Diarios íntimos de autores: la escritura de la vida
Dicen que llevar un diario de vida despeja la mente y libera de problemas. También, que requiere de disciplina y algo de narcisismo. En realidad se trata de una forma de escritura en que vida y literatura se interpelan.
Un diario de vida es algo así como un mecanismo en donde los autores, ya sea por hábito o experimento, registran los surcos de la memoria para volver a recomponer la experiencia.
A fines de 2015, cuando aparecieron Los diarios de Emilio Renzi (Anagrama), el libro en donde Ricardo Piglia registra su vida como si fuera la de otro, el género recibió un bálsamo vigorizante.
Lo interesante del libro de Piglia —o su álter ego Emilio Renzi—, es que junto con revitalizar al género (el volumen apareció en varias listas como lo mejor del año), cubre un periodo de sus años de formación y, por lo tanto, aparecen los materiales de su iniciación en la lectura y escritura.
Están ahí los primeros conflictos, dudas y epifanías de un artista en proceso, mientras su vida personal y su búsqueda literaria atraviesan la Argentina del golpe militar, Perón y la muerte del Che Guevara. "La memoria sirve para olvidar, como todo el mundo sabe, y un diario es una máquina de dejar huellas", explicó el autor alguna vez.
Ahora, el escritor que transforma su propia vida en un material literario, sin una idea de lector, o más preocupado de cierto momento cultural, no es algo nuevo, aunque sí en boga. Franz Kafka, Virginia Woolf y Cesare Pavese fueron grandes escritores de diarios de vida, así como Fernando Pessoa, Julio Ramón Ribeyro o Luis Oyarzún. Entonces, ¿qué es lo interesante o desechable de los diarios de vida? ¿Están escritos para la posteridad o para quemarse después de la muerte del autor?
Hicimos el ejercicio de preguntar a algunos escritores y editores si llevan un diario de vida y por qué motivo. Estas fueron sus respuestas.
Mariana Enríquez
No llevo diario ni llevé nunca. A veces tomo apuntes en viajes. De hecho, en los viajes, cuando tomo notas, a veces me desvío un poco y agrego citas, o algo personal… pero nunca tuve intenciones de llevar un diario, no me parece muy interesante mi vida. A veces lamento no haber llevado un diario de ideas o lecturas, algo más distante, quizá, pero prefiero confiar en mi mala memoria. Me parecen, como escritora, más útiles para la ficción esos recuerdos distorsionados por el tiempo y los olvidos. Hay algo de la «fijación» de la experiencia en los diarios que sencillamente no me atrae en lo personal. Y supongo que tampoco en lo literario.
Alejandro Zambra
Sí, llevo un diario desde hace muchos años. La respuesta más honesta sería «porque sí». Llevar un diario es un hábito, no hay demasiadas explicaciones, uno luego puede inventarlas, pero básicamente es un hábito. Quizás en la decisión de llevar un diario hay muchas motivaciones que luego se van desdibujando. El mío no tiene más propósito que registrar algunas cosas, sin ninguna intención literaria. Está pésimamente escrito, a veces son notas que solo yo entiendo. Eso me gusta, no hay una idea de lector, es totalmente privado. Si supiera que me queda una semana de vida, lo primero que haría —después de llorar a gritos, naturalmente— sería quemar esos cuadernos. Pero hay zonas de ese diario que son más públicas, por ejemplo las «cabañuelas» de este año que estoy escribiendo ahora mismo y que seguramente alguna vez mostraré. Cuando chico alguien me dijo que los primeros doce días del año contenían el año entero. Creo que fue después de un día de lluvia, en Santiago, los primeros días de enero. Alguien me dijo que había llovido porque era —por ejemplo-— 5 de enero y eso significaba que llovería mucho en mayo. Entonces, durante varios «comienzos de año» yo llevaba un diario de esos días. Me encantaría leerlos ahora, quizás qué cosas anotaba ahí. Después supe que ese tipo de escritura se llama «cabañuelas». Hace poco he retomado esa costumbre.
