La forma del agua, del mexicano Guillermo del Toro y nominada a 13 premios de la Academia, supone una mezcla imposible entre un clásico cuento de hadas y una típica película clase b de monstruos.
Principio de los años 60 en plena crisis de la guerra fría. Elisa (Sally Hawkins) es una mujer que creció muda. Vive en un pequeño departamento donde su vecino es un ya mayor dibujante solitario y homosexual. Elisa trabaja como mujer de limpieza en una secreta instalación del gobierno, donde llega una extraña y secreta criatura capturada en un río de Sudamérica.
Guillermo de Toro se nota a sus anchas y el diseño y la fotografía de la cinta son perfectos, así como su capacidad de articular de manera plausible una potencialmente ridícula historia de amor. Es La bella y la bestia mezclada con ¡Splash! y La criatura de la laguna negra, pero de alguna manera funciona. Y es que en su simpleza y obviedad es donde radica su directa conexión con la audiencia. Del Toro crea maravillas y manipula a sus anchas. La angelical mujer muda, amiga del bondadoso dibujante gay, que recibe apoyo de la abnegada mujer de raza negra, se enamora del monstruo generoso. El resultado es bastante infantil pero mágico. Simplón pero también esperanzador. Se agradece la instancia para soñar y estar frente a una cinta que busca el entendimiento y el simple amor.