El impacto del personaje a poco más de dos décadas de su primera aparición es innegable. Incluso quienes nunca hayan incursionado en el mundo de los videojuegos, ni menos en Tomb raider, probablemente han escuchado alguna vez el nombre Lara Croft. La heroína fue una de las primeras mujeres en videojuegos de acción en trascender la cultura pop, en una época en donde prácticamente ninguna forma de entretenimiento apostaba mucho por personajes femeninos en este tipo de historias.

También, sin duda, se hizo conocida por su estatus de símbolo sexual. A pesar de que sus creadores lo niegan, y de lo curioso que puede ser encontrar sexy a un personaje que está diseñado con pixeles, el diseño de Croft estaba evidentemente salido de una fantasía masculina: muchas curvas, con una tenida diminuta que dejaba la mayoría de su piel al descubierto, y armada hasta los dientes. Esa imagen es la que fue adaptada para sus dos incursiones cinematográficas, Lara Croft: Tomb raider (2001) y Tomb raider: La cuna de la vida, ambas con Angelina Jolie, y ambas pobremente criticadas, a pesar de resultados de taquilla aceptables.

Durante años, la imagen de Lara Croft en videojuegos como en la pantalla grande fue objeto de debate. Para algunos, era un bienvenido ejemplo de "mujer fuerte" en una industria que suele tener poca representación femenina; para otros, un dañino cliché, que promulgaba ideas poco realistas sobre el cuerpo de las mujeres.

En 2013, la franquicia hizo caso a la necesidad de reinvención del personaje para tiempos distintos: el videojuego Tomb raider fue relanzado con una visión muy distinta de Croft, haciéndola más real, y con un trasfondo más allá de su físico, con sus mismos creadores asegurando que el reboot era, antes que todo, "feminista". Por primera vez además estaba vestida como si realmente fuera a explorar lugares recónditos y peligrosos llenos de maravillas arqueológicas, en vez de una fiesta de disfraces.

La apuesta fue un éxito de ventas y de críticas, además de la principal inspiración para Tomb raider, reboot de la franquicia cinematográfica, que se estrena mañana en Chile (con funciones de preestreno desde la tarde, antes de su debut oficial del jueves).

Aquí, Croft es interpretada por la ganadora del Oscar Alicia Vikander, cuya versión del personaje es una veinteañera huérfana sin muchos planes en la vida, y que se niega a aceptar la herencia que dejó su padre, un renombrado arqueólogo desaparecido hace siete años. Cuando la joven encuentra una pista del último destino conocido de su progenitor, decide emprender un peligroso viaje a una isla en Asia, en donde un violento grupo paramilitar intenta encontrar un tesoro que podría tener poderes místicos.

La Lara Croft de Vikander no tiene un interés romántico, no coquetea más que cualquier persona joven, y se viste como una persona normal. Es una hábil luchadora, pero no invencible, y utiliza más su inteligencia que armas para salir de problemas -la película está curiosamente carente de más de unas pocas escenas de acción-. La nueva Tomb raider intenta transformar a su protagonista en una mujer real, y los desafíos que debe superar para encontrar su lugar en el mundo. La misma actriz que la interpreta ha asegurado que "las películas anteriores tenían una visión muy distinta a lo que hacía poderosa a una mujer (...), mis pechos no serán tan puntiagudos como los de la Lara original, pero tenía claro cómo la quería interpretar".