José Leandro Urbina
La respuesta sobre si llevo un diario de vida es no. Lo más cercano a eso fue un breve diario de un viaje a España en medio de una depresión mal controlada. Hay un par de cosas que me impidieron realizar esa idea que alguna vez se me pasó por la cabeza: 1) Sentir que el diarista, y sobre todo el que publica o es publicado, posee un sentido de autoimportancia que a mí se me escapa. Además, creo que es muy difícil llevar un diario que se escriba con total sinceridad y que no se contamine con elementos de ficción. El psicoanálisis nos enseña que estamos llenos de cuentos sobre nosotros mismos. Sé que algunos usan el diario como terapia. 2) A veces, el diario puede ser cruel e injusto con los otros. Puede dejar salir alguna rabia momentánea, decir cosas de las cuales nos arrepentiremos, entender mal una situación que consideramos absolutamente transparente, etc. Ese riesgo ético, considero que no vale la pena. 3) Tal vez, como dice el filósofo Mirko Macari, sigo «reproduciendo prácticas que obedecen a los traumas de una generación fracasada que aplica lógicas con las cuales se manejaban en la clandestinidad los partidos, esta cosa de ocultar y guardar como información secreta y reservada dónde está el maletín con armas», por ejemplo. Yo viví en Buenos Aires en los años setenta y llevar un diario en el contexto en que vivíamos era simplemente peligroso. Teníamos un amigo diarista a los que todos reprochaban, querían ver que se decía de ellos en ese diario y, por otra parte, cómo filtraba en la escritura sus opiniones más extremas. Él andaba con sus cuadernos encima y sus amigos le advertían de lo jodido que sería si la policía lo detenía con ellos. Había un incómodo sentimiento de que llevar ese diario era desleal. 4) Finalmente, me parecen más interesantes los diarios que registran un cierto momento cultural. Reflexiones sobre el arte, la política, la literatura; opiniones sobre los destacables de la época, aun cuando sean subjetivas.
Andrea Palet
No lo llevo, no siento esa necesidad. Una vez lo intenté y me aburrí a los dos días.
Álvaro Bisama
No llevo diario de vida. Lo siento.
Cecilia García-Huidobro
No llevo diario, lo siento. Me hubiera gustado hacerlo, pero me falta disciplina y narcisismo supongo.
Paulina Flores
Durante toda mi infancia y adolescencia tuve un diario de vida. Compraba uno por año, pero también tenía otro para «eventos especiales», onda, cuando necesitaba explayarme más, páginas y páginas, escribía en ese, y es bacán, porque tiene como anotaciones de distintos años, y puros momentos drama. Después de que salí del colegio los dejé y solo volví a escribir este año. Lo necesitaba, porque estaba en proceso de edición de libro y no me quedaba mucho más tiempo para escribir otras cosas. Escribir un diario esos días fue como un «desahogo» escritural. La gente, y yo misma durante un tiempo, tiene prejuicios con los diarios, justamente por encontrarlos parte de una «etapa infantil» o muy sentimental. Así que encuentro genial que estén volviendo como género porque tienen el mismo valor literario que otro tipo de narrativa, basta echarle un ojo a los de Virginia Woolf. Cuando escribía diarios nunca lo hice porque quisiera ser escritora o mucho menos, pero quizás esa necesidad de escribir día tras día, de estar obsesionada con describir cada mínimo detalle y de sentir alivio al hacerlo, se relaciona con mi escritura.
