Los Diarios de viaje reunidos en este volumen comprenden cuatro viajes que en su juventud emprendió Alvaro Yáñez Bianchi, quien más tarde llegó a ser conocido por el nombre artístico de Jean Emar o Juan Emar.

Según apunta Paulo González en el prólogo, los textos fueron escritos en cuadernos, hojas sueltas y papelería de hoteles y vapores, pero "dejan a la vista las líneas continuas y errantes de un período que va desde sus quince a su treinta años, desde Lo Herrera a París y desde Alvaro Yáñez a Jean Emar".

El libro también contiene versiones posteriores de un mismo viaje, más elaboradas y por ello más íntimas. Lo que primero sorprende en estas anotaciones es la madurez con que el autor se juzga a sí mismo. Y en segundo lugar resalta un anhelo precoz y enfermizo por alcanzar un reconocimiento que ciertamente no obtuvo en vida. Su obra, como se ha dicho, fue escrita para el futuro.

Todo buen diario de viaje tiende a sorprender al lector inmóvil, y este compendio no es la excepción. Hallándose el 12 de mayo de 1909 en Talcahuano, Yáñez ve al "viejo Huáscar convertido en un humilde pontón", es decir, en una especie de bodega flotante cayéndose a pedazos. En el mismo periplo, ya arribado a Europa, el diarista se decepciona con Lisboa, "una ciudad nada bonita".

Los pueblitos suizos, tan celebrados por su belleza y pintoresquismo, tampoco impresionan al paseante, "con sus casas altas y viejas y calles estrechas, sucias y torcidas que concluyen en una plaza irregular donde, en medio, hay por solo monumento una ex estatua o pila que data de la Edad Media".

París, por el contrario, lo estimula hasta el tuétano, puesto que "era ahí donde yo debería haber nacido". Y es precisamente desde París, durante una segunda visita en 1912, que el autor empieza a rezumar aires de superioridad: "Con qué lástima los miré a todos los de allí, de Chile, por sus pequeñeces y estrechez de horizontes". Allá también se pone una "gran farra" en Montmartre con un tal rucio Larraín: "Llego a casa a las 3 a.m. a media mona".

En un tercer viaje rumbo a Lima (1915), desembarca en Antofagasta, ciudad "horrible". Lima, por el contrario, le parece "picturalmente, hermosa". En la capital peruana Yáñez prueba el opio y lo consume hasta que le da puntada. La entrada del 10 de diciembre de 1915 consigna "Varias pipas que me quitan la mona". Y tres días después: "Más de 10 pipas. Felicidad completa".

En el cuarto viaje, esta vez a EEUU y Europa (1919-1923), el protagonista va acompañado de su primera esposa como parte de la misión diplomática que encabezaba su padre, Eliodoro Yáñez. Rumbo al norte por mar, la comitiva se detiene en Iquique, lugar donde el observador sólo ve "muchos barrios pobres, miserables. Gente de pésimo aspecto, semejantes a bandidos. Ebrios. Feos".

Washington y Nueva York le resultan sumamente agradables, pero de regreso en París el autor sufre una crisis grave: "Paso el día en cama, mal de ánimo. Nervioso, llantos. Algo tengo sin duda". A consecuencia de aquel pesar, se interna un mes y medio en una clínica, aunque los doctores "no me encontraron nada". La neurastenia era la causa de sus males. No en vano, en algún momento el narrador declara: "Yo sufro cuando gozo".

Hasta aquí lo que podría llamarse anecdótico. En el resto de sus escritos, Yáñez habla con insistencia de llegar a ser alguien, de no seguir un futuro trazado por otros, de soslayar las convenciones de la clase alta, "de ser considerado como un hombre inteligente".

Regresar a la patria tras los viajes fue casi siempre un tormento para él: "¡Reviento aquí en Chile, en esta vida superficial y absurda y teniendo uno que doblegar sus ideas y sus buenas intenciones a las más absurdas ridiculeces!".

Diarios de viaje

Juan Emar

Alquimia Ediciones

192 pp.

$ 12.000