En 1972 el ambiente político era un océano de tensiones en Chile. Las fuerzas políticas chocaban como olas violentas y en ellas se cruzaban desde Patria y Libertad, los partidos de derecha y la DC hasta el PS, el PC, el Mapu y el MIR. En ese escenario revuelto Nicanor Parra hizo su propio aporte, con el lanzamiento de los Artefactos, una caja de postales con ilustraciones de Juan Guillermo Tejeda y antipoemas explosivos, que estallaron en todas direcciones.
Los artefactos eran la respuesta de Parra a los ataques que había recibido desde la izquierda tras su taza de té con Pat Nixon en la Casa Blanca, en 1970. Pero no sólo eso: en ellos y a través de frases hechas y recontextualizadas, el antipoeta tomaba distancia de unos y otros. "...Y así fue como lo convirtieron/ de tonto últil de la izquierda en tonto inútil de derecha". Allí también escribe provocadoramente: "La izquierda y la derecha unidas/ jamás serán vencidas".
Más de 30 años después, con casi 92 años, el antipoeta volvió a provocar un sismo político. El Centro Cultural Palacio La Moneda (CCPM) abrió sus puertas para que Parra expusiera sus obras visuales. La llama que encendió la polémica fue El pago de Chile, una instalación con los presidentes del país colgados. La crisis se resolvió con la salida de la directora del CCPM, Morgana Rodríguez. Finalmente, la obra formó parte de la muestra y a la ceremonia de apertura llegó la Presidenta Michelle Bachelet. El antipoeta fue muy escueto: "Me siento más conciliador que provocador", dijo.
Lo cierto es que Nicanor tenía la virtud de agotar la paciencia de la derecha y de la izquierda unidas.
"Yo relativizo todo"
La aparición de los antipoemas, en 1954, fue un golpe eléctrico en la aldea de la poesía chilena: deslumbró a unos y dejó heridos a otros. Así como su estética y su lenguaje lograban lectores y conectaban con los nuevos poetas, también cosechaba detractores.Uno de ellos era Pablo de Rokha: "Parra no es nada más que un snob plebeyo o populachero, no popular, un versificador en niveles abominables de oportunista", decía.
Pese a los ataques, Parra -como diría Manuel Rojas- era "el favorito de la izquierda latinoamericana". Transversal, el antipoeta viajaba a La Habana, Moscú y daba también recitales en Nueva York.
"Yo relativizo todo, hasta la revolución", declaraba. Para encender más los ánimos, el antipoeta publicó en 1968 un artefacto cargado de dinamita: "Simpósium/ Cuba sí/ Yanquis también".
Gonzalo Rojas, entonces radicalizado políticamente, le respondió: "Antiparriendo, remolineando/ que Kafka sí, que Kafka no (...)/ Publiquen grande lo que escribo/ que se oiga en USA y en Moscú".
Sin timideces, el antipoeta diría que Rojas no era un enemigo, sino "un cogotero". Pero el episodio más duro estaba por venir.
La señora Nixon
Cuando recibió el Premio Nacional de Literatura, en 1969, Nicanor declaró: "Me han acusado de cometer diversos delitos culturales en mis relaciones poéticas con instituciones oficiales y no oficiales norteamericanas, y las pienso seguir manteniendo".
Un año más tarde viajó a Washington, invitado por la Biblioteca del Congreso. Allí realizó una visita a la Casa Blanca y fue recibido por la primera dama, Pat Nixon. La foto del encuentro recorrió el continente y el gobierno cubano le retiró una invitación como jurado del Premio Casa de Las Américas de La Habana.
Nicanor afirmó que la visita tenía carácter cultural. "Solicito la rehabilitación urgente. Viva la lucha anti-imperialista de los pueblos oprimidos, viva la revolución cubana. Viva la Unidad Popular", declaró. Pero no hubo caso. En Chile, Luis Merino Reyes -entonces presidente de la Sech- lo trató de "ególatra y sexagenario hippie". Carlos Droguett fue más sarcástico: "Se vende Parra/ tratar con Nixon/ o más bien con la señora".
Parra contestó que los verdaderos enemigos eran "los tontos solemnes", tanto de izquierda como de derecha.
Poco después publicó Artefactos, una caja de proyectiles que apuntaban hacia la izquierda y la UP.
Tras el golpe militar, el antipoeta aceptó un cargo en la Universidad de Chile. Y aunque renunció un mes después, para muchos fue una decisión imperdonable.
En 1978 Jaime Vadell montó Hojas de Parra, un texto que hablaba de muertos y cementerios clandestinos. Desconocidos quemaron la carpa donde se presentaba la obra. Ya entonces, en Sermones y prédicas del Cristo de Elqui, había escrito: "El pueblo chileno tiene hambre/ sé que por pronunciar esa frase/ puedo ir a parar a Pisagua/ pero el incorruptible Cristo de Elqui no puede tener/ otra razón de ser que la verdad/ el general Ibáñez me perdone/ en Chile no se respetan los derechos humanos".
En adelante el poeta sería un agudo crítico del régimen. Y respondería también a los embates de la izquierda dura: "Lo siento mucho camarada Volodia/no soy yo/ son ustedes los que se quedaron atrás/ socialistas y capitalistas del mundo uníos/ antes de que sea demasiado tarde".