Por la amplitud de sus propuestas, su capacidad de sintetizar distintas aproximaciones y su vocación cosmopolita, el sociólogo francés Alain Touraine es un observador agudo y acucioso del devenir de la sociedad actual. Nacido en 1925, su labor se ha desplegado por más de 60 años, configurando lo que ha aspirado a ser una sociología de la acción, convertida en una sociología del sujeto, y no ha dudado en intervenir en el debate político. A lo largo de los años, su pensamiento ha girado en torno a una serie de nociones básicas ("historicidad" o "actor", por ejemplo) y ha regresado continuamente sobre algunos asuntos: los movimientos sociales, la construcción de la sociedad por sí misma, la democracia, el sujeto personal y el colectivo. Es cierto que su reflexión no puede reducirse a estos conceptos asociados a su nombre, pero hay que reconocer que ha insistido bastante en ellos.
Sus publicaciones más recientes, El fin de las sociedades y Le nouveau siècle politique, ambas de 2016, parten de un mismo diagnóstico: tras la ruptura de la economía industrial y el advenimiento del capitalismo financiero, estamos en una situación "post-social" que ha disuelto la capacidad de las sociedades para determinar su curso. Las sociedades anteriores a la industrialización eran pensadas en términos esencialmente políticos. La revolución industrial cambió eso: las sociedades logran la capacidad de crear y transformarse, de concebirse socialmente. Eso está llegando a su término: es el fin de las sociedades que se piensan en términos sociales.
Otra idea subyacente es que con la mancomunión de globalización y economía financiera, los grandes sistemas de poder tienden a controlar el mundo objetivo y económico (los bienes), pero también el mundo subjetivo, de representaciones y opiniones (las personas). Frente a este poder total, no es suficiente oponer los derechos políticos o sociales, sino que es necesario apelar a derechos fundamentales y concebidos en términos culturales: religión, sexualidad, identidades. No desaparece ni lo económico ni lo político, pero el nivel cultural plantea los mayores desafíos.
Con los sujetos reflexivos y capaces de reclamar los derechos universales, han surgido nuevos movimientos colectivos, los que, según Touraine, han de ser "ético-democráticos", esto es, en contradicción a los poderes. Los derechos del sujeto están sobre las obligaciones con la sociedad. Touraine llega a decir que los derechos son más importantes que las leyes.
Le nouveau siècle politique comienza con la constatación de que las elecciones presidenciales francesas de 2017 enfrentan izquierda, derecha y extrema derecha, junto al rechazo de sus candidatos (ninguno ganó). Pero invita a ir más allá de la coyuntura y a un análisis más general. Afirma que la globalización es la transformación más importante en el mundo desde la caída del comunismo, en cuyo contexto las nociones de izquierda y derecha ya no sirven; no porque no existan, sino porque la vida en los distintos países está dominada por el estado general del mundo y la contradicción se da entre quienes aceptan proyectarse en ese mundo globalizado y quienes se resisten.
Como una ayuda para entrar en el "nuevo siglo político", retoma algunas de las principales cuestiones sobre las que tendrán que decidir los votantes futuros: la "cuestión nacional", la religión, el yihadismo y la lucha anti-terrorista, la escuela y el medio ambiente.
A pesar de que el autor se desentiende de la lucha partidista, se ubica, dice, entre quienes permanecen fieles "a una cierta idea de la izquierda moral". Señala que Francia, más que cualquier otro país europeo, salvo Gran Bretaña, ha permitido que su territorio se desindustrialice, lo que tiene consecuencias políticas, como la decadencia de la izquierda o el paso a una "sociedad de la comunicación". Insiste en que las luchas en torno a los derechos humanos están eclipsando a otras. A su juicio, el campo de los principales conflictos se ha desplazado a la ética, ya sea en el sistema educativo o en la cuestión ecológica.
La necesaria revisión del concepto de nación ha de tener consecuencias sobre la actitud hacia inmigrantes y refugiados; los estados nacionales deben basar su legitimidad en la defensa del universalismo. Lo religioso, por su parte, se reconduce a la laicidad. Ante este "fin de la sociedad" sólo queda la resistencia ética a la lógica del poder o del beneficio mediante la afirmación de los derechos del sujeto, plantea en estos dos libros sobre las dificultades y transformaciones de un mundo que, de "post-industrial", ha pasado a ser "post-social".