Una pesadilla coreana: llega La Red, la nueva cinta de Kim Ki-Duk
El jueves se estrena la película del más premiado de los cineastas del país asiático, potencia fílmica en la región.
No todos los norcoreanos se encuentran con la tierra de las oportunidades al cruzar la frontera sur. No si es que llegan a parar por accidente y sin dinero a las manos de un sádico oficial cuyos padres fueron muertos por funcionarios de Corea del Norte. Al modesto Nam Chul-Woo, nacido y criado en el Estado totalitario de la dinastía Kim, le toca la mala fortuna de caer en los cuarteles del inspector Kim Young-Min, el paranoico policía que ve a su nuevo rehén como el chivo expiatorio de traumas personales. Por añadidura, el policía está convencido de que el desaliñado y barbudo pescador es un espía de Kim Jong-Un.
Estos angustiantes antecedentes sirven para determinar más o menos cómo será la vida del pescador Nam (Ryu Seung-Bum) en las próximas dos horas de la trama de La red, la última película del realizador surcoreano Kim Ki-Duk (1960). Será, previsiblemente, bastante laberíntica, sofocante y hasta tragicómica. Se diría, en última instancia, que es kafkiana: su protagonista sale accidentalmente de un estado tirano, pero en el hermano democrático del sur sólo encuentra un trato infame, lejos de lo que se esperaría de un pueblo que habla el mismo idioma.
El largometraje número 22 del prolífico Kim Ki-Duk se estrenó el año pasado en el Festival de Venecia y este jueves entra a salas chilenas, precedido de la buena impresión que dejó en Chile la exhibición de las tres últimas películas de su compatriota Hong Sang-Soo en los festivales Sanfic y de Valdivia. Sang-Soo, cuyo cine no tiene mucho que ver con el de Ki-Duk, es aún más productivo y aquellas cintas (On the beach at the night alone, Claire's camera y The day after) son de este mismo 2017.
En la ola coreana del año (ver recuadro) también hay que mencionar el estreno en Netflix (y antes en Cannes) de Okja, filme de pretensiones ecológicas de Bong Joon-Ho (1969), el cineasta más joven del grupo y quizás más "occidental", pero de indudable jerarquía en su manejo de la ciencia ficción y la fantasía.
Un enredo infeliz
En la película de Kim Ki-Duk todo parte con un lío de redes. Temprano en la mañana, como pasa con los pescadores de todo el mundo, el esforzado Nam Chul-Woo deja su casa, esposa y pequeño hijo con el objetivo de buscar suerte en las aguas. Está cerca de la frontera, pero conoce los límites. Si los traspasa, tiene claro cómo echar a andar el motor y salir rápido del país donde es un extranjero. Lamentablemente sus redes le juegan una mala pasada, atrofian la hélice, el motor se para sin remedio y el bote queda del lado equivocado.
La alegoría que plantea Kim Ki-Duk es que ninguna de las dos Coreas es el paraíso (aunque deja en claro, con imágenes, el nivel de tiranía en el Norte). Esa comparación se hace evidente cuando al pescador lo meten preso en el sur. Primero lo maltratan y lo conminan a confesar que es un espía. No lo es y el paso siguiente es "comprarlo", darle hogar y lujos para que hable pestes de Corea del Norte. La estrategia tampoco funciona: Nam Chul-Woo sólo quiere volver a la choza ribereña con su esposa.
La ambigüedad en esta alegoría le pertenece al personaje de un guardia que le toma simpatía y le facilita la vida. El es el encargado de decirle a sus jefes que en realidad el pescador es un pobre ciudadano común y corriente tan lejos de ser un espía como ellos de ser empleados de Corea del Norte. El vuelco curioso en la anécdota de Nam Chul-Woo es que los intentos denodados de sus captores por mantenerlo en la tierra de la democracia y hacerlo renunciar a su totalitaria patria de origen resultan tan antidemocráticos como el país enemigo.
La red es, sin dudas, una película extraña en la extensa filmografía de Kim Ki-Duk. Con estudios de arte en París y tempranas intenciones de ser sacerdote (el catolicismo es fuerte en Corea del Sur), el director se ha mantenido en general alejado de los temas políticos.
En su obra abundan, en cambio, los personajes marginales de la ciudad, en particular prostitutas y mujeres maltratadas (Samaritan girl, Oso de Plata en Berlín 2004), meditaciones trascendentales en medio de la naturaleza (Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera otra vez, 2003), reflexiones cuasi-religiosas sobre la misericordia (Pietà, Oso de Oro en Venecia 2012), disgresiones acerca de los límites de la intimidad (Hierro 3, 2004) y hasta una observación penetrante sobre la belleza artificial y la cirugía plástica (El tiempo, 2006).
A inicios del 2000 varias de sus producciones llegaron a Chile, dando cuenta de su versatilidad y su espíritu provocador. Lamentablemente, el mejor Kim Ki-Duk, el de Pietà y el del documental Arirang (premiado en Cannes 2011), no se estrenó acá. Ahora, con la presencia de La red otra vez es posible apreciar que su interés por cambiar de piel y de temas sigue intacto.
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