Mike Wilson
Cuando chico intenté llevar un diario de vida. Nunca resultó, a lo más la rutina duraba tres o cuatro días. Me aburría, sentía que era una redundancia, que ya sabía qué me había pasado y en qué había pensado ese día y no entendía el propósito de traducir eso a lenguaje y registrarlo en un diario de vida. Era para mí calcar innecesariamente un dibujo que ya era evidente. Me gustaba escribir, pero no reproducir lo trazado por escrito. Creo que ahí me di cuenta que siempre he escrito para mí, no para un otro-lector, ni siquiera para mi yo futuro (él nunca me interesó mucho), sino escribir/leyendo para mi experiencia del ahora. Pienso que en la ficción encuentro una suerte de diario de vida, que el «quién soy» gravita en el momento de escritura, que me represento de manera más fiel y certera a través de la abstracción de mi identidad y de la realidad. Escribir ficción es abstraerme, soy más yo así, quizás más conocible por esa vía que por una copia tautológica de mi vida diaria y de mis reflexiones (incluyendo esta).
Rodrigo Hasbún
Llevo un diario desde los dieciocho años. Lo empecé a principios del 2000, en un viaje a Chile, y a partir de entonces se volvió un hábito necesario, casi una adicción. Tengo mala memoria y ese registro constante me ofrece la posibilidad de que las cosas de todos los días (las importantes pero también las otras) se pierdan menos fácilmente, de que duren más. Para mí el diario es sobre todo eso: una especie de álbum de uso privado, lleno de fotos de un hombre haciéndose preguntas o desmoronándose lentamente o creyéndose invencible, fotos donde se lo ve bien vestido o en un estado impresentable, a solas o acompañado de sus amores y su familia y sus amigos y enemigos. Por supuesto, dado que están hechas de palabras, esas imágenes no solo fijan el paisaje y los cuerpos sino también las obsesiones y los terrores cotidianos, el viaje interior de quienes aparecen y del que se hace a un lado para intentar entender algo. En el diario, en ese álbum expansivo y un poco monstruoso, lo que más me conmueve es atestiguar cómo todos nos vamos transformando día a día, página tras página (aunque no lo sepamos ver mientras sucede). La ilusión, el convencimiento, es que ir dejando marcas me ayudará luego a reconstruir mejor la figura, algunos sentidos posibles.
Alberto Fuguet
No, no llevo. Creo en ellos pero requiere una disciplina enorme y un sentido de secretismo o quizás eso algo como «soy escritor todo el día, todos los días» y yo trato, cada tanto, de olvidarme de eso o tratar de olvidarme. Zafar. Me gusta la idea de ser normal, de no ser escritor todo el día. Incluso soy malo para las libretas. Digo: para llenarlas. Tengo muchas y anoto ideas que son parte de un libro o van a ser de un libro. Me acuerdo que anoté en un café: «voy a escribir de ti, hueón» y eso fue clave [así comienza su novela No-ficción]. Supe que tenía un comienzo. Luego a la tarde, en el metro, se me ocurrió la frase o palabra final y me dije: tengo el comienzo y el final. Pero no, no llevo diarios. Supongo que el disco duro de un computador lo es: mails, ahora redes sociales, browsing history. Más allá de todas las mentiras relevantes, supongo que mis diarios son la suma de mis artículos, novelas, películas. Es algo semejante. No sé si creo que en los diarios. Es otro género literario. Me gustan y los leo. Y creo que están escritos pensando en la posterioridad y en que se lean, algo que a veces creo que la novelas no poseen. No todos los que escriben novelas saben que serán leídos o pasarán a la posterioridad. Los diarios de Piglia-Renzi son ultra literarios y les falta vida y deseo. Me han fascinado pero no creo que sean diarios que lo cuentan todo. Lo que hemos leído de Donoso son diarios que claramente tenían un lector: su hija y eso me parece perverso y me altera pero sin duda que son artefactos más que solo anotaciones.
