En vez de goles, sonoros C-H-I y del deporte del balón como consigna general, los protagonistas de "El rock del Mundial" pudieron estar durante décadas hablando de gorritos. "Yo tenía una imprenta con mi padre, y como el Mundial del 62 iba a atraer mucha gente, le sugerí que vendiéramos gorros para el sol. Pero poseíamos cero experiencia, así que, como yo ya tenía una banda, preferí pensar en una canción", recordaba Jorge Rojas, mentor y director hasta hoy de Los Ramblers. El himno futbolero de esa temporada tomaba forma, pero, otra vez, estuvo a punto de no serlo. "La idea es que no fuera tan rockero. Iba a partir con un gran solo de saxo, con sonido orquestal. Pero el saxofonista que contratamos se quedó dormido y no llegó. Así que yo tuve que inventar en minutos esa clásica introducción de guitarra", acota Óscar Soto, ex integrante y primo del cantante Germán Casas, el otro nombre tatuado a fuego en la historia del conjunto.

Dos relatos que desnudan la cuna espontánea de uno de los temas más trascendentes del cancionero local. Una pieza interpretada por primera vez de manera masiva hace cinco décadas, cuando la orquesta tocó durante las dos primeras semanas de enero en el Casino de Viña, aunque fue grabada en abril de 1962 y editada un mes después bajo etiqueta Demon, el debutante sello de Camilo Fernández. El suceso marcó para siempre a sus mentores.

Partiendo por sus cifras de venta: hasta hoy sus protagonistas no se alinean con un número riguroso. Su autor, Jorge Rojas, habló de 800 mil copias despachadas en sus primeros 15 días. Fernández lo cifró en 600 mil hasta el nuevo siglo. En 1999, un matutino reportó hasta 10 millones de ejemplares. Según Carlos Contreras, cantante nuevaolero y asesor del libro Historia social de la música popular chilena, lo más sensato es situarlo en 50 mil copias en sus primeros años, por lo que en las décadas siguientes habría superado las 100 mil, lo que lo convierte con toda seguridad en el single más vendido de la música local.

Contreras asegura que hay una razón formal para no apostar por números oceánicos: las fábricas de álbumes de esos años no tenían la capacidad técnica para producir tales cantidades. Pero hay un motivo menos oficial: para evitar el cobro excesivo de impuestos, Fernández mantenía en total hermetismo las ventas, lo que daba pie para que prensa y músicos deliraran con cualquier fantasía.

Como fuera, el éxito hizo que Rojas empezara a recibir un promedio de $300 mil mensuales como único autor. Construyó una casa y se compró un auto. Por estos días cobra $2 millones por su uso comercial, y ese mismo monto le llegó días antes de esta Navidad, cuando una empresa la utilizó para una propaganda interna. Lo mismo pasó con Fernández, que adquirió su primer auto y la casa de tres pisos en Pedro de Valdivia, que habitó hasta su muerte. Pero el estrellato trajo fisuras. Rojas advirtió que el productor sólo les daba el 2% de las regalías, mientras figuras como Antonio Prieto o Lucho Gatica recibían el triple. "Le reclamé, se encaprichó y se sintió dolido, porque dijo que él había sido el primero en confiar en nosotros. Nos dejó libres y nos fuimos a Odeón, pero con el tiempo terminamos amigos", cuenta Rojas.

A fines de los 60, Casas iba y venía de Los Ramblers, se fue a vivir a Venezuela en los 80 y sólo volvió con la promesa de mayor permanencia en 1984. Pero ese mismo año emprendió rumbo en solitario y dejó al grupo para siempre. Con Rojas, nunca más se hablaron. El compositor explica: "Me dijo que quería dejar la música, pero a la primera salió con un disco solista, aprovechándose de la fama que obtuvo con nosotros". Casas retruca: "El ha hablado cosas muy feas y tonteritas, como cuando dice que me enseñó a cantar. Si me ofrecieran juntar la formación histórica, no aceptaría jamás".

Casas cuenta que, en 1992, su ex compañero quería impedir que usara en vivo los arreglos de temas como el propio "El rock del Mundial". El intérprete los cambió y, para certificarlo, debió asistir con su banda ante la Brigada de Delitos Económicos de la PDI, en una sesión rocanrolera en pleno cuartel uniformado. Muy lejos de la efusividad que los vio nacer.