Los primerizos en la música de The National descubrirán que sus canciones más escuchadas en Spotify son muy similares: melodías suaves en clave rock-pop fusionadas con la voz grave de Matt Berninger en las letras nostálgicas que se han convertido en su sello.

Pero los estadounidenses no proponen un conjunto de temas llorones, ofrecen una forma de asimilar la pena y el dolor como una realidad que somos capaces de superar solo aceptándola. La banda liderada por Matt Berninger insta a asumir lo que sentimos, a decir lo que se suele contener.

"Nobody else will be there", de su álbum de 2017, fue la elegida para arrancar su presentación de una hora, desde ya marcando la sencillez que entregarían a su público. Pero no todo es calma en los cantos a la tristeza.

The National combinó temas de sus siete álbumes formando una suerte de montaña rusa emocional dentro de un mismo espectro, a ratos acelerando, y en otros retomando el letargo. El mejor reflejo fue el público que reaccionaba en consecuencia, siguiendo el ritmo imitando al baterista o con un suave vaivén de sus cuerpos.

Abundaron las poleras de Pearl Jam entre la multitud, probablemente los menos compenetrados con esta banda que regresó a 8 años de su debut en suelo chileno. Pero poco importó a quienes asistieron a su catarsis musical por medio de canciones que dicen todo aquello que uno siente y se obliga a callar: "Tú duermes de día y de noche/ ¿Cómo lo haces?/ Yo estoy muy despierto/ sintiéndome derrotado", dice Berninger en "Guilty Party".

La mayor complicidad con la audiencia se hizo presente con "I need my girl" de 2013. Desde los primeros versos el público demostró efusividad con este sencillo que reconoce una vida desastrosa y la necesidad del retorno de su amada para aplacar el sufrimiento.

Con 13 canciones, el número de la mala suerte dirán algunos, The National dijo con canciones lo que muchos ahogan de sus frustraciones laborales, relaciones fallidas o simplemente un mal día.

Los de Ohio fueron una pausa en medio del ambiente festivo. Un descanso en un diván transformado en un gran escenario cuyo interlocutor fue un hombre de voz grave y gestos simples que invitaban a desahogarse.