Diego Zúñiga
Llevo un diario desde hace un par de años, de forma intermitente, que está desperdigado en distintos cuadernos y libretas. Anoto ahí, sobre todo, lecturas, algunas citas, cosas que me impresionaron en su momento y que desearía no olvidar. Me gusta leer diarios, me parece que La tentación del fracaso es un monumento, y que seríamos muy felices, los lectores, si es que algún día leemos todas sus páginas inéditas que dejó Ribeyro antes de morir. Aunque también ahora –mientras leo los diarios de Piglia– he pensado en cuánta edición hay siempre en el género. En el caso de Piglia es una edición explícita —dice, de hecho, que son de Emilio Renzi y que los ha reescrito—, pero además se nota. En el caso de Ribeyro o en los de Salvador Elizondo —que publicó recién el FCE—, aquella edición se nota mucho menos y todas las entradas parecen surgir de una naturalidad absoluta. El talento para esconder el artificio, supongo. Recomiendo mucho, por último, las entradas del diario inédito de Alejandro Rossi, que publicó Letras Libres hace un tiempo. Me parecieron excepcionales.
Rafael Gumucio
Llevo años tratando de llevar uno. Me resultó el año 2005 en que me casé y el 2009 en que casi me muero de horror, del simple horror de cumplir 40 años. Creo que tengo anotaciones esparcidas el resto de los años. No tengo la constancia y la dedicación de escribir un diario, un género que me fascina por lo demás. Me pongo engreído y luego caigo en la falsa humildad. Me da demasiada lata escribir si no me pagan para ello y tengo tanto que escribir para diarios, revistas, que en el fondo la energía se va ahí. Es lamentable porque creo que tendría muchas cosas malas que decir de mucha gente que luego será famosa. Tengo todas las cualidades de un diarista, menos una, la constancia.
Edmundo Paz Soldán
La verdad es que hoy no llevo un diario de vida. Sí lo llevaba cuando comencé a escribir, en los años en que hacía el doctorado en Berkeley. Era un lugar ideal para anotar comentarios a libros, ideas que se me ocurrían para cuentos, frases de novelas que me habían gustado, etc. Era un diario de vida literaria, más bien, porque en él no contaba tanto lo que me estaba ocurriendo (la chica que me dejó, la familia que extrañaba, cómo me iba en las clases), sino lo que me estaba ocurriendo en su relación con mi aprendizaje en la vocación literaria. Una visión acotada, más bien, porque con los años uno se da cuenta que son esas cosas que no tienen que ver tan obviamente con la literatura las que sostienen y permiten tu literatura, las que te dan una forma de ver la vida. Pero bueno, eso se aprende con los años.
María José Viera-Gallo
Empecé mi primer diario de vida a los 12. Ese diario es muy de niña, muy clásico. De ahí evolucionó a algo que los franceses llaman carnets o cuadernos donde no necesariamente pongo la fecha y me obligo a escribir todos los días. En ellos encuentras un pastiche de fragmentos de ideas, objetos (tickets de películas o recitales por ejemplo), pensamientos en voz alta, cartas que nunca mandé, poemas… Lo hago por una necesidad de no tirar mi vida a la basura, como si esos cuadernos fueran un sitio arqueológico o una reserva.
Simón Soto A.
Llevo un diario desde comienzos de 2009. Antes de ese año, los diarios de escritores me eran algo medio ajeno. Pero ese verano me regalaron los diarios de Lev Tolstói, que editó en dos hermosos volúmenes editorial Acantilado, en una excelente traducción y edición al cuidado de la académica Selma Ancira, experta en la vida y obra del conde de Yásnaia Poliana. Leí ambos volúmenes de manera compulsiva, marcando y anotando citas en casi cada página. Se transformó de inmediato en una de mis lecturas de cabecera, y me impulsó a leer toda la obra de Tolstói. Pienso que los diarios en sí representan una obra total, de gran ambición y que adquieren un sentido como corpus literario, independiente del resto de la obra tolstoiana. Todas las contradicciones, conflictos y ambigüedades de la poderosa personalidad de Tolstói quedan plasmadas allí, como también su intensa vida, su trayecto como personalidad rusa y moral, su búsqueda de la fe, y por sobre todo, el «making-of» de sus obras más relevantes. Había tal nivel de profundidad en lo que leí, que yo sentí la necesidad imperiosa de comenzar a registrar mis días, en un documento privado, que ojalá fuese acumulándose por años y años, y que estuviera destinado únicamente al silencio. Y, con mayor o menos constancia, he persistido y continúo escribiendo. Para mí, se ha transformado en una cocina literaria, donde voy dejando constancia de mis inquietudes, experiencias, lecturas y también de nimiedades que tal vez van a servirme a futuro para quién sabe qué cosa. Y por supuesto, el diario de Tolstói y el mío propio me impulsaron a leer otros diarios.
