No entiendo bien la trifulca que estalló hace algún tiempo entre un grupo de historiadores jóvenes y el escritor Jorge Baradit. Los profesionales de la Historia, así, con mayúscula, se quejaban de que Baradit se aprovechaba del trabajo de individuos como ellos, y por supuesto que también de otros, para presentarse como intérprete único de hechos que, la verdad sea dicha, son bastante conocidos por cualquier persona medianamente culta. El autor, por su parte, argüía que hay dramas ocultados a propósito por un oficialismo perverso, y que lo que él hace con sus libros es simplemente desvelarlos. Lo que en realidad no entiendo es que no exista espacio para ambos oficios: el del investigador serio y el del vulgarizador. Ambos enfoques, por cierto, han sido históricamente complementarios.

De entre los nueve artículos periodísticos que componen Historia secreta de Chile 3 (en ningún caso se trata de investigaciones luminosas ni de ensayos provocadores), sólo dos podrían ser publicados en diarios o revistas que demuestren un mínimo respeto por la forma y el contenido. Se trata del relato de la expedición de Shackleton a la Antártica (y del glorioso rescate del piloto Pardo) y de un recuento de las matanzas de obreros ocurridas a principios del siglo XX. Las demás piezas son deficientes por distintas razones, ya sea que están mal escritas, o no aportan información novedosa, u oscilan entre la simplificación colegial, la comparación arbitraria, la vaguedad del flojo, el infantilismo insuperado, la cantinela insufrible y lo derechamente panfletario.

La técnica de rellenar páginas con datos ajenos al tema central de cada capítulo le parece encomiable a Baradit, pero me temo que el efecto no resulta tan admirable en quien lee. Tal vez consciente de ello, y para aliviar un poco las cosas, el autor intenta forjar vínculos amistosos con el lector a través de ese slogan pasado de moda que nos dejó un programa de televisión gringo de los años 80, "aunque usted no lo crea". El recurso, sin embargo, delata la posición de Baradit ante los hechos que compila, esa tremenda ingenuidad suya, puesto que no caben dudas de que el primero que continúa alelado con el material que expone es él mismo.

Otro homenaje televisivo, ya que estamos en esto, es el que Baradit le rinde a Julito Martínez, ese gran evangelista del cliché que por tantos años reinó en nuestras pantallas. La frase que sigue pudo haber salido perfectamente de la boca del ovoide comunicador: "El punto es que alguna vez en Chile se jugó un partido cerrado entre Dios y el Diablo, con prensa, público y controversia. Un combate entre ciencia y superstición en el primer exorcismo documentado y analizado de Latinoamérica". La fascinación por récords dudosos y absurdos, dicho sea de paso, también forma parte del método con que Baradit interpreta la historia de Chile para nosotros. Y ello da para sospechar que, en cuanto a lectores, le hemos de parecer bastante limitados al autor.

Además de los mencionados al principio, los temas incluidos en esta tercera versión de Historia secreta de Chile son el incendio de la Compañía, el exorcismo de Carmen Marín, la participación de esclavos africanos en las guerras de la Independencia, las penurias de los pascuenses, el mensaje oculto de los símbolos patrios y un par de aproximaciones a las figuras de José Miguel Carrera y Gabriela Mistral. En casi todos los textos prima cierto resentimiento quejumbroso de Baradit -muy poco científico, debo agregar- en contra de este país, su gente, la iglesia, los gobiernos, los poderosos, todos confabulados, a lo largo de la historia, en perjuicio de los pobres. La visión es sumamente paternalista, paranoide y poco acuciosa, pues de partida niega la preponderancia histórica de una gran clase media, sólida, erudita y en muchos sentidos audaz. Aunque él no lo sepa.