Lollapalooza: postales pop rock de un día laboral
"David Byrne se oía impecable, mucho más entero vocalmente que la impresión que deja su último y flamante álbum American utopia, de cuyo repertorio sacó lustre a la versión de "I dance like this", también con un notable desarrollo coreográfico".
A lo lejos se escuchan los acordes serpenteantes, casi lascivos de "Demon cleaner", una oscura canción de Kyuss que Tool solía versionar. Hay que caminar hasta el escenario del Kidzapalooza, queda lejos. Una vez allí, sorpresa. The Alive, el power trio de California que está tocando, son casi unos niños y a la vez unos veteranos, porque dos de sus integrantes fueron parte de The Helmets, la banda del hijo de Robert Trujillo, que ya tocó en este festival. El cantante y guitarrista Bastian Evans tiene 13 años, mientras Kai y Manoa Neukermans, de 13 y 10, se hacen cargo de batería y bajo respectivamente. Siguen con "Into the void", un himno del space rock de los inmortales Black Sabbath. Luego Bastian pregunta si conocemos a Queens of the stone age y que van a presentar un tema propio que resulta ser un pieza stoner de gran factura, para después atacar con una versión de "A song for the dead". Si creías que el rock estaba agonizante, esta bienvenida a Lollapalooza 2018 dice que no.
Un rato antes los mexicanos Zoé se tomaron uno de los escenarios centrales. Aún resulta un verdadero misterio las razones por las que esta banda de Cuernavaca no es un clásico moderno en Chile y en toda Latinoamérica. En su país son ídolos absolutos con una mezcla de rock anglo y latino con trazos de los mejores días de The Cure, Soda Stéreo y Babasónicos. León Larregui, el líder y cantante, anuncia el estreno de varios temas del próximo álbum que debe aparecer en abril, el primero en cinco años. El material inédito tiene el destino de toda canción desconocida para un público en vivo, una mezcla de respeto e indiferencia.
En paralelo, la banda chileno-mexicana Lanza Internacional, liderada por los hermanos Mauricio y Francisco Durán (ex Los Bunkers) junto al baterista Ricardo Nájera (Instituto mexicano del sonido), ataca con una aguerrida versión de "Corazones" de Los Prisioneros. El trío, que sostuvo su show con el disco debut del año pasado, se nota cada vez más seguro en el escenario, cubriendo espacios no solo con el sonido macizo de su pop rock bailable con vetas anglosajonas (algunos bajos punzantes de Mauricio que recuerdan a New Order, entre otros links), sino con la actitud de los músicos. Nájera nunca detiene la energía y el pulso mientras los Durán, conscientes de que la movilidad depende de ellos, paulatinamente desarrollan una puesta en escena que no tiene mucho parentesco con lo que hacían en Los Bunkers. Acá hay más filo y garra, también el hambre de una banda que se está abriendo paso.
El quinteto brasileño Ego kill the talent resulta ser una de las sorpresas del primer día de Lollapalooza 2018, en este primer viernes también en la historia del festival. Es una banda de metal moderno que suena como una patada bien puesta con toda la rudeza del género, pero siempre atentos a intercalar líneas melódicas y un groove que hace más llevaderos sus durísimos riffs. El público fue enganchando paulatinamente hasta que en un momento una porción de los asistentes se dejó llevar por un agitado mosh -una multitud de cuerpos girando como si estuvieran inmersos en una gigantesca centrífuga-, que no es precisamente una de las postales típicas de Lollapalooza en Chile. Más tarde, en ese mismo escenario, el público le demostró su afecto a los alemanes Milky chance, rotulados como indie folk, aunque en rigor se trata de una banda de pop con un tipo de sonido particularmente receptivo en la audiencia femenina. El gentío bailó y disfrutó del número de los europeos.
A las 6 de la tarde con el sol aún furioso, uno de los platos fuertes de todo el cartel de este Lollapalooza 2018: David Byrne. El legendario músico de 65 años, uno de los verdaderos padres del rock alternativo, apareció y de inmediato la sorpresa. Toda la parafernalia propia de un artista en vivo simplemente no existía. El escenario semejaba una gigantesca caja gris donde solo figuraba una mesa y una silla. El ex líder de Talking heads apareció con un traje a tono y ese tipo de micrófono ajustado a la oreja, tan conocido por Peter Gabriel como Chayanne en los 80. Tomó asiento sosteniendo en una mano un cerebro. La escena parecía un montaje teatral. La música resonaba nítida hasta que aguzando la vista era posible distinguir a los músicos guarecidos tras el fondo. Primer apareció un corista varón, luego una mujer haciendo voces. De pronto comenzó a surgir el grupo con instrumentos que les permitían plena movilidad incluyendo las percusiones. Los músicos llevaban todos el mismo traje y los movimientos coreografiados perfectamente, lo que traía de inmediato a la memoria la histórica cinta Stop making sense (1984) de Talking Heads en vivo, dirigida por Jonathan Demme. Byrne se oía impecable, mucho más entero vocalmente que la impresión que deja su último y flamante álbum American utopia, de cuyo repertorio sacó lustre a la versión de "I dance like this", también con un notable desarrollo coreográfico. Para los nostálgicos de su antigua banda hubo una gran versión de "Burning down the house". Aunque el escenario lucía gris, el número de David Byrne fue el más colorido de la tarde, con todos los detalles y timbres que pone en su música para hacerla siempre bailable, vibrante y, sobre todo, singular.
El sol cae y The National regresa al parque O'Higgins. La banda de Cincinnati fue de la partida del evento en Chile en 2011. Son los mismos de aquella vez pero también han cambiado ligeramente. Hay bronces por ejemplo. Los vientos refuerzan ese sentido lúgubre de su propuesta sin concesiones. Digamos que el rock de The National contiene reglas claras. No hay coros ni solos tradicionales, sino la elaboración de ambientes musicales que se desarrollan como remolinos con la voz de Matt Berninger en el centro de ese vórtice, aquel registro fúnebre que parece venir de un lugar muy profundo, un tono que se arrastra, susurra, clama, se contiene, estalla y finalmente emociona. Fue la despedida perfecta del atardecer del último viernes del verano y el primero en la historia de Lollapalooza Chile.
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