Un tipo descamisado levanta una polera que alguna vez fue blanca con la palabra Lazy estampada, una de las canciones que suena esta noche de viernes, mientras camina entre el gentío del Movistar Arena. Más allá un hombre que de seguro fue a ver la película de Woodstock en su estreno, baila incesante y descoordinado como marioneta en manos de un aprendiz. Deep Purple atrona. La banda británica, una de las piedras fundacionales del heavy metal y plato principal del festival Solid Rock, ha enterrado los prejuicios sobre su actual condición artística. Desde "Highway star", el primer tema, el quinteto británico arrasa y el público, que masivamente concurrió a la cita sólo por ellos obviando a Cheap Trick y Tesla, reacciona enfervorizado. Deep Purple ocupa un espacio similar a Creedence Clearwater Revival y Grand Funk en las primeras generaciones de fans del rock en Chile. Gozan de profundo arraigo popular.
Ian Gillan, modelo clásico del vocalista chillón de los 70, parece recuperado. Si bien por el desgaste propio de cinco décadas es imposible que su garganta sea la misma, está cantando mucho mejor que en las primeras visitas del conjunto en los 90. El resto de la banda mantiene sus capacidades intactas: la muñeca de Ian Paice en batería, la solidez de Roger Glover al bajo, las notas como cascadas del tecladista Don Airey, y el virtuosismo de Steve Morse en guitarra, artista que a falta de un sonido característico impone su habilidad soleando. En medio de un listado que privilegió sus canciones más conocidas como "Strange kind of woman", "Perfect strangers", "Smoke on the water", "Hush" y "Black night", hubo también espacio para material nuevo como "Birds of pray" de su último y más que convincente álbum de este año Infinite. Aunque la gira se llama The long goodbye tour, Deep purple parece recargado y dispuesto a seguir por un buen tiempo.
Los ingleses fueron antecedidos por otra institución del rock clásico como Cheap trick, aunque con el grupo de Rockford no hay caso de sacudir su condición subvalorada, a pesar de las citas como influencia cortesía de Nirvana, Mötley Crüe y Guns N' Roses. El público sólo reacciona al turno de la lacrimógena balada "The Flame" que les devolvió la vida en 1988, y por la cual nunca sintieron apego al ser obra de manos externas. Cheap Trick hizo las delicias de los escasos asistentes al tanto de que At Budokan (1979) es uno de los mejores discos en vivo de todos los tiempos, interpretando varias gemas de aquel hito como "Hello there", "Come on, come on", "Lookout", "Big eyes", "Clock strikes ten" y "Surrender", esta última insoslayable en la historia del rock como ejemplo de angustia juvenil. Con la ruidosa guitarra de Rick Nielsen, el voluminoso bajo de 12 cuerdas de Tom Petersson y la extraordinaria voz de Robin Zander -un cantante melódico aún capaz de gritar con estilo-, Cheap Trick seguirá siendo un manjar solo para conocedores capaces de apreciar su maridaje entre el sentido melódico de The Beatles y la brutalidad en directo de The Who.
El prólogo de la noche estuvo a cargo de los estadounidenses Tesla, una banda de hard rock con oficio pero sin características sobresalientes y, lo que es peor, ningún éxito mayúsculo que hizo de su debut en Chile una presencia a lo sumo correcta.