Camila Gutiérrez
Justo he estado pensando harto en lo del diario porque alguien me sugirió hace poco empezar a llevar uno e hice caso, sin cachar bien por qué tenía tantas ganas de hacer caso. Ahora, que he pasado tres semanas con diario, entiendo un poco más. El último que tuve fue a los 13 y hablaba de lo hermoso que era mi pololo, de lo horribles que eran mis papás y de las elecciones Lagos-Lavín. Me dio tanta plancha verlo, cuando grande, que lo boté a la basura. Ahora me arrepiento. Me gustaría tener esa memoria de lo que fui o de lo que quise proyectar esos días. Supongo que en parte por eso tengo diario de nuevo. Para revisarlo más adelante. Lo mismo que sacarse fotos. Y hay algo más: he venido trabajando el rollo autobiográfico o autoficción, o como quiera llamárselo en una dirección y me interesa ver distintas modulaciones de ese rollo. Porque me empezó a pasar algo súper aterrador: tener la sensación de que la memoria que construía (y de la que se alimentaban) mis libros era la mejor memoria/versión de mi vida, por decirlo así. Y esa hueá es súper falsa. Creo que llevar un diario, lo errático que puede ser llevar un diario, descomprime esa idea. Por último y no sé si menos importante, pero muy en otra línea: me interesa llevar un registro de todo lo que como.
Francisco Díaz Klaassen
La verdad es que no tengo mucha relación con el género. No llevo un diario y nunca me he sentido tentado a empezar uno. De hecho, me parece que hay algo anacrónico en que se sigan escribiendo hoy en día, abolida la omnisciencia del siglo XIX. He leído los que ha leído todo el mundo, con alguna idea preconcebida de antemano, y los he valorado más en función a esa idea preconcebida que a lo que puedan ofrecer realmente. Por lo que tiendo a pensar que es un género al que le cuesta sostenerse por su cuenta; necesita prescripción, morbo o contingencia en mayor medida que méritos estéticos. En ese sentido entiendo que quien quiera estudiar a un autor los aprecie, pero me resulta bastante sospechoso que se los pueda celebrar o tildar de eventos literarios.
Antonio Díaz Oliva
Más que diario de viaje llevo diarios de viajes. Tengo varias pequeñas agendas por cada viaje que hago. Y desde hace cinco años, cuando me fui de Chile, no he hecho más que inventarme viajes (Nueva York, Praga, Bogotá, Washington DC y otros/varios destinos) y escribir sin presión. Lo que sea. Mi última libreta, de hecho, es del último viaje a Chile. El diario de vida, en verdad, me parece el género literario más mentiroso de todos: si tuviera uno le pondría Ficciones diarias. Pero me cuesta encontrar épica en el día a día.
