Lady Mcbeth de Mtsensk: salvada por sus protagonistas
Si Lady Macbeth de Mtsenk se hubiese presentado en su magnitud, se habría convertido, hasta este momento, en la mejor de las óperas que han formado parte de esta temporada.
Se anunció que sería un estreno "semi escenificado", pero poco se podía hacer. Porque con los trabajadores del Sindicato Técnico del Municipal de Santiago en huelga, no quedó otra que presentar Lady Macbeth de Mtsensk, de Shostakovich, como una función de concierto, con una mínima regie.
Con el escenario en negro, hileras de sillas rojas e iluminación fija, que sería todo lo que acompañaría a la ópera, el director del Municipal, Frédéric Chambert, hizo una aparición para explicar al público las razones de la ausencia de una puesta en escena, a la vez que, en un intento de justificación, señaló que sería una oportunidad para escuchar esta pieza que fue prohibida en los tiempos de Stalin y no ser distraídos por lo visual.
En parte, la defensa tiene razón cuando se piensa en la expresividad de su composición, pero no hay que olvidar que hay obras donde insoslayablemente la dramaturgia va enlazada con la música y viceversa. Es el caso de Lady Macbeth, un verdadero teatro musical, donde si bien su partitura es descarnada, si carece de los elementos escénicos, pierde parte de su brutalidad y su realismo natural y del completo entendimiento de esta ópera basada en un sórdido relato de Nikolai Leskov, que representa con crudeza aspectos sociales y eróticos, que muestra seres mezquinos y hastiados, y donde la pasión se vincula con el crimen.
No hubo oportunidad de apreciar la propuesta de Marcelo Lombardero -que ya se viera en el 2009-, pero sí se planteó una dirección escénica básica para evitar que la función fuera totalmente estática. En este marco -con todos los cantantes, incluyendo al coro, vestidos con trajes de concierto negros-, las voces fueron el verdadero salvavidas.
De partida, tuvo una gran protagonista en Elena Mikhaylenko, una artista completa, de imponente presencia, de voz plena y decidora, llena de colores, que esculpió cada detalle de su Katerina Ismailova, transitando por la soledad e insatisfacción. Alexey Tikhomirov, de majestuosa figura, y más bien un bajo-barítono, representó un Boris, el suegro, autoritario, e hizo gala de una emisión poderosa, pareja, y con seguros agudos; Mikhail Gubsky (Serguei, el amante) cantó con elocuencia, y Boris Stepanov (Zinovi, el marido) lució un bello timbre. Son muchos los personajes que intervienen brevemente, pero con importantes pasajes. Dentro de ellos, llamó la atención el sacerdote de Alexander Teliga, irónico y chispeante, de voz intensa y registro uniforme; y Evelyn Ramírez destacó como Sonyetka (la tercera en discordia), displicente y con un material vocal luminoso. También fueron plausibles las intervenciones de Paola Rodríguez, Gonzalo Araya, Sergio Gallardo y Javier Weibel, entre otros, y el Coro asumió con fuerza, maestría y compenetración.
La partitura en sí es compleja, con disonancias, cromatismos pesimistas e irónicos, de abruptos cambios y de intensidades dramáticas. Konstantin Chudovsky, con una vigorosa batuta, mantuvo la constante tensión, y en los interludios fue generoso con el sonido y le imprimió carácter sinfónico, pero también fue en algunos momentos avaro con los cantantes y egoísta con el lirismo.
En definitiva, si Lady Macbeth de Mtsenk se hubiese presentado en su magnitud, se habría convertido, hasta este momento, en la mejor de las óperas que han formado parte de esta temporada.
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