Dos monos. Uno real y otro falso. El auténtico es un chimpancé que se pasea por la casa de Anne, mientras ella disfruta una noche de sexo y champaña con Christian, curador de arte sofisticado y caballeresco. El de mentira es un actor que se mueve, gruñe y salta a las mesas como un gorila, despertando la risa nerviosa y luego la histeria colectiva en una velada de etiqueta a la luz de los candelabros. Ni el curador ni el público saben cómo reaccionar ante los primates. Se han olvidado que, lejanamente, son primos genéticos.
Esta premisa se transforma en manos del director sueco Ruben Östlund en una sardónica comedia dramática acerca de la hipocresía política y los charlatanes del arte. El par de escenas citadas están en la mitad y en el final de The square, película que este año ganó la Palma de Oro en Cannes.
Protagonizada por Claes Bang y Elizabeth Moss (The handmaid's tale), The square desliza al menos dos tramas: la de la instalación "the square" ("un lugar donde todos se reúnan, se dicen la verdad y practican la confianza") y la de las consecuencias de un robo callejero. En ambas, Christian es el centro gravitacional, primero como el curador y luego como la víctima del hurto de su celular. Mientras organiza la campaña de "la plaza" se ve a un hombre progresista, un escandinavo clásico. Cuando va en busca del ladrón salen a la luz instintos imprevistos, cercanos a la intolerancia.
En su anterior filme, Force majeure (2014), Östlund ya había desarmado el modelo de la corrección sueca al contar qué pasaba cuando un padre de familia modelo huía de una potencial avalancha en los Alpes, abandonando a su esposa e hijos. Por Skype desde Gotemburgo, habla con Culto sobre The square, que se estrena la próxima semana en Chile.
-¿De dónde vino The square?
Todo parte de lo que llamo el "contrato social". Todo ha cambiado mucho desde los idílicos años 50, y ahora nadie confía en nadie, todos somos amenaza. En ese contexto decidimos crear la historia de esta "plaza", donde decidimos confiar el uno en el otro. En Suecia hay ejemplos sorprendentes. Por ejemplo, en el año 1967, de un día para otros dejamos de ir por la izquierda de la calle y pasamos a manejar por la derecha.
-¿Qué representan los simios?
Me encantan los monos. Son un espejo nuestro, pero ellos no tienen vergüenza de sus instintos y necesidades. Por el contrario, el humano tiene pudor y tiende a cultivar su lado más civilizado. Lo dramático es que en la vida diaria uno debe lidiar con los instintos básicos, con las reacciones primarias, no se puede desentender. En mis películas a menudo los protagonistas tienen vergüenzas de sus instintos. Es lo que le pasa con los espectadores de esta acción de arte en un palacio, todos de etiqueta, pero no sabiendo qué hacer ante un tipo que hace de mono y los desafía. Me interesa mostrar el choque que se produce entre lo que la civilización y la cultura nos ordena ser y lo que realmente somos.
-¿La sociedad sueca tiene vergüenza de sí misma?
No más que otras, aunque creo que los nórdicos, británicos y japoneses tienen un tipo de humor derivado de cierta torpeza en el trato social.
-¿Improvisó mucho?
Sólo al principio. Usualmente hago hasta 40 tomas de una misma escena. Cuando voy en la número 35 les digo a todos: "¡Concéntrense, entreguen lo mejor, nos quedan apenas cinco tomas. Es un partido de fútbol que debemos ganar sí o sí!". Las últimas cinco tomas son muy intensas.
-¿Probablemente Ingmar Bergman no es una de sus influencias?
En Suecia mis dos mayores influencias son Roy Andersson (1943) y Bo Widerberg (1930-1997), que no le tenían mucha simpatía a Ingmar Bergman. Andersson es de hecho uno de mis amigos y esto me convierte automáticamente en un enemigo del cine de Bergman (risas). A nivel general, quien más me influyó es Michael Haneke (Amour).
-¿Ganar Cannes fue una revancha por no obtener la nominación al Oscar por Force Majeure en 2015?
No veo la vida en términos de revancha. Cannes es un lugar donde uno tiene una gran atención y fui feliz de que se reconociera mi trabajo ahí. En el Oscar, en cambio, vota una masa de gente y los ganadores suelen estar a mitad de camino, sin ninguna dirección. Es una elección segura. Cannes ha premiado a muchos realizadores que nunca tuvieron un Oscar, autores de un cine provocador y controvertido. Por eso el Oscar no es problema para mí. No sé si has visto un video en Youtube que se llama "Director sueco enloquece" (se refiere a una grabación donde se lo escucha llorar tras no obtener la nominación). Ahí se ve a un tipo perdiendo su dignidad. A Hollywood le gusta ver gente llorando, perdiendo, para luego recuperarse y ganar. Es la historia de Cenicienta. Por eso predigo que esta vez sí ganaremos el Oscar.
-Pero ese video fue una actuación…
No lo sé. No acuerdo realmente. (Risas).
-¿Qué película hará próximamente?
Mi próximo filme se llamará Triangle of sadness. Es el término que usan los cirujanos plásticos para referirse a las arrugas que aparecen entre las cejas. Pero no hay de qué preocuparse: se arreglan en 15 minutos con botox (risas). En la historia, un modelo masculino empieza a quedar calvo.