Cuando Dave Grohl se presentó por primera vez en el estadio de Vélez Sarsfield tenía 24 años. Era 30 de octubre de 1992 y lo hizo con su ex banda, Nirvana, en un show recordado por la molestia de Kurt Cobain con el público trasandino por las interrupciones que vivió una banda telonera, el casi desconocido conjunto femenino Calamity Jane.

El joven baterista, hoy líder de Foo Fighters, se conformaba en ese entonces con tener un rol de complemento ante la potente imagen del fallecido cantante. Todos los flashes se quedaban con el rubio nacido en la localidad de Aberdeen.

Casi 26 años después, nueve discos con su banda y varios hits a cuestas, Grohl regresó a esa misma cancha ahora con traje de frontman de la vieja escuela. Como un entretenedor interesado en que el público pase una gran velada, el músico no escatima en recursos. Bromea, improvisa cantos, se emociona, alarga las canciones a su antojo, corre por el escenario, se cambia de la guitarra a la batería. Recogiendo todos los apuntes de generaciones anteriores, que pueden ir desde Cobain a Freddie Mercury, Grohl se erige como un defensor del rock de estadios y porta el estandarte de cómo manejar grandes audiencias a punta de carisma y rock and roll.

El pasado miércoles, el sexteto se presentó en el estadio de Vélez Sarsfield, Buenos Aires, en el marco de la gira de su más reciente título, Concrete and gold (2017), con la estelar apertura de Queens of the Stone Age, quienes también están promocionando su último trabajo, Villains, también de la última temporada. A diferencia de los de Palm Desert, la banda de Grohl no pasó por escenarios santiaguinos, probablemente considerando la alta tarifa solicitada por el ex Nirvana y la mala venta de entradas que tuvo su show en 2015, lo que obligó a cambiar el Estadio Nacional por la Pista Atlética del mismo. Así, Brasil y Argentina fueron los únicos países de Sudamérica donde Grohl y Homme hicieron presentaciones en conjunto.

Pasadas las 21.30, Foo Fighters salta a escena con su líder cargado de energía. "¿Están listos?", pregunta una y otra vez, preparando a la fanaticada para lo que será una jornada de volumen alto. "Run", uno de los cortes del nuevo disco, da la partida. Casi sin tomar aire le siguen "All my life", "Learn to fly", "The Pretender" y "The sky is a neighborhood", recordando que la banda, desde su debut en 1995, ha manejado sin concesiones la fórmula para instalar éxitos radiales.

"Rope", de Wasting Light (2011), muestra la madurez que ha alcanzado el conjunto: luego de hacer un intermedio, hacen una sección de pregunta y respuesta entre Grohl y el baterista Taylor Hawkins, quien fue uno de los más ovacionados junto al guitarrista Pat Smear. Es ahí cuando aparece uno de los primeros cánticos de estadio del público -tan propio de la audiencia trasandina- como si fuera una final de fútbol sudamericano. "Ustedes están locos", dispara el cantante. El show se extiende, quizás demasiado, con una serie de covers, en una suerte de popurrí, como rindiendo un inagotable tributo a sus ídolos. Sin embargo, una mezcla entre el piano de "Imagine" (John Lennon) con la letra y melodía de "Jump" (Van Halen) sorprende por la acertada y original coordinación. El concierto cambia de intensidades recurrentemente. Time "like these" y "Big Me bajan la fuerza", que vuelve con otro éxito, "Best of you".

Tras casi dos horas y media, con la voz de Grohl bordeando el desgarro, la banda se despide con "Everlong". El cantante se deshace ante la fervorosa audiencia y les asegura que volverá. Quizás en esa pasada Chile tenga mejor suerte. Con todo, el ex Nirvana no hace más que recordar que el rock de estadios, en tiempos gobernados por otros géneros, puede seguir tan vivo como siempre. O como lo dicte la venta de entradas.