Muhammad Ali buscaba respuestas. El mejor de todos los tiempos no entendía por qué su empresario había pactado una pelea contra un tipo así. Unos cuantos meses antes había protagonizado The rumble in the jungle, la contienda más celebre de la historia del boxeo, tumbando a George Foreman. Pero ahora tenía enfrente a un viejo decadente que, asumía, no estaba a su altura. Uno que respondía al apodo de "El sangrador de Bayonne", por sus vulnerables cejas, y que consumía su tiempo en clubes nocturnos.

Sus credenciales dentro del cuadrilátero tampoco convencían: un récord de 35 victorias, 14 derrotas y dos empates. Nunca antes consiguió destacar en el boxeo mundial, aun cuando tuvo la oportunidad de enfrentar a ilustres como Sonny Liston o el propio Foreman. Pero a sus 37 años este combate, que le ofreció el promotor Don King, se presentaba como la gran chance de su carrera, acaso de su vida.

Días antes de la pelea, Sports Illustrated lo definía como "un ancho bloque de corazón y sueños, uno de los últimos peleadores de clubes, de ésos que te dan todo lo que tienen, que convierten al ring en un mar púrpura y siguen pidiendo más".

En efecto, sin importar la abundante sangre que brotaba de sus cejas como era costumbre, Chuck Wepner se mantuvo de pie. Ante el asombro de todos, aguantó estoicamente cada uno de los embates que ofrecía el repertorio, en ese entonces, más fuerte del mundo, hasta llegar al noveno asalto. Ése que cambió para siempre su historia.

Fue allí cuando Wepner silenció por completo al coliseo Richfield de Ohio. Tras evitar una serie de golpes, contra todos los pronósticos, logró conectar una izquierda cerca del cuello de Ali, quien retrocedió un par de metros y, luego, sorpresivamente cayó. Sí, por segunda vez en su carrera.

Herido en su orgullo, el de Kentucky se levantó y se abalanzó sobre Wepner. Aun así el retador llegó al último round, pero cuando faltaban tan sólo 19 segundos, un directo en su rostro acabó con la pelea. A esa altura, poco importaba: el desconocido peleador de club consiguió lo que, hasta entonces, sólo Joe Frazier pudo: derribar al mejor de todos.

Ese 24 de marzo de 1975, desde el histórico noveno asalto, se empezó a filmar la película más emblemática del boxeo. Wepner ni siquiera lo imaginaba, pero en ese momento firmó su mejor actuación y se convirtió en Rocky. En el verdadero Rocky. Silvester Stallone, quien presenciaba la contienda, vio en ese aguerrido peleador y en su corajuda batalla frente al mejor, en esa increíble historia de vida, el guion ideal para el personaje italoestadounidense.

Dos años más tarde, el 28 de marzo de 1977, Rocky, la historia inspirada en Chuck Wepner ganó con total justicia el Premio Óscar a mejor película de 1976. El boxeador, que pasó por la cárcel por tráfico de drogas, sin embargo, en 2003 presentó una demanda, asegurando que nunca recibió compensación alguna. Tres años más tarde, llegó a un acuerdo privado con Stallone por inspirar la historia de la popular saga.