La anécdota es real. En abril de 1982 el escritor canadiense William Gibson ya estaba haciéndose un nombre. Sus relatos de ciencia ficción urbana, ambientados en un futuro cercano pero distópico, donde el individuo se debatía ante la inteligencia artificial, habían llamado la atención especialmente entre los lectores de la desaparecida revista OMNI, una publicación mensual que podríamos definir como la madre de la actual Wired, la primera donde el tema de la tecnología y los avances dejaba el plano de la ingeniería para pasar a las humanidades y las tendencias.

Aquel mes del año 82, Gibson estaba dando forma al manuscrito de la que sería su primera novela y por recomendación de su editor fue al cine a ver la nueva película de Ridley Scott. Tras una hora y media en la sala, Gibson salió desolado. Se le habían adelantado. Lo que acababa de ver en pantalla parecía haber sido robado de su imaginación. Neuromante llegaría las librerías dentro de un año. Gibson caminó por las calles de su Vancouver natal y no le quedó más que sonreír, luego sería cosa de cambiar algunos detalles en el libro para que no pareciera una copia. Aquel día, en la relación espectador-obra entre dos creadores había nacido un nuevo género: el cyberpunk.

Aunque hoy es mirado con recelo por una nueva generación de autores de ciencia ficción, y tanto lectores como críticos lo ven como una curiosidad que no se convirtió en lo que prometía, lo cierto es que el cyberpunk constituye la revolución temática y conceptual más importante en la ciencia ficción desde que Asimov inventó los imperios galácticos y las leyes de la robótica en la década de 1950. Y constituye además una estética que escapó de la narrativa para pasar a la moda, a la publicidad, a la arquitectura y a la vida misma. Hacia 1990, en nuestro Santiago de Chile se promocionaban fiestas cyberpunk (disco Metropolis) aunque acá pocos supieran qué era ese juego de palabras. Por supuesto lo de "punk" sonaba bien, rebelde, choro.

Pero el género no envejeció bien. La tecnología le ganó la carrera y la cantidad de novelas malas publicadas bajo el slogan de la nueva joya cyberpunk acabó por saturar hasta a los fanáticos más incondicionales. Y aunque el género aún existe, ha de convivir con sus propios derivados, como el steampunk (tecnología en la era de vapor) o el biopunk (biología en lugar de computadores y realidad virtual) o el exitoso regreso de la space opera de la mano de autores como el chino Cixin Liu (El Enigma de los Tres Cuerpos), temáticas y géneros que son ahora los favoritos para la actual generación no sólo de lectores, sino de autores y críticos de la ciencia ficción.

El origen del punk

Aunque canónicamente se establece que Blade Runner en el cine y Neuromante en literatura son las piedras angulares del género, no son pocos los que apuntan a El aco iris de gravedad (1973) de Thomas Pynchon como la primera obra que debatió acerca de la relación del individuo con la tecnología, que es el gran tema de los cyberpunkies, misma obsesión que ya aparecía en escritores clásicos de ciencia ficción como Harlan Ellison y sobre todo Philip K. Dick, el autor de Los androides sueñan con ovejas eléctricas, novela de la cual Blade Runner es una muy libre adaptación y quien murió semanas antes del estreno. También en J.G. Ballard o Michael Moorcock de la llamada nueva ola de la ciencia ficción británica en los 70. Incluso narradores que sólo coquetearon con la anticipación, como Kurt Vonnegut o Williams Burroughs exhibieron en sus obras este debate. La diferencia es que tanto Ridley Scott como William Gibson metieron todo en una coctelera que fue más allá de lo narrativo para proponer una estética nueva, con elementos como ciudades hiperpobladas, corporaciones en lugar de países y hackers antihéroes como protagonistas, todo muy oscuro, muy lluvioso y con neones por todas partes, un futuro que podía ser mañana y donde la mezcla heterogénea de costumbres y mundos se parecía más al persa Biobío que a una limpia nave espacial de Star Trek.

¿Pero qué es el cyberpunk? Básicamente un cambio en la ciencia ficción que dejó de lado los viajes estelares y el espacio exterior para apostar por viajes ciberespaciales y espacios interiores donde el gran motor narrativo era la dualidad entre el individuo y la inteligencia artificial, como un igual o como un superior; el computador como un nuevo dios. En Blade Runner androides más humanos que humanos, en Neuromante la consciencia unida de todos los computadores del mundo hermanados para crear una simulación consciente llamada "matrix". Sí, la idea base de la película de las ahora hermanas Washowski de 1999 salió de un libro de 1983. Con lo previo, no fue raro que tan atractiva propuesta terminara permeando otras artes y manifestaciones artísticas, desde la alta costura (Gaultier, Lagerfeld) a la música pop (David Bowie, NIN).

Sin embargo, el paso del tiempo le acabó ganando la carrera al cyberpunk, tal como las distopías propuestas por sus propios autores. Y aunque hubo intentos de rescatarlo, a través de la autoparodia (Neil Stephenson), el género tal como hoy lo entendemos ha terminado -35 años después- convertido en el mismo futuro ruinoso que aventuraron sus autores. Y si eso no es anticipación científica ni idea que pueda serlo. En Blade Runner 2049, el porvenir de cromo y neón de la película original convive con un desierto de chatarra a lo Mad Max, metáfora perfecta para un género que aunque hoy no pasa por sus mejores tiempos, quizás tenga una nueva oportunidad gracias a la secuela de la película que marcó su nacimiento.