Primera pregunta del encuentro de Europe con la prensa ayer en el Sheraton Miramar, cortesía de un periodista ecuatoriano: "¿Por qué el rock de los 80 no mantuvo su influencia?". Joey Tempest (54), el cantante y gran jefe, dispara sin vacilar: "El rock sigue muy vivo. La industria es la que ha cambiado".
Pero Europe también ha cambiado. Y sobre todo en 28 años: cuando en 1990 aterrizaron por primera vez en el Festival, estaban en la cúspide de su popularidad con hits como "The final countdown" y "Carrie", y gracias a los últimos descuentos de fama que disfrutaba el glam metal ochentero que había estallado años antes y que los tenía como crías aventajadas.
Como tal, su arribo fue portada de todos los medios, gran parte de ellos titulando sin una creatividad descollante con el nombre de su tema más reconocido: "Comienza la cuenta regresiva de Europe en Chile", anunciaba La Tercera, con una nota que partía bajo el mismo juego: "Cien, noventa y nueve, noventa y ocho, noventa y siete...".
En Pudahuel, un puñado de fans hacía el mismo conteo y recibía a los músicos con pancartas, pósters y poleras con su logo, en una época donde el culto femenino hacia los rockeros, gracias a figuras como Bon Jovi y Axl Rose, convivía en paralelo a la devoción por ídolos latinos de pelo más corto y prontuario más comedido, como Luis Miguel o Chayanne.
"Hambre. Tengo hambre", fue lo que soltó Tempest esa vez cuando los reporteros le preguntaron por su viaje de 33 horas desde su Suecia natal. Como habían llegado cerca de las ocho de la mañana, en el hotel los esperaba un generoso desayuno, aparte de botellas de vino y cerveza. La propia prensa especuló que incluso acompañaban su comida mañanera con algo de alcohol. ¿Leyenda o realidad? Difícil definirlo. La escala de Europe en el Chile que despertaba a los 90 estuvo cruzada por demasiadas historias de exceso y desmadre. De hecho, en la previa a sus dos espectáculos en la Quinta -realizados el 25 y 26 de febrero- montaron un escándalo que ruborizó a unos cuantos. De juerga en la discoteca César, de Reñaca, fueron abordados por un turista que comenzó a grabarlos con una cámara. Molestos por la provocación, agredieron al fanático espontáneo, le hicieron un gesto obsceno y uno de sus integrantes le mostró su trasero como estocada final.
Ya liberados de miradas invasivas, se les ocurrió bailar. "Y en ese estado etílico fueron bamboleándose a sacar a bailar unas lolas", según precisó la prensa. Pero las lolas no respondieron el flechazo y simplemente se negaron. Ahí los artistas se enfurecieron, se empezaron a quitar la ropa y quedaron desnudos en la pista del recinto, lo que obligó a los guardias a sacarlos del lugar. "Como estaban ebrios, no opusieron resistencia", culminaba la nota de La Tercera. De alguna manera, el quinteto siguió la saga más habitual de toda banda en el techo de su estrellato juvenil: aterrizar en estado de gloria, tener al público a sus pies y divertirse como si no hubiera más futuro.
"Fue todo un malentendido", debió disculparse después su sello. Pero toda la intensidad que descargaron durante las noches también se hizo cuerpo en sus shows. En el debut compartieron día con Peter Rock, Catalina Telias y Dyango. En la segunda velada, con Marisela, Alberto Plaza y Bertín Osborne. Es posible que, de todos los mencionados, hoy sólo Europe pueda volver con cierta propiedad al escenario de la Ciudad Jardín. Sus presentaciones fueron calificadas como "un lujo" por la crítica de esos días.
Ayer en la conferencia sus integrantes no se desnudaron, pero sí asumieron sus años de salvajismo. "Recuerdo que todo era cervezas heladas y chicas gritando", rememoró el baterista Ian Haugland (53). Muchos de ellos arribaron con sus familias y ya no hubo desmayos ni descontrol a su paso. Quizás tampoco habrá bestiales historias de discoteca. El mundo cambia. La industria cambia. Veamos esta noche si el rock sigue vivo.