"Soy una marca registrada, como los cereales para el desayuno", solía decir John Cheever en 1979. El escritor tenía motivos para sentirse destacado. Ese año obtuvo el Premio Pulitzer por la compilación de sus relatos y ya estaban archivadas sus históricas apariciones en Newsweek y en la portada de revista Time. De alguna manera saboreaba el éxito: su novela Falconer (1977) estuvo tres semanas en el número 1 del ranking de The New York Times y The Stories of John Cheever (1978) vendió 125 mil ejemplares.
Sin embargo, para el narrador estadounidense, despertar cada día era tormentoso. Siempre luchó contra estados depresivos, la soledad y sobre todo el alcoholismo y una homosexualidad reprimida. Casado, con dos hijos, dos años despúes de ganar el Pulitzer, en 1981, se le diagnosticó un tumor en el riñón derecho. Meses después, uno de los autores más reconocidos de la literatura Norteamericana del siglo XX, murió a los 70 años, el 18 de junio de 1982.
"Mi comportamiento a veces resulta cómico. Dejo la máquina de escribir a las diez y cuarto y bajo las escaleras hasta la despensa donde guardo las botellas. No las toco. Ni siquiera las miro y me felicito de mi fuerza de voluntad", apuntó en una misiva John Cheever en 1968. El escrito ahora es parte del libro Cartas, que junto al ejemplar Cuentos, y otros títulos, serán distribuidos desde marzo, por editorial Literatura Random House.
Amor lejano
La recuperación del catálogo de la obra de John Cheever, el llamado "Chéjov de los suburbios norteamericanos", sorprende con un gran volumen de cartas inéditas en español. Entre sus interlocutores están sus amigos, familiares y compañeros de formación. Desde el editor de una revista -Richard Johns-, a quien Cheever, con 18 años, le ofrece uno de sus cuentos para publicar ("Resulta horriblemente fatigoso pasar horas ante la máquina de escribir y recibir solo notas educadas"); pasando por la directora ejecutiva -Elizabeth Ames-, de la colonia de escritores de Yaddo ("A veces me preocupa mi incapacidad para vender. Ya va siendo hora de que aprenda); hasta los reconocidos autores John Updike, Saul Bellow, E. E. Cummings y Philip Roth.
Todo esto a pesar de que "la mayoría de las cartas se perdieron", apunta en el volumen Benjamin Cheever, hijo del autor. "Guardar una carta es como intentar conservar un beso", decía Cheever. "La razón de que estas cartas sean tan impactantes (...) es que quien las escribió pensaba sinceramente que se desharían de ellas", señala el hijo. El es quien también se ha encargado, en las últimas décadas, de recuperar los escritos de su padre nacido en 1912.
Rescate que ha incluido Diarios, publicados en 1990, donde se evidencia públicamente la bisexualidad del escritor, alterando la imagen del señor que vivía en una antigua propiedad rural criando perros de caza.
"La familia me hace la vida imposible preguntándome 'has escrito hoy... qué bien... y qué has escrito hoy' y contándole a todo el mundo desde la señora de la limpieza hasta la presidenta del club femenino que voy a escribir un libro..", anota en una de las primeras misivas reunidas en Cartas, cuando Cheever era un veinteañero, en la década del 30. Luego agrega en el mismo texto, encontrado en la casa de los abuelos del autor: "Se me da muy mal la adolescencia y no sé. Aún no me he enamorado nunca".
"Mi padre era un hombre de contradicciones enormes y fundamentales. Era un adúltero que escribía con elocuencia a favor de la monogamia", señala Benjamin Cheever. "Un bisexual que detestaba cualquier indicio de ambigüedad sexual (...) El engaño constituía una parte esencial de su carácter", agrega. El padre, mientras tanto, apuntaba en sus papeles: "Estoy cansado, pero ya pasará. Amo el cuerpo de mi esposa y la inocencia de mis hijos. Nada más".
"John Cheever jamás escribió una mala carta", señala William Maxwell, editor de The New Yorker, revista donde el narrador publicó sus textos de ficción a lo largo de cuatro décadas.
La llegada de las obras de Cheever comprende también la publicación de Los Wapshot (formado por La crónica de los Wapshot y El escándalo de los Wapshot) y su última novela ¡Oh, esto parece el paraíso!, por el sello DeBolsillo. Además, claro, de la recopilación de Cuentos.
"Cheever encontraba insuficiente el realismo y por ello dotaba de una pátina mítica a su suburbio", apuntó la semana pasada en estas páginas el escritor Edmundo Paz Soldán. Y citó un relato memorable, El marido rural. La hitoria de Francis Weed, quien sufre un terrible accidente en un avión que aterrizó de emergencia. Sin embargo, llega a casa y debe enfrentar la rutina: sus hijos peleándose, mientras su mujer prepara la cena. El accidente no es lo central en las horas que pasan, como si la tragedia jamás hubiera ocurrido.