"El arte es el medio más poderoso de propaganda política para garantizar el éxito de la causa socialista". La frase es de Lenin, emitida pocos días después de la revolución rusa de octubre de 1917, haciendo un llamado al mundo artístico a apoyar la naciente Unión Soviética. Y contextualiza el comienzo del documental Revolución: Nuevo arte para un nuevo mundo, de la realizadora británica Margy Kinmonth, estrenado el año pasado a nivel internacional y que esta noche, a las 22 horas, llega al cable latinoamericano a través de Film&Arts. El estreno coincide con el centenario exacto del octubre rojo (aunque tomando en cuenta que Rusia utilizaba un calendario distinto en 1917, bajo el sistema actual el hecho se situaría los primeros días de noviembre).

A través de material de archivo, entrevistas a directores de museo y curadores de arte, además de dramatizaciones de eventos con un siglo de antigüedad, el documental se centra en el movimiento de arte vanguardista que estalló en la Unión Soviética en la década posterior a la revolución, amparada en un gobierno que necesitaba una imaginería moderna y radical para un estado que quería dejar atrás la era de los zares. Buena parte de estos artistas habían formado parte activa del movimiento revolucionario, y la nueva era política y social les permitió salir del anonimato bajo el cual habían trabajado durante años.

Por cerca de 15 años, no sólo la pintura, sino que disciplinas como la escultura, la fotografía y el documental exploraron nuevas posibilidades de expresión que transformaron a la escena artística rusa en una de las más influyentes de comienzos del Siglo XX. Desde la creación de imágenes de propaganda -que influyeron desde a la Alemania Nazi hasta a Estados Unidos- a los trabajos individuales de artistas como Marc Chagall, Varvara Stepánova y Aleksandr Ródchenko cambiaron las normas estéticas de la época.

Pero, por sobre todo, el documental se centra en el abrupto y prematuro final de toda la escena. Tan sólo 15 años después de la revolución, la muerte de Lenin y el ascenso al poder de Stalin cambiaron la realidad rusa: el segundo se mostró mucho más restrictivo con el mundo del arte, buscando borrar cualquier rastro o iniciativa impulsada por su predecesor. Las obras de arte de vanguardia no sólo fueron prohibidas, sino que sus autores perseguidos, encarcelados y en más de un caso ejecutados.

El movimiento vanguardista ruso fue reducido a una realidad clandestina, cuya influencia debió mantenerse escondida por décadas. Kinmonth entrevista a los descendientes de los artistas, además de visitar las obras que se lograron rescatar, para establecer un retrato de una época que casi fue exiliada al olvido.