuvo una enorme influencia en mi ficción— es que con una canción en primera persona, íntima, en confianza, el significado no debe ser autosuficiente en el texto. Tiene que ser oblicuo, a veces tienes que leer entre líneas".

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"Considero que algunas de las grandes obras de arte del siglo XX han sido creadas por cantautores".

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"En la música uno deja muchas cosas sin decir, hay muchos más sobreentendidos, menos palabras, la emotividad no proviene solo de la letra, sino también del intérprete. Empecé a expresarme a través de la música. Hay que tener en cuenta que en la década de los setenta en Inglaterra, cuando yo era un adolescente, la literatura no era glamuroso como ahora. El glamur estaba en el pop, y hasta cierto punto en el teatro. Nunca me interesaron especialmente los Beatles ni el rock and roll, pero sí los cantaurores. Mis amigos y yo podíamos pasarnos la noche entera discutiendo sobre las letras de las canciones. Escribí más de un centenar, llenas de entusiasmo juvenil, y sólo a partir de ahí pasé luego a los latos cortos y a la literatura".

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"Estoy convencido de que la música marcó mi estilo, lo hizo más sereno y natural, nada que ver con las florituras de un James Joyce, y permitió que mi primera novela fuera ya adulta, porque a través de las canciones había desfogado en su momento el romanticismo y la pasión adolescentes. Ahora he descubierto el tango y encuentro fascinante el Buenos Aires de la época de Carlos Gardel, quizás sitúe allí la acción de alguna futura obra. También me encanta Piazzola. Me encantaría ir a Argentina".

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"Tengo apenas 50 años, pero siento que el tiempo corre muy de prisa. Nunca me olvido de que Orgullo y prejuicio fue escrita por alguien varios años menor que Zadie Smith. Y que el autor de La guerra y la paz podría muy bien ser 'El mejor de los jóvenes novelistas rusos'. No es que yo crea que moriré pronto, pero también tengo conciencia de que mis capacidades y facultades no serán las mismas a cierta edad, y de que podría llegar a ser como uno de esos novelistas respetados por las obras que escribieron cuando jóvenes. Si eso me sucede, no será porque yo lo haya querido".

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"Me interesan personajes que aceptan su destino, que no se rebelan a pesar de que ello no parezca entendible desde afuera. Una aceptación del destino que no se comprende: eso me interesa".

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"Siempre quise escribir novelas que exploren el interior del personaje. Cuando empecé el cine parecía muy poderoso y la novela, muy débil. Quise escribir novelas incapaces de transformarse en cine. Pero apenas termino una, llamo a mi agente para saber si alguien quiere hacer un filme".

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"No puedo escribir oraciones maravillosas, como las de Martin Amis o Salman Rushdie, que crepitan de vitalidad. Es cierto que leer escritores con ese nivel de prosa es para mí un gran impulso, pero supongo que sólo respeto a los novelistas que tienen una potente visión general. Me gustan los novelistas capaces de crear mundos diferentes, interesantes".

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"Nunca he pretendido entrar en un debate intelectual con los existencialistas sobre la identidad, pero siempre me ha interesado el dilema de la gente que sueña con ser algo que no es, seguramente por no estar en el sitio justo en el momento justo, por pertenecer a una generación a la que no deberían, por circunstancias completamente incontrolables, por el destino o la historia. Gente a quienes el éxito o la felicidad los elude, que se ven forzados a renunciar a sus sueños, hacer compromisos y enfrentarse a la vida. Su existencia queda marcada, contaminada. No es mi caso, porque soy una persona afortunada. Pero sí, por ejemplo, el del mayordomo de Los restos del día, que en una época, un país o una estructura social diferente podría haber sido otra cosa. Todo el mundo quiere ser percibido de una manera determinada, se preocupa por cómo se ve a sí mismo y por cómo lo ven los demás, y en este complejo universo entran en juego las inseguridades sexuales, los prejuicios raciales, etcétera".

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"Mi naturaleza es esencialmente optimista, aunque parecería que los acontecimientos del siglo XX y lo que va del XXI dan la razón a Hobbes. No soy sentimental, ni comparto ese sentimentalismo generalizado que proporcionan las creencias religiosas, y tengo mis reservas sobre la condición humana. Hay quienes dicen que mis libros son tristes, pero si es así no reflejan mi carácter. Creo que el hombre tiene la capacidad de ser decente y posee un sentido moral, aunque a veces quede bárbaramente pervertido (el caso del nazismo, por ejemplo), y también un orgullo o sentido del honor que le lleva a querer hacer bien cualquier cosa que haga. Hasta los gángsters quieren ser buenos en lo suyo, lo cual por supuesto los convierte en más malos".

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"Me irrita el egoísmo y la falta de consideración hacia los demás, algo muy habitual en los círculos literarios y artísticos en que me muevo, donde a mucha gente solo le obsesiona publicar determinado libro o conseguir que se estrene su obra, y para ello son capaces de pisotear a quienes se interpongan en su camino. Soy un tipo tranquilo, y me dan placer las cosas sencillas de la vida, la música, la lectura, la familia, los viajes, una buena conversación. Cada vez aprecio más el valor de una conversación inteligente".

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"No me gusta leer ficción contemporánea en inglés, de novelistas en cierto modo similares a mí. Siempre vuelvo a los clásicos, que son eternos, o busco escritores en otra lengua o que utilicen técnicas muy diferentes a la mía. He descubierto hace poco a Roberto Bolaño, y me encanta".

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"Con el tiempo uno desarrolla unos determinados hábitos y se vuelve menos susceptible a las influencias y, en cambio, menos aventurero, lo cual no es necesariamente bueno. La presión de tener que responder a ciertas expectativas resulta estresante".

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"Es difícil saber cuándo es mejor olvidar y cuándo es mejor recordar. Si uno recuerda, el odio sigue ahí, como un veneno, y puede atacar en cualquier momento, como ocurrió en Yugoslavia o Ruanda. Pero lidiar con el pasado es muy delicado y puede resultar peligroso. Es una cuestión que me fascina".

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"Los franceses han conseguido convencerse a sí mismos de que fueron héroes de la resistencia. Los italianos tienen un punto infantil. Los japoneses cometieron en China atrocidades que en cierto modo han quedado relegadas a un segundo plano por el horror de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Los alemanes han resuelto bastante bien el equilibrio de la memoria histórica, aunque probablemente no tenían otra opción. Estados Unidos tiene un percepción distinta a la del resto del mundo sobre las consecuencias del 11-S, quizás porque nunca había sido víctima de un atentado en su propio territorio, por su relativa inexperiencia como nación y por haber estado por lo general en el lado moralmente correcto. Pero es como si semejante golpe le hubiera dado vía libre para ignorar el derecho internacional y la convención de Ginebra".