Esta semana el matinal de TVN sorprendió a los espectadores con una nota sobre cómo Carabineros había desbaratado una banda de suplantadores de Cachureos. K Chureos (así se llamaban) recorría municipios y eventos haciéndose pasar por los personajes originales del programa infantil siempre solos, sin Marcelo (su conductor, dueño y creador), al que reportaban como enfermo mientras hacían rutinas de grueso calibre. La nota exhibía además los disfraces de los suplantadores como prueba del delito. Los corpóreos desmembrados eran exhibidos en un patio donde Marcelo decía que el grupo llevaba 15 años operando; una noticia surreal que se volvía aún más extraña cuando se percibía que sucedía en el mismo momento en que el gobierno trataba de conseguir los votos para aprobar la capitalización del canal, cuya crisis económica es quizás terminal. Por supuesto, todo finalizaba de modo bizarro pues, entrevistado por La Cuarta, un miembro de K Chureos declaraba: "Marcelo es un desgraciado".
Anoto lo anterior porque, aunque no tenga nada que ver, los de K Chureos bien podrían aparecer en la franja electoral que se empezó a exhibir la semana pasada. No creo exagerar. Pocas veces una campaña había tomado ribetes tan penosos y tan camp, pocas veces había estado tan llena de ideas tan peregrinas como extrañas, o tan obvias o tan viejas, reproduciendo gracias a ellas la brecha que existe entre los políticos y la sociedad. Una brecha que no solo corresponde al plano de las ideas sino a también a su imaginario, tan precario como irreal. Dado lo que hemos visto en pantalla, da miedo pensar en cómo imaginan los candidatos a Chile, pues esto incluye, entre otras cosas, un jingle impresentable de Piñera hecho a partir de una canción del Puma Rodríguez; la innecesaria recurrencia de Cristián Warnken como rostro principal de Carolina Goic; un poema político en creole proyectado sobre la cordillera en el segmento de Eduardo Artés; el pertubador entusiasmo de la familia de José Antonio Kast que no sólo lo apoya sino que canta, baila, desayuna y sigue cantando aún más al modo de unos Von Trapp tan tardíos como alienígenas (él los mira desde el otro lado del estudio como un patriarca satisfecho); un corto ambientado en un futuro donde Beatriz Sánchez ya ha sido presidenta y Daniela Ramírez habla por un celular igual a los que usan en The Expanse; y todos esos spots de Marco Enríquez Ominami filmados como una película de Michael Bay povera (luz perfecta, oficinas en rascacielos, el aviso publicitario como única ideología) tan vacía como desechable. Todo lo anterior, sin contar los jingles de los candidatos, cada uno más horrible que el otro. Ah, no menciono la de Guillier porque no se me ocurre nada memorable.
En ese universo delirante, la franja de Alejandro Navarro es lejos la mejor. O la peor. Da lo mismo. Navarro es consciente de que a su personaje lo único que le queda es el culto a la propia personalidad. Ahí, junto con clips donde une su historia a la de Chile o vuelve sobre el episodio donde le lanzó monedas a Piñera, ha presentado un segmento calcado de Mea culpa. En él, una familia debate sobre sus estrecheces económicas hasta que, de la nada, aparece Navarro del mismo modo en que Carlos Pinto se cuela en sus ficciones antes de que los asesinos comiencen a matar con herramientas de jardín. A diferencia de Pinto, Navarro no está el set sino que aparece mal cortado con un croma, con el pelo moviéndose como en una película psicodélica o un programa infantil de los 80. Todo es encantador y profundamente bizarro. Este momento de la campaña quizás la sintetiza; es el segundo exacto donde la política le roba todo a la televisión. La estética es la ideología. Navarro se apropia de los tics de Pinto mientras reduce la complejidad de lo real a un docudrama, haciendo que la elección presidencial y el futuro de Chile se encarnen en aquel estilo trucho. Es lo que queda de la franja completa. Puro K Chureos, pura diversión sin fondo: políticos que quieren ser rostros, candidatos reales a los que es imposible diferenciar de sus corpóreos, simulacros y representaciones.