Romina Reyes Ayala
Actualmente no tengo uno, pero he tenido varios a lo largo de mi vida. Puedo ponerme autobiográfica y decir que mi mamá tenía la extraña costumbre de escribirnos un diario a mi hermana y a mí donde contaba lo que hacíamos como si fuéramos nosotras, o sea en primera persona. Cosas como «hoy fuimos al zoológico con papi y mami y lo pasamos súper». Luego yo como a los seis años tuve mi primer diario que me compré en la feria y luego no paré. Aunque no siempre eran diarios, sino que agendas Pascualina y cuadernos y agendas viejas que había en mi casa. Ahora uso libretas o cuadernos también que siempre tengo por ahí. Hace poco releí un diario que empecé como a los 14 años, que era muy dramático porque lo empecé a escribir en un momento que me enfermé y tenía fiebre. Yo creo que estaba delirando. El diario dice puras cosas como que sufro demasiado y soy la persona que más sufre en la vida y por qué me pasan estas cosas a mí. Pero supongo que eso es lo entretenido y terrible de tener un diario, tienes un registro de ti misma, y al menos a mí me pasa, que cuando releí algunas cosas este año me di cuenta de lo exagerada y ridícula que soy, y también me di cuenta de cómo soy, y peor aún, que desde chica he sido más o menos igual. Lo bueno: puedes encontrarte con que ya escribiste que te pasó lo peor que te podría pasar, y te das cuenta que ya pasó y lo superaste y la vida siguió, así que es también como un llamado a ser menos dramática con las cosas que suceden. Creo que esa es la gracia de llevar ese tipo de registros, pueden ser una ayuda de memoria que, a la larga, te puede ayudar. Ahora, hundirse en la revisión del pasado me parece bastante peligroso. Hace poco me puse a revisar unos documentos que tenía en dropbox como de hace dos computadores atrás y terminé durmiéndome a las 5 de la mañana entre conversaciones de chats y archivos de todo tipo. Y desperté con ganas de hablarle a los ex y esas cosas, pero al final no lo hice, porque primero, habría sido solo de aburrida, y segundo, ¿para qué, qué hay ahí, qué vas a encontrar? Ahora, fuera de la autobiografía y en una respuesta más de «escritora», el registro de mis experiencias personales me ha servido en distintas ocasiones para escribir. No se trata simplemente de recrear algo que te pasó en la literatura, sino de recordar sentimientos, estados de ánimo, lugares por donde pasaron o pasarán tus personajes. Me funciona similar con la música. Hace poco también revisé mis diarios del año pasado, que curiosamente fueron dos libretas más una carpeta de archivos en el computador, y saqué frases descontextualizadas para armas diálogos y cosas así. Soy buena para registrar conversaciones que he tenido y que me parecen interesantes, y —creo/espero— que eso le otorgue realidad a lo escrito. Ahora, vuelvo a lo mismo. Es raro y quizá un poco ¿peligroso? Quizá es solo potencialmente doloroso. O también ridiculizante. Por ejemplo, revisar conversaciones transcritas con un ex en los momentos en que estabas más enamorada, y te sentías la más poeta del mundo y al releerlo te das cuenta que solo estabas siendo cursi y ridícula. En fin, respondiendo esto me doy cuenta que quizá mi concepto de diario de vida es bastante amplio, porque lo entiendo en general como cualquier registro que una lleve de experiencias personales. Yo siempre escribo mucho y todo el tiempo, aunque como te decía, diarios propiamente tales he llevado en distintos momentos durante mi vida, no sabría decir con cuánta distancia de tiempo. ¿Por qué llevarlos? No sé, me parece entretenido, relajante, me sirve para ordenar las ideas, para anotar ideas, para sacar ideas en el futuro. Suena como autoficción, pero creo que no es lo mismo, o al menos yo no lo entiendo como lo mismo. Porque lo que pasa del diario a la novela o el cuento nunca es lo mismo, o nunca termina siendo lo mismo. Yo en ese sentido milito con la película Storytelling que en un momento dice: una vez que lo escribes, todo es ficción. PD: me aterroriza la idea de que si un día me vuelvo muy famosa, quieran publicar mis diarios, así que espero quemarlos todos antes de morir. No hay nada que ver ahí. De hecho, pienso que un diario es una cosa muy íntima y en general es literatura que solo le sirve a la gente que es muy fan de una escritora o escritor. Y, como escritora, me parece que hay que respetar el trabajo. Publicar mi diario de vida sería muy fácil, pero para mí, tiene cero valor literario. Quizá tiene algo así como «potencial literario», pero como dije antes, eso requiere un trabajo. Yo prefiero valorar el trabajo.
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