Este mes de febrero he sentido una inusual extrañeza. Frágil y lejos de las satisfacciones, me considero un espectador remoto. Quizá el calor desató en mí lo que jamás habría pensado: la distancia. O la indiferencia. Paso horas observando a una palmera azotada por el sol de la tarde. Me fijo en la mutación de sus colores a medida que transcurren las horas. A las tres se ve incandescente, cerca del amarillo. A las siete, está apagada y verde. En la noche desaparece en la oscuridad, ya que no hay luces en los departamentos, pues es tiempo de no estar en casa.

En esta época es fácil encontrarse en los medios o en Facebook imágenes de adultos disfrutando como niños, embetunados de júbilo, pese a que saben que tienen sus horas contadas. Qué perturbador es el entusiasmo de los viejos. Tipos maduros se lucen desplegando las fuerzas que les quedan en panoramas diseñados para jóvenes. Me desalienta la falta de levedad que me producen contemplar sus selfies. No sé patinar sobre las superficies de la vida con el fervor de los que hacen suya la nieve, las playas y las grandes extensiones de pasto y bosques. Ver como otros sueltan su frenesí bajando ríos, subiendo laderas o sumidos en la arena me deja absorto.

Aunque el letargo tiene sus ritmos, es imposible soslayar la discusión en torno al feminismo que se instaló hace meses. No he dejado pasar las confesiones de horrores por parte de mujeres, la opinión desangelada de Catherine Millet y la intervención del darwinismo misógino de Jordan Peterson. Creo que el ajuste de cuentas en el tema de género recién comienza. Lo que me atrae es que se examina con pasión el lugar que tiene la mujer en la sociedad, que es una cuestión que inauguró Simone de Beauvoir con El segundo sexo hace más de sesenta años. Ahora recrudece esta crítica social con la potencia y el peligro de las ideas convertidas en consignas.

Leí -a propósito- Teoría King Kong de Virginie Despentes. Es una especie de autobiografía rabiosa de una mujer que ha sobrevivido a la inseguridad, la pobreza y las humillaciones. Si bien Despentes refiere de forma reiterada al resentimiento que siente por los hombres déspotas, al mismo tiempo explicita sus temores y debilidad. Suele ser piadosa con los otros, incluso con los que son para ella la escoria. La audacia de este libro reside en la capacidad de transmitir emociones encontradas, de acoger a los perdedores y de descifrar a las mujeres excluidas. Propone un feminismo frontal, no obstante, su autora jamás abandona los escrúpulos ante sus conclusiones. Escribe en primera persona de lo que sabe, no solo por la experiencia feroz, sino que también por la lectura. Virginie Despentes puede ser irritante, y lo hace a propósito. Vi sus películas, Fóllame y Bye Bye Blondie, y no enganché. Tampoco pude con sus novelas. Teoría King Kong, sin embargo, es un testimonio inevitable, que deja sin aliento a la teoría por la fiereza de su estilo.

Pero si se trata de admitir lecturas en estado crepuscular, me tiene tomado la trama que conforma la disputa entre carabineros y la fiscalía. Es la novela negra del momento, cuyo guión se modifica a diario. Imposible perderse una entrevista al "profesor Smith". Hace tiempo que no aparecía un sujeto delirante de su estatura, con esa facha y desplante, que se declara genio sin tapujos. Ostenta la categoría de personaje. Lo imagino descrito por Jim Thompson en sus torcidos relatos policiales; o en calidad de secundaria en una serie lisérgica. El enredo entre fiscales, el aparato de inteligencia de la policía y los activistas mapuches supera cualquier ficción de escasa intensidad, cualquier bestseller escrito con oficio y maldad. En esta historia sobran las escenas feroces, los equívocos, la traición, los impostores, las venganzas y la delación. Al parecer la novela continuará. La próxima temporada viene con el casting del gobierno de Piñera en papeles protagónicos. Sospecho que desean encontrar un desenlace pronto, pero la historia se ramifica y se pone cada vez más turbia.