Nocturnos, los cuentos de Kazuo Ishiguro
Los ritmos narrativos de Ishiguro para la novela son expansivos y naturales; el cuentista se nos revela esquemático, dado a paradojas cerebrales que no conectan con el lector.
Nacido en 1954, Kazuo Ishiguro apareció en escena relativamente temprano, al ser escogido por la revista Granta como uno de los mejores escritores ingleses jóvenes. Corría el año 1983, Ishiguro tenía sólo una novela publicada, Pálida luz en las colinas (1982). Los premios no tardaron en llegar, entre ellos el Whitbread por Un artista del mundo flotante (1986) y el Booker por Lo que queda del día (1989). Miembro de una generación brillante —que incluye a Martin Amis, Ian McEwan, Salman Rushdie y Julian Barnes—, Ishiguro es de los que publican menos: sus libros aparecen cada cuatro o cinco años. Así, en una carrera de un cuarto de siglo, conocemos de él sólo seis novelas, y ahora, por fin, su primer libro de cuentos, Nocturnos.
Los cinco cuentos que componen Nocturnos se hallan relacionados temáticamente por la música. El "nocturno" es una composición musical que tiene a la noche como punto de inspiración. Los personajes de estos cuentos son músicos que no han triunfado o que, si lo han hecho, están llegando al final de su carrera lamentando aquello que pudo ser y no fue. Este es un tema central en la obra de Ishiguro: si en sus novelas hay una aguda conciencia del paso del tiempo, en estos cuentos hay la realización de que ese tiempo ya pasó. Sin embargo, los ritmos narrativos de Ishiguro para la novela son expansivos y naturales; el cuentista se nos revela esquemático, dado a paradojas cerebrales que no conectan con el lector. Pese a una que otra cosa interesante, Nocturnos es un libro muy flojo, escrito en un inglés sin brillo, casi neutro, inesperado para uno de los grandes estilistas de nuestro tiempo.
En su conocido ensayo Tesis sobre el cuento, Ricardo Piglia escribe que el cuento moderno está condensado en unos apuntes de Chéjov: "Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a su casa, se suicida". Dice Piglia que la paradoja de Chéjov consiste en "desvincular la historia del juego y la historia del suicidio". Un hombre que gana un millón y vuelve a casa es una anécdota; uno que gana ese mismo dinero y se suicida es un cuento. Toda la cuentística moderna podría ser un intento de contar el porqué de esa paradoja, de ese enigma. En Nocturnos, Ishiguro parece haber apostado por crear ciertas paradojas forzadas: en el primero de los cuentos, "Crooner", un cantante alguna vez célebre planea su regreso al escenario, pero para ello primero debe dejar a su esposa, de la cual está profundamente enamorado. En el último cuento, "Cellists", una mujer descubre en la infancia que es una virtuosa del violonchelo, y decide dejar de tocarlo a los 11 para proteger su genio: no quiere que sus profesores arruinen su talento. Ahora, a los 41, piensa que quizás se le ha ido algo la mano: "Recuerda que lo mejor es esperar. A veces me siento mal por ello, por no haber revelado mis talentos. Pero tampoco los he dañado, y eso es lo principal".
Ishiguro quiso ser músico alrededor de los 20 años. Tocaba en las calles y en el metro de París, hacía demos para buscar productores. Con el tiempo, se fue dando cuenta que su habilidad para componer canciones era un callejón sin salida, y evolucionó hacia la literatura: lo que deseaba era sobre todo crear escenarios narrativos. Quizás por ello hay en estos cuentos una mirada llena de compasión hacia los músicos que pueblan las plazas de Venecia, gente que alguna vez soñó con el éxito comercial y la adoración de las masas, y que ahora, ya mayor, descubre que su inclinación musical apenas le sirve para llegar a fin de mes. Los sueños han sido frustrados, pero queda la pasión por la música, que va más allá del triunfo o el fracaso.
Ishiguro dijo hace algunos meses que, dado su ritmo, le quedaban a lo sumo cuatro libros por escribir. Eso, dijo, sería un aliciente para acelerar su ritmo. Ojalá. Así no esperamos mucho para que se reivindique.
*Publicado originalmente el 7 de septiembre de 2009 en La Tercera.
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