Advertencia: de las más de cien películas de Raúl Ruiz, he visto solamente seis. Voy a verlas todas, por supuesto. Voy a ver incluso las que están perdidas y las que nunca se filmaron. Las que están perdidas voy a verlas dos veces. Y las que nunca se filmaron, tres.
"En eso, mis amigos, consiste nuestro arte: en irse por las ramas, derecho a lo esencial", escribe Ruiz, con toda razón. No hay nada original ni ingenioso que yo pueda agregar a la bibliografía sobre su obra, pero sí tengo un montón de ejemplos. En la prensa chilena suele ser al revés: alguien habla y habla y tira tesis como condenado, sin llegar jamás a los preciados ejemplos. Yo, en cambio, sólo tengo los ejemplos. Después de sobrevolar las mil doscientas páginas del diario de Ruiz, y de subrayar casi enteras sus entrevistas, tengo decenas de ejemplos para demostrar, contundentemente, no sé qué.
Hablo de dos libros publicados por Ediciones UDP: Ruiz. Entrevistas escogidas - filmografía comentada (de 2013), y Diario. Notas, recuerdos y secuencias de cosas vistas (que acaba de aparecer). Armar un libro a partir de entrevistas y editar un diario de vida, son operaciones editoriales de cirugía mayor: hay que agradecer al poeta Bruno Cuneo su laborioso e impecable trabajo en la edición de estos libros. Son bien distintos, claro. Las entrevistas suponen la construcción más o menos deliberada de una imagen pública, mientras que los diarios de vida son siempre maravillosamente ambiguos, errantes, multívocos, abiertos a las contradicciones, a las repeticiones, a las inconsistencias. Leemos entrevistas esperando nuestro turno en la peluquería, pero al leer diarios de vida inevitablemente nos convertimos en amantes celosos trajinando en los cajones.
Ruiz es un entrevistado ideal, que contesta las buenas y las malas preguntas —y las preguntas buena onda, que no son necesariamente buenas, y las mala onda, que casi siempre son malas— con invariable generosidad, sin pedantería ni demagogia, como si de verdad lo disfrutara. A propósito de los efectos que debería provocar una obra de arte, por ejemplo, Ruiz improvisa esta definición precisa, perfecta: "El arte debe proporcionar a las personas emociones que nunca han vivido antes, que nunca han sentido. No se trata de hacer llorar, sino de que la lágrima salga de una manera particular, cuando uno menos lo espera, y por razones que no se entienden".
En las entrevistas Ruiz habla mucho sobre Chile, lo que podríamos atribuir a una fijación de los entrevistadores, pero en su diario lo hace aún más. "Chile no es un país, es un campamento militar", lanza de repente, y enseguida agrega: "Ser chileno no designa una personalidad, sino una perversión sexual: la búsqueda del orgasmo mediante carcajadas". Hay asomos reconciliatorios, pasajes de nostalgia pura y dura, pero lo que prevalece es el resentimiento, el monólogo de exiliado.
"¿Por qué tengo tendencia a escribir la palabra chancho con mayúscula?", se pregunta Ruiz y dos líneas más abajo se responde: "Puede que en mi cerebro la palabra chancho esté al lado de la palabra Chile". En una nota más casual, me gusta mucho esta lista de pendientes: "Comer jaibas. Cortarme el pelo. Preparar las trufas. Privilegiar el tiempo libre. Aprovechar los pocos momentos de soledad en no hacer nada. Telefonear a Chin Cheung. No temerle a Chile (lo más difícil)".
El diario de Raúl Ruiz es una película larga y radical, proyectada en una enorme sala vacía. Como es habitual en los grandes diarios íntimos —porque este es, si se me permite el gritoneo, uno grandísimo—, la incomodidad y el malestar conviven con el entusiasmo desatado y la curiosidad infinita. Hay chistes, hay excesos, hay peroratas. Hay sueños reales y sueños inventados. Hay inocencia y crueldad. Hay una lealtad absoluta a Fernando Pessoa. Hay un relato simplemente hermoso que Ruiz escribió tras la muerte de su madre. Hay listas de libros, de personas, de proyectos. Hay sibaritismo. Hay teorías sobre el cine y teorías sobre las teorías sobre el cine. Hay una preocupación constante por los partidos del Chino Ríos. Y hay tantas referencias literarias que por momentos este parece más el diario de un escritor que el de un cineasta, pero es un poco estúpido ponerlo así, porque Ruiz también fue, en propiedad, un escritor: un poeta entregado a la producción compulsiva de sonetos, un ensayista tremendo y un novelista que no he leído.
Descubro, con pavor, que se me acaba el espacio y de ninguna manera alcanzo a colar las otras citas que había preparado. Bueno, cabe una más, medio sacada de contexto pero igual muy oportuna: "Todo chileno habla exclusivamente entre comillas".