Muertitos y coleando
La película usa festivamente el recurso de la memoria emotiva como núcleo de una dramaturgia bien aceitada.
Ya antes de Speedy González, del "Lento" Rodríguez y de que Cantinflas encarnara a un tal Pepe en la película homónima de George Sidney, Hollywood sabía encontrar vueltas pintoresquistas para retratar en pocos trazos a los mexicanos en actitud de ser obvia y folclóricamente mexicanos. A todo evento.
Ahora, no es que los personajes de Coco sean ajenos a los pauteos y a los tics culturales. Es sólo que la máquina narrativa tiene acá sus modos y sus tiempos. Y eso está bueno.
La nueva cinta Pixar (Disney/Pixar es hoy la marca) se centra en el pequeño Miguel, miembro de una familia pueblerina, numerosa, apatotada y bullanguera. Es gente entregada al oficio de hacer zapatos y al negocio de venderlos. Unida está, cabe agregar, en el desprecio por las artes musicales. ¿De dónde viene tal sentimiento? De los tiempos en que el tatarabuelo de Miguel, intérprete y compositor de melodías que llegan al corazón, dejó el hogar para irse y no volvió nunca más.
Pero resulta que lo único que quiere Miguel es cantar y guitarrear en la fiesta nocturna, a propósito del mundialmente célebre Día de los Muertos. Ni los regaños de la abuela ni la contundente indignación familiar lo harán perderse la oportunidad dorada: conseguir una guitarra y participar en un concurso de talentos, así tenga que profanar el mausoleo de uno de los cantantes más populares de su país, que a título de trivia lleva la voz de Marco Antonio Solís. El problema es que, por audaz, ahora hace un camino a contramano: va al país de los muertos justo cuando estos van a visitar a los suyos, siempre y cuando haya alguien que los recuerde. En esta incursión es ayudado por un esqueleto paria a quien nadie evoca entre los vivos. Ya se verá por qué.
La película usa festivamente el recurso de la memoria emotiva como núcleo de una dramaturgia bien aceitada (no será Ratatouille, pero vamos), de la mano del codirector de Buscando a Nemo y Monsters, Inc. Muy limadas sus aristas macabras, lo que queda es una expedición narrativa con sus tópicos y sus recurrencias, pero que dignifica el material con el que trabaja, incluso en sus pasajes más pirotécnicos, bullangueros y/o sentimentales.
Las voces de la versión original -que en Chile se exhibirá junto a la doblada- suenan distintivas y cómodas en ambos idiomas. El inframundo que acá se propone es más que un display colorinche de calaveras, alebrijes y puentes hechos de flor de cempasúchil. Pero también es eso y lo es orgullosamente. Porque Coco, después de todo, es algo para ver.
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