Cosquín siempre estuvo cerca. El festival rockero más convocante de Argentina, y uno de los eventos más tradicionales de Latinoamérica, se ha convertido desde 2001 en imán de peregrinación para cientos de chilenos que llegan hasta Córdoba a la caza de una experiencia única: rock, reggae, aguante, fernet y parrilla en la mitad de la sierra, en el corazón de una nada que por dos días se transforma en todo, y que también ha recibido a bandas nacionales como Weichafe, Huinca, Chancho en Piedra, Silencio, Guachupé y Gondwana.
Pero llegar no es simple. Desde el aeropuerto de la ciudad, o desde su centro, son alrededor de 50 kilómetros y un puñado de horas hasta el aeródromo de Santa María de Punilla, el actual recinto donde se levanta el espectáculo, trayecto que desafía a la paciencia entre montañas, quebradas pronunciadas, lagos, caminos ondulados, puestos de milanesa y chorizo que sobreviven en plena carretera, y sobre todo, un tráfico difícil y revuelto que suma aún más minutos a la travesía.
Pero ahora será mucho más fácil llegar. Y Cosquín Rock realmente quedará más cerca. Tras casi una década de intentos y negociaciones, el festín musical tendrá su edición chilena definitiva el sábado 6 de octubre en el Movistar Arena, según confirman desde Lotus Producciones, la firma que este fin de semana estuvo en Argentina para la versión original del evento y la misma que desde hace siete años impulsa otro festival, el Lollapalooza del Parque O'Higgins.
Pero Lollapalooza y Cosquín no están tan cerca. La fiesta cordobesa guarda escasa relación con el ropaje más urbano de otros festivales y su vida en el centro de las montañas es la médula de su atractivo, la esencia que cada febrero hace que cerca de 100 mil personas lleguen hasta sus escenarios. Por eso, para los encargados chilenos, el desafío es claro: reproducir esa mística en un sitio cerrado y que funciona en plena ciudad.
"Estuvimos muchos años intentando ir a Chile, pero como es un país que tiene una agenda de conciertos tan importante, por ahí un festival argentino con las características nuestras se hacía difícil de llevarlo. Pero sentimos que ahora llegó el momento. Lo fundamental para nosotros es mantener en algo el espíritu de lo que se hace aquí. Queremos hermanar a Chile y Argentina con esto, no que sólo sea una maratón de artistas", asegura José Palazzo, director y mentor de la cita que se realizó este sábado y domingo.
Maximilano del Río, jefe de Lotus, coincide: "La versión chilena tendrá un espíritu más latino, con grupos de distintas partes del continente. Pero la idea es conservar lo que propone en Argentina". En lo concreto, Cosquín Chile tendrá tres escenarios en el Movistar Arena: uno central en su interior y otros dos que funcionarán en las afueras. Entre estos últimos está la idea de montar La casita del blues, una pequeña escenografía que en Córdoba recibió a ilustres locales y extranjeros del género. La cita también se extenderá durante todo el día y hoy se negocia a distintos músicos -incluyendo chilenos- para integrar su lineup, el que se revelará en las próximas semanas.
Su conquista de Santiago coincide con una expansión que también ha llegado a México, Colombia, Perú y Bolivia. Y, quizás por consecuencia de eso mismo, con una leve cirugía de su perfil: si en sus primeros años el paisaje del espectáculo estaba protagonizado por furgonetas con público pasando la noche, el humo de los asados sobrevolando la ruta y cierto pulso amateur en su organización, hoy Cosquín Rock se ha acicalado y se acerca muy levemente a otro tipo de franquicias rockeras.
Quizás el que mejor lo notó fue Tomás Maldonado, cantante de Guachupé -uno de los invitados chilenos junto a Gondwana en 2018 (ver nota secundaria)-, quien en su show soltó: "Un aplauso para el verdadero Cosquín, para la gente que está afuera caminando, con su parrilla, intentando poder entrar".
A cambio, hoy existe un patio de food trucks donde se pueden encontrar desde costillas estilo Texas hasta comida ecológica. También se vende alcohol, condición que no se replicará en Santiago. Todo ello en medio del calor diurno y un frío viento nocturno que recorre los seis escenarios del lugar: desde el central donde desfilan los números más populares hasta uno temático, consagrado en la primera jornada al reggae y en la segunda al heavy metal. También hay una carpa de aspecto circense que reúne a los exponentes del sello local Geiser, con una inclinación más pop y sintética. En los espacios menores, surgen tarimas que reciben a la escena cordobesa, al sonido garaje y la consabida Casita del Blues.
Todo dominado por grupos de profundo arraigo en Argentina y que en Chile apenas resuenan como un eco lejano: Sueño de Pescado, Las Pelotas, Ciro y los Persas -el más convocante del día inicial-, y Skay y Los Fakires, comandado por el ex guitarrista de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Argentinidad al palo y a la vena. Músicos que levantan multitudes entre banderas y lienzos con mensajes con filo existencialista, con cierta filosofía de tablón tan propia del rock trasandino de los 2000, mientras veinteañeros, rastas, hippies que vienen de vuelta, y metaleros de mil batallas y amplia barriga pasean con poleras de Guasones, Gardelitos, el Indio Solari, Callejeros y La Renga, quizás los símbolos del movimiento, los que una y otra vez se han negado a Cosquín debido a su ética de no tocar para instancias corporativas.
Pero todos conviven sin diferencias en un recinto que, al menos por dos días, los tuvo demasiado cerca. Por algo el lema de Cosquín, el grito de guerra que se repite entre carteles y afiches instalados en el sitio, recalca un solo dogma: "Aguante todo".