Estamos ante algo predecible pero no por ello menos inquietante: el programa puesto al aire en un momento más que inoportuno; algo que terminó convirtiéndolo en un lujo innecesario, un acto de ostentación que resulta más que superfluo ahora mismo pues nunca la palabra "estelar" pudo sonar más vacía.

No es que se trate de un mal show. Diana Bolocco es la mejor animadora que hay actualmente en la industria. Es empática, veloz y divertida, y casi siempre evita ser autocomplaciente pues es capaz de reírse de sí misma y los otros. En ese sentido, Diana es correcto en su ejecución; sigue las pautas del formato al dedillo: conversaciones intimas realizadas en un set gigante, juegos sexys, apuntes de actualidad, visitas de artistas en baja (David Bisbal), etc.

El problema en realidad es más profundo. Después de Vértigo (animado también por Bolocco), la misma idea de un show como Diana no deja de lucir ingenua y anacrónica. Por lo mismo, se extraña la ligereza destemplada de la animadora, algo que a veces podía ser feroz. De hecho, los momentos más interesantes de Vértigo se producían cuando Martín Cárcamo preparaba al invitado para que ella le diese el golpe de gracia y así mostrar en la pantalla sus imposturas como heridas falsas o abiertas.

Eso no pasa acá. Bolocco es aplicada pero funciona mejor en el caos, en la improvisación y lo inesperado. Pero eso no está presente en el programa, construido a partir de una estructura rígida y sin sorpresas, puesta al servicio de la idea del rostro que la misma conductora encarna. Esto provoca un efecto extraño. Diana termina luciendo como algo salido de otra época, de un mundo previo al colapso de la industria, el mundo hueco de una tele confiada en las certezas de un espectáculo sin ambigüedades.

En un momento en que la cultura de los matinales parece haber invadido todo para volverlo una versión tan triste como exagerada de la vida cotidiana, el 13 optó por Diana antes que cualquier cosa. Ya antes habían eliminado su área de realities. Esto daría lo mismo si no se tratase del mismo canal que puso al aire Secretos en el jardín y Los 80, por poner dos casos inapelables de ficciones televisivas más o menos recientes.

Quizás el próximo año repongan una versión zombi de Raúl Matas conversando en la penumbra con un Topo Gigio envejecido, sacado del tarro de la basura y con la piel de peluche llena de garrapatas y tiña. No sería raro: por ahí se habla de que en TVN van a resucitar Rojo. Mientras, es imposible no establecer un paralelo entre esta falta de innovación con el colapso económico que los canales quieren tapar reciclando lo que pillen.

Ahí, la vuelta de la cultura del estelar quizás es la salida más desesperada que hemos visto en un rato pues confirma que la crisis televisiva no es un asunto abstracto sino que algo harto más concreto, pues tiene que ver con la cancelación efectiva de proyectos, el despido de equipos completos de trabajadores y la asfixia paulatina del medio; una jibarización real de los canales de televisión abierta como productores relevantes de contenidos en nuestra cultura.

Nada que hacer. Mientras cierra su área dramática, Diana es lo que Canal 13 considera prioritario ahora mismo: una televisión con la moral de 1995, una tele de divas y rostros, una tele de millonarios que también son muertos vivos, una vitrina llena de joyas falsas antes que una casa (o una pantalla) llena de historias o ideas frescas.