"¡El racismo primero! ¡El racismo ante todo! (...) ¡Desinfección! ¡Limpieza! Una sola raza en Francia: la aria (...) Los judíos, híbridos afro-asiáticos, seminegros y provenientes del Medio Oriente, fornicadores, salvajes, no tienen nada que hacer en este país". Estas líneas no son parte de ninguna propaganda nazi, sino que fueron redactadas por una de las mentes más brillantes de la literatura francesa, un escritor cuyo talento era tan grande como su mala fama. Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) pasó a la historia como el autor de Viaje al fin de la noche (1932), una de las novelas cumbres del siglo XX, pero también como uno de los antijudíos más célebres de Francia.
Este dato biográfico no es misterio para nadie: cuando cayó el régimen de Vichy y la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial era inminente, Céline huyó de París en 1944 para refugiarse en Dinamarca, donde fue encarcelado por petición de la justicia francesa bajo el cargo de traición. Nunca ocultó su simpatía con los nazis -según investigaciones, habría denunciado a judíos y comunistas a la Gestapo-, y su odio antisemita se tradujo en cuatro panfletos, Mea culpa (1936), Bagatelas por una masacre (1937), La escuela de los cadáveres (1938) y Los bellos paños (1941).
Se publicaron decenas de miles de ejemplares durante la Francia ocupada, pero tras la guerra, Céline prohibió toda reedición, por lo que sólo era posible encontrar copias en bibliotecas y en el mercado de libros usados. Su viuda, Lucette Destouches, que hoy tiene 105 años, respetó la voluntad del escritor y persiguió legalmente a los responsables de las ediciones piratas. "Aún no es la hora de reeditar estos textos, que tanto daño hicieron a su autor; tal vez más tarde, cuando llegue un tiempo en que no haya antisemitismo", afirmó en los años 80. Al parecer, ese tiempo habría llegado: hace unas semanas, la editorial Gallimard anunció que publicaría tres de esos panfletos en el volumen Escritos polémicos, firmado por el autor.
La noticia estalló como una bomba en Francia, un país que conoció el nazismo en carne propia y cuya historia ha estado marcada por escándalos de antisemitismo. El abogado François Gibault, a cargo del testamento de Céline, defendió la reedición diciendo que en el último tiempo se han publicado en el país otros textos antijudíos de escritores como Jacques Chardonne y Lucien Rebatet sin que nadie haya reclamado, de la misma forma en que no hubo mayor reacción ante el anuncio de la editorial Fayard de llevar a librerías en marzo Mi lucha, de Adolf Hitler.
Uno de los críticos principales de la decisión fue Serge Klarsfeld, presidente de la Asociación de Hijos e Hijas de Judíos Deportados de Francia, quien afirmó que haría todo lo posible para impedir la publicación de estos textos que "incitan al odio". Varios políticos también rechazaron el proyecto, mientras que en el ámbito universitario, un colectivo de investigadores publicó un manifiesto apoyando su difusión, pero remarcando ciertas condiciones, como que se incluyeran comentarios de expertos e historiadores, tal como se hizo en Alemania con la reedición de Mi lucha.
Si bien en una entrevista de 2001 Destouches decía que los panfletos "ya no tenían razón de existir" y que había que evitar su publicación porque podrían tener un "poder maléfico en ciertas almas", la viuda habría cambiado de opinión siguiendo los consejos de Gallimard, cuya intención era "darle un marco y resituar en su contexto a textos de gran violencia". Ya que los escritos serán de dominio público en 2031 (a 70 años de la muerte del autor), lo mejor, según la editorial, era "hacerse cargo de la obra, de explicarla en lugar de dejarla a la libre interpretación de lectores mal informados".
Para ello, se optó por una edición crítica que contaría con los análisis del especialista en Céline, Régis Tettamanzi, además de un prefacio del crítico literario Pierre Assouline. Eso no dejó tranquilo al gobierno de Emmanuel Macron, que exigió a Gallimard una garantía de la cientificidad del libro, pero el debate mediático se acrecentó y no paró hasta ayer, cuando Antoine Gallimard, dueño de la editorial, anunció que se retractaba de la decisión: "A nombre de mi libertad de editor y de mi sensibilidad a esta época, suspendo el proyecto, al juzgar que las condiciones metodológicas y memoriales no están reunidas para realizarlo de manera serena". Con esas palabras, puso fin a una polémica que hace décadas divide a Francia. Ya en 2011 el gobierno de Nicolás Sarkozy suspendió los homenajes por el 50 aniversario de su muerte.