Fue The Guardian en julio el primer medio en acuñar el término, titulando: "Cómo las películas de post-horror se están tomando el cine" –probablemente algún usuario de reddit lo debe haber utilizado antes, pero para motivos de este ensayo, los usuarios de reddit no son personas y por ende no pueden tener opiniones válidas-. Para el diario británico, "post-horror" es un nuevo sub-género, uno que se separa de los más de 100 años de reglas establecidas en el cine de terror para explorar el miedo a través de la atmósfera más que de una amenaza concreta. Son las películas de horror más elogiadas de los últimos años, pero a veces también resistidas por las audiencias por sus fórmulas poco convencionales.
The Guardian ejemplificaba su tesis con dos películas: Viene de noche y A ghost story (que no pasó por la cartelera chilena). Ambas comparten el hecho de que en su trama no hay ningún susto convencional, ningún jump-scare (el clásico "bu!") ni monstruo o sicópata. Pero –desde un punto de vista muy personal-, ambos ejemplos están mal utilizados. Primero, porque si bien Viene de noche fue aclamada por la crítica y es ambiciosa en su mensaje de fondo, tiene más pecados que virtudes en su ejecución, por lo que no resulta la mejor defensa del género. Y segundo, porque A ghost story en ningún momento se presenta como –ni es- una película de terror, sino un drama de fantasía (y una de las mejores películas del año).
Pero eso no quita en que tengan razón en nombrar y definir el post-horror como una tendencia visible y excitante en el cine. Algunas de las películas que caen en esta categoría, Bajo la piel (2013), La bruja (2016), Voraz (2017) y Madre! (2017) están entre las mejores representantes del género en los últimos años.
A toda película que se pueda definir como post-horror las su particular definición de lo que constituye el miedo. Más allá que el pánico que pueda producir un monstruo, un asesino enmascarado o una posesión demoníaca, estas cintas se centran en un miedo de construcción más lenta: el miedo a no saber. Las películas de post-horror son angustiantes y extrañas, pero rara vez –de hecho, nunca- te hacen saltar del asiento. Quizás nunca sientas la definición formal de "miedo" durante toda su duración. No son El conjuro. Pero sí te hacen sentir incómodo, sí plantean una serie de preguntas sin solución que van desatando una ansiedad en aumento. Si la película hizo bien su trabajo, sólo te vas a dar cuenta lo mucho que te sacudieron cuando ya es demasiado tarde.
Una película de post-horror, es, antes que cualquier otra cosa, existencial. Pueden ser sociales, como las mejores películas de terror siempre han sido, pero un cuestionamiento sobre la naturaleza humana y su sentido es siempre el motor de fondo.
En el vacío
No es lo mismo hablar de una película de terror social, como ¡Huye!, que de una existencialista, como Madre! Ambas tienen sus méritos –y, de hecho, la primera es superior como cine a la segunda-, pero la película de Aronovsky no sólo denuncia, también es una desesperada búsqueda de hacer sentido a algo que quizás no lo tiene, en este caso la Biblia, de paso tocando temas como la motivación detrás del arte y la fama. Todo de una forma caótica y violenta, tanto sicológica como físicamente. No es extraño que, unidas por la angustia existencial, las películas de post-horror toquen temáticas religiosas. La bruja es una pesadilla de conservadurismo cristiano, una metáfora sobre la demonización de la femineidad a través de la historia de una familia puritana en el Siglo XVII. A pesar de su nombre, rara vez se ve a la criatura homónima, pero no por eso la película deja de ser profundamente desconcertante y siniestra, a través del viaje hacia la locura de los protagonistas.
A ghost story no será una película de terror, pero sí comparte varias características con el horror existencialista: Sin ningún "susto" formal en su metraje, la película logra que a uno le invada un pavor a la idea de la muerte y el paso del tiempo.
Y como cualquier cuestionamiento existencial, el terror moderno es también profundamente personal, según la visión de cada autor. Viene de noche, con todos sus altibajos, es una representación del dolor y la culpa de su director, Trey Edward Shults, con respecto a la muerte de su padre. Su manera de representarlo es a través del pavor hacia una enfermedad desconocida e inevitable, frente a la cual lo único que se puede hacer es hacer tiempo. Voraz, de la francesa Julia Ducournau, analiza cómo el deseo sexual femenino es visto como algo que hay que controlar. Y Está detrás de ti (2015) –no exactamente una película de post-horror, sino más bien híbrida, al lograr mezclar existencialismo con reglas conocidas del género (un monstruo en este caso)-, encuentra al director y guionista David Robert Mitchell cuestionándose cómo el sexo en la adolescencia es tanto una salvación como una amenaza. Todas son dudas nacientes de visiones y temores personales, y que pueden ser tanto compartidos por la audiencia como complementados e interpretados de maneras distintas.
Pero, a pesar de que estas películas desafían al público a mirar un vacío lúgubre y sin respuestas y enfrentar miedos ocultos del ser humano, no todos aceptan esa invitación. Como analizaba un ensayo publicado en medium.com en 2016, películas como La bruja han sido fuertemente resistidas por los fanáticos del horror más tradicional, quienes suelen criticar la falta de sustos convencionales, y que –en un argumento válido-, los tráilers de estas cintas suelen promocionarlas como películas de terror tradicionales.
Es imposible enfrentar a alguien con un mensaje si es que el receptor tiene los ojos cerrados y las orejas tapadas desde el principio. Y si alguien pretende salir aterrado de estas películas tras 90 ó 120 minutos, probablemente se lleve una decepción. Pero una sensación de angustia probablemente irá creciendo en las horas, días y semanas siguientes de haber salido de la sala. Tendrá otro nombre y forma de actuar, pero esa sensación es la misma que produce cualquier buena película de terror: es miedo.
En un capítulo de la nueva temporada de la comedia The good place, la protagonista (Kristen Bell) reflexiona que el ser humano tiene una consciencia permanente de que la vida es finita, y por eso "todos estamos un poco tristes todo el tiempo". Pero quizás el término adecuado es un poco más fuerte: quizás, lo que todos estamos es un poco aterrados todo el tiempo. 2017 es un caos, como el año anterior y el anterior a ese, y por más pastillas y terapia que nos ayuden a aguantar el día a día, el intentar hacer sentido de lo que significa existir en el Siglo XXI es abrumador. Era hora de que el cine capturara esa esencia, y nos presentara formas fascinantes de catarsis colectiva.