Gilberto Gil se declaró alguna vez en contra de la "eventización" de la cultura. El entonces ministro del rubro y también legendario músico brasileño elaboró una teoría que iba en contra de la simplificación de un hito artístico en particular. Básicamente porque estimaba que esa celebración, por muy vistosa o masiva que fuera, servía más para limpiar conciencias y justificar presupuestos que para dejar una huella más profunda y duradera respecto de lo que se buscaba homenajear.
Ese fue el argumento que defendió la familia responsable del patrimonio de Violeta Parra para delinear lo que ha sido el centenario de su nacimiento. La idea fue apostar por muchas actividades pequeñas en vez de un gran evento para las masas y por lo mismo se enfocaron puntualmente en visitas escolares para explicarle a los niños, a estos nuevos niños que no padecieron la "mistralización" que se hizo de Violeta en dictadura, que la nacida en San Carlos fue mucho más que una cantante y que la mejor forma de entenderla, conocerla y apropiarse de ella era a través de las múltiples disciplinas que desarrolló en vida y no solo en la réplica de sus canciones más conocidas.
Fue una decisión meditada, sin duda, pero que desdibujó el panorama completo de los homenajes a Violeta Parra en el año en que su nombre cruzó la agenda cultural. Para decirlo en simple, frente a la coyuntura del centenario cada uno corrió con colores propios. Isabel y Tita lo hicieron en el Festival de Viña y meses después en los balcones de La Moneda. Ángel y Javiera montaron lo propio en el Colón de Buenos Aires y luego por el mundo con la valiosa lectura del nieto guitarrista sobre Las Últimas Composiciones. Los Jaivas por su parte recrearon en vivo aquel pionero rescate de Violeta que presentaron en su disco de 1984 e Inti-Illimani, la facción de los Coulon, lanzó un álbum con invitados de lujo (desde Serrat hasta Silvio Rodríguez) como los que se escuchan en El Canto de Todos. Y así sin parar: Pascuala Ilabaca hizo un tributo en vivo, al igual que Quilapayún en el Municipal y tantos otros sumándose a la efeméride entre intentos genuinos en su mayoría y otros menos avances oportunistas.
Gil tiene razón: el evento no es cultura. Pero la cultura sí puede penetrar y ser realmente masiva con un evento a la altura del personaje y ése era uno de los desafíos para Violeta en este 2017. Este era un año de oportunidades para desterrar, por ejemplo, esas lamentables teorías de que fue la primera rockera o de que se mató por amor. De sacarla del museo, escucharla más y quitarle el peso ideológico y hasta familiar que por tantos años la mantuvo secuestrada del resto de los chilenos. Pero también era la temporada para compartirla y honrar aquello de que el canto de todos era su propio canto. Es cierto que hay mucha mezquindad al concluir que se hizo poco y nada, cosa que no es cierta. Pero quizás faltó voluntad, planificación o ganas como para haber montado algo a la altura de su legado. Pero juntos. Y no por separado.