Francisco Ortega, escritor: "Intensa y madura, siútica y cursi"

No es extraño que Coco haya conectado de una manera tan potente con el público. Es un fenómeno mundial, que derrotó a la vaca sagrada de Star Wars y que en Chile nos pegó un puñetazo con inusitada fuerza.

Las razones son variadas, la más importante es que se trata de una muy buena película y con eso basta. No hay peros. Es una narración perfecta en cuanto a personajes, giros dramáticos y estructura, un excel perfecto que marca cada segundo en que debe pasar algo. Pero fuera de la frialdad de los datos, el reactor principal de Coco es su emotividad.

Te ríes y lloras porque te dejas manipular con una historia universal de esas que golpean hasta al más insensible, porque si hay algo que nos afecta, eso es la muerte, incluso más que el amor. Coco es sobre la muerte, pero la muerte como paso, como suma de recuerdo, como construcción de fantasmas, de fantasmas de nosotros mismos.

Pero además es una historia muy latinoamericana, anclada en esa tradición pop que es México y que nos guste (reconozcamos o no) ha pisado fuerte en todo el continente. Vía Televisa, vía Cantinflas, vía la música, México culturalmente ha sabido invadirnos desde mediados del siglo XX y Coco agarra esa tradición, pasada por el cedazo gringo de Pixar para volver a mexicanizarnos, esta vez mediante un moderno cuento de hadas.

Para un país que se crió con el Chavo del Ocho y que aun se emociona con el episodio aquel del Chavo ratero que nos hizo llorar/reír, no es casual que Coco haya logrado un efecto similar. Pero insisto. Análisis más, análisis menos todo parte por una historia bien contada y bien emocional, tan intensa y madura como siútica y cursi.

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Para Coco está el precedente inmediato de El libro de la vida (2014), película estadounidense de animación de la compañía Reel FX que tomó los mismos temas, en cuanto a cómo ven los muertos en México y la importancia de la música. Pero mientras en esta existía una visión mucho más general, con un conflicto entre dos hombres, en la cinta de Pixar todo se remite a la familia.

Creo que ese es un mensaje que marcó la diferencia y, si pudiéramos buscar puntos en común con Historia de un oso, es un tema que las une: el querer volver a reunirse con la familia tras la pérdida de esta, en el caso del cortometraje, por el exilio, y en el caso de Coco, por una traición entre amigos.

En cuanto a lo más visible, está súper bien abordada la estética de México, desde los colores hasta los diseños, y el estudio de todo el mundo de los muertos. Pero creo que lo que hace que le vaya bien es precisamente el tema de la familia y del no olvidar a los seres queridos que tenemos, a los que se fueron y a los que todavía están.

Está plasmada la idiosincrasia mexicana sin prejuicios, lugares comunes o estigmatización: pues si bien está la ropa o la comida, además está el afecto familiar mexicano -que lo podremos extrapolar a lo latino-, mucho más de piel, y que se observa por ejemplo cuando la abuela llena de besos a Miguel. Coco también te lleva a ver esos valores y a ese otro tipo de familia que no es la americana, algo que, además de hacerse con mucho cariño y ser totalmente genuino, otorga esa frescura que complementa todo lo demás.

Y con historias así, se apela a emociones auténticas, con las que de alguna manera todos pueden relacionarse. Pixar es muy bueno con esto, y sabe que pese a que hay una gran puesta en escena, al fin y al cabo son cosas como la amistad, la confianza, el apoyo y el amor, las que están de fondo.

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El éxito de Coco es el reflejo de un cambio radical que está ocurriendo en el mundo del entretenimiento: la gente ya no quiere más de lo mismo. La misma historia. Mismo protagonista hombre blanco. Misma cultura americana. Es por esto que el 2017 fue el año de los "éxitos inesperados", como Coco, Mujer Maravilla, Get out o Una mujer fantástica. Las audiencias están ansiosas por encontrar diversidad en la pantalla.

No es raro, entonces, que haya sido un hit en Chile. Después de años viendo historias sobre los demás, por fin se presentan historias cercanas a nosotros, sobre nosotros. Chile no es México, pero es innegable que tenemos mucho en común, y eso se nota en la película. La familia que vemos en pantalla podría ser la nuestra: cuando la abuela insiste en servirle tamales a Miguel, perfectamente podrían haber sido humitas. Dante, el perro, nos recuerda a los quiltros que andan por las calles o que adoptamos. Las chalas, delantales y casas nos conectan con elementos que observamos a diario en nuestro país.

Esa experiencia de verse reflejado en los contenidos que consumimos es un privilegio que no todos crecimos experimentando. Y cuando por fin ocurre, la sensación es indescriptible.

Obviamente no es primera vez que se hacen películas de animación con esta temática, pero generalmente se realizan con pocos recursos, dentro de nuestro continente. En este caso, por un lado es maravilloso ver nuestras historias ejecutadas con el expertise y presupuesto de una potencia mundial como Pixar. Pero por otro, es triste que otros las cuenten por nosotros. El siguiente paso es lograr que nuestra industria llegue a contar estas historias con un nivel comparable de calidad y recursos, para esparcir nuestro especial punto de vista a todo el mundo.