El pastel con que la revista Rolling Stone festeja su aniversario -justo hoy, a 50 años de su primera edición- obsequia dos trozos. Uno dulce: el lunes, HBO estrenó el documental Rolling Stone: Stories from the Edge, donde detalla cómo la publicación se estableció como un faro de la cultura estadounidense, aunque omite esos rincones oscuros que explican su posterior crisis. El otro, amargo y traicionero: la semana pasada salió Sticky Fingers: The Life and Time, la biografía de Jann Wenner, el mentor todopoderoso de la compañía, donde se lo perfila como un magnate codicioso, de voraz apetito sexual y que fue desechando el afán contracultural que lo movilizó en sus orígenes.
"Es un pequeño bárbaro cuya sed de dinero, drogas y sexo amenazaba con superar su intelecto de navaja", describe el autor Joe Hagan en su texto, donde también asoma otra puñalada menos mortífera. Sticky Fingers no sólo alude a uno de los discos más legendarios de The Rolling Stones; mientras en la industria del porno es un concepto vinculado a la masturbación, en el léxico policial se utiliza para referirse a los malhechores de escasa monta.
Pareciera que la historia de Rolling Stone se sitúa justo en ese punto medio entre lo trascendente y lo áspero. Institución ineludible en la historia del rock, la sociedad de consumo y en las nuevas formas que fue explorando el periodismo, hoy está la venta, anuncio que hizo su mismo propietario hace un mes, como consecuencia de la sostenida baja en su comercialización (28% ha descendido en la última década), una supervivencia basada en su material de archivo (los insistentes especiales de The Beatles podrían formar una biblioteca) y una merma en su credibilidad, luego de publicar un artículo de una presunta violación en una universidad de Virginia, la que finalmente nunca existió.
Un escenario muy diferente al de sus inicios ensoñados. Con Lennon en portada y la cobertura del festival de Monterrey, la edición debut contó con una inversión de US $7.500, los que fueron cedidos por la familia de Jane Schindelheim, la novia de Wenner.
Este tuvo el olfato para no sólo observar el rock como una forma de arte que alcanzaba otras expresiones, sino que también como un producto. Desde un principio tomó determinaciones guiado por sus aspiraciones comerciales antes que por su sensibilidad underground. Por ejemplo, despidió en 1969 a Lester Bangs, el crítico de música más célebre de la historia, por sus reseñas destructivas de bandas como Grateful Dead, santidades intocables para el ejecutivo y de enorme impacto multiventas, por lo que no podía permitirse torpedear a sus aliados. Para muchos, fue la primera alerta de un periodismo atado al amiguismo, a una indisimulada condescendencia cuando el que está en la mira es un compadre de parrandas, estigma que persigue hasta hoy a sus profesionales.
"A partir de hechos como ése, algunos de los colaboradores y lectores de Rolling Stone acusaron a Wenner de venderse; pero no se puede vender lo que siempre ha estado a la venta", recordó Rich Cohen, ex pluma de la publicación en un reciente artículo en The Atlantic. Y como el objetivo era facturar, empezaron a olvidar a los artistas que no rendían. Rush fue el paradigma: el trío era un nombre de culto, pero no poseía ni la facha ni el sonido para capturar al público masivo, por lo que Rolling Stone jamás los consideró.
Según Hogan, el error mayor fue haber menospreciado el fenómeno de la onda disco en los 70, lo que derivó en otro estereotipo de periodistas, el de aquellos interesados sólo en los nichos, alérgicos a los sonidos de consumo popular, desconectados del radar masivo. A partir de esos días, la revista sólo se quedó con los números que garantizaban grandes ventas, como una vitrina oficial de la cultura pop, llegando a su colisión mayor hace dos años, cuando una foto de Kim Kardashian en portada le hizo declarar a Sinéad O'Connor la muerte de la música y hasta se preguntó "¿qué pensará Dylan de todo esto?": Dylan, el músico quizás menos preocupado en lo que alguna vez escribió Rolling Stone.
En contraparte, su legado más reluciente también está en esos turbulentos años 70. Para exhibir el desencanto post hippie y la incertidumbre de la Guerra Fría, Wenner contrató a figuras como Hunter Thompson y Tom Wolfe, capaces de retratar con estilo las miserias de su país, con textos minuciosos y sarcásticos que hasta hoy se mantienen como modelos en la irrupción de un nuevo periodismo. A 50 años de su nacimiento, las dos almas de Rolling Stone -la pluma aguda y los dólares exquisitos- aún son parte de su médula.