En la tradición de libros como Canadá de Richard Ford y Hacia rutas salvajes de Jon Krakauer —o sea, de epopeyas en el norte del continente americano, con sendos portazos a determinados estilos de vida para abrazar otros—, Héroes de la frontera, la última novela de Dave Eggers, completa el fresco de mundos que fueron pero que ya no son; de vidas, por así decirlo, que han escapado de las asfixiantes ataduras de las sociedades acomodadas y que, entrampados en lo que llamamos vida moderna, nos alientan a cambiar de rumbo y a cruzar la frontera que separa lo trivial de lo que podríamos llamar esencial.
En poco menos de cuatrocientas páginas, la novela sigue la estela de personajes que huyen a Alaska —el territorio salvaje y libre por excelencia— para vivir sus vidas en el estado más natural posible y que, luego del viaje —siempre geográfico, personal y emocional—, encuentran una versión sin rutinas ni expectativas de sí mismos.
Son personas —Josie, la madre protagonista y sus hijos— que han huido de las presiones sociales, de esas libertad arrebatada por las convenciones de otros; siempre con un tono que llama a romper con las reglas habituales y a pergeñar una vida con la que soñar.
Entonces el sur profundo de Alaska aparece como un destino imposible para establecer una ruta tranquila, acaso una Odisea moderna ambientada entre un garabato de árboles negros y paisajes de ensueño; y la protagonista conduce hacia lo lejano y entiende cómo, a medida que lo arriesga todo, en la medida que lo abandona todo, se descubre y avanza.