Las pantallas, como en la televisión de antaño, anuncian problemas técnicos. En el escenario Itaú se emiten nuevos horarios cuando el sol aún brilla intensamente. Hacia el atardecer, mientras las nubes cubren parte la cordillera, los horarios se han trastocado por completo. Del descalabro se salva Imagine Dragons. Salen a la hora.

Si es por arrastre, definitivamente es una de las bandas más populares de Lollapalooza. La música de los estadounidenses contiene todos los elementos necesarios para convocar los sentimientos más nobles. Las canciones de Dan Reynolds -un cantante que es sinónimo del grupo tal como Adam Levine lo es de Maroon 5 y Chris Martin de Coldplay-, están imbuidas de una grandilocuencia permanente y el ansia de comunión. Las imágenes de las pantallas gigantes, paisajes cósmicos y llanuras presentadas con pretensión floydiana, encantan al público. La gente corea las canciones de Imagine Dragons, una banda con destino generacional.

Red Hot Chili Peppers tampoco se vio afectado por el horario. Salieron a la hora a redimirse. La cosecha de sus visitas por Santiago cotiza a la baja. O problemas de sonido o un exceso de auto condescendencia. Anoche salieron con todo, desde la jam introductoria que fue in crescendo, hasta empalmar con "Can't stop" y asestar luego un hit como "Dani California", seguido de "Scar Tissue" con un tremendo remate. Una de las nuevas como "Dark necessities" de su último álbum The getaway (2016), mejoró muchísimo en directo. La pérdida de John Frusciante es irreparable -sus segundas voces imposibles de reemplazar, qué decir de la guitarra-, pero después de casi una década de militancia Josh Klinghoffer ha crecido en directo.

Un rato antes, y víctimas de los desbarajustes horarios, Royal Blood partió con dos horas de retraso y en un escenario más pequeño como el Acer. Como sea, el dúo británico fue demoledor. Armados solo del bajo recargado de Mike Kerr y la contundente batería de Ben Thatcher, dieron una clase de stoner rock con sensibilidad pop que en directo supera la calidad de sus discos. El sonido del bajo consigue una espesura tal que funde en un solo registro las texturas de las cuatro cuerdas y una guitarra en frecuencia sabática. Los ingleses son crudos y controlados a la vez. Kerr se las ingenia para marcar solos y alternar riffs rítmicos con notable soltura.

El rapero Anderson .Paak reemplazó un par de horas antes a Royal blood en uno de los escenarios centrales. El californiano fue una sorpresa. Los primeros minutos de su show invocaron a un cultor clásico del hip pidiendo ruido y saltos, cosa que la masa hizo con gusto. Exudó oficio junto a una banda tradicional con bajo, guitarra y teclado. Todo funcionaba para mover al público pero tampoco nada particular más allá de la energía del artista para brincar, correr y rapear con voz estentórea alternando registros, hasta que paulatinamente el músico de 32 años se sentó tras la batería y empezó a explorar el soul y a intercalar feroces redobles y cifras entrecortadas sin perder la voz cantante. Para un músico de hip hop, sorprendente.

Cuando aún los horarios marchaban sin alteraciones en las primeras horas de la tarde, Fernando Milagros ofreció uno de los mejores shows nacionales en lo que va de festival. El artista de Talcahuano editó uno de los discos locales más alabados de 2017 -Milagros-, y ese fue el eje de su número en el Acer stage, junto a una banda donde el acento está en la percusión y los detalles electrónicos. Milagros organiza un recorrido musical anclado en los pulsos y timbres andinos; sin embargo suelta las riendas y las canciones evolucionan -a veces en un mismo tema- por distintas variables de la América morena, hasta desembocar en una expresión netamente latina con ropajes de modernidad.

Inmediatamente después Chancho en piedra se tomó el escenario VTR para subrayar su condición de clásicos. No solo se trata de sus fieles seguidores portando "Juanitos" donde actúe la banda -ese inolvidable juguete marrano de la generación de los 70-, sino de audiencias más jóvenes que también conocen el cancionero del cuarteto.

Ataviados con los característicos trajes de la época de La dieta del lagarto (1997), arrancaron con Hacia el ovusol. Los Chancho podrán tener más panzas, canas y menos pelo pero en vivo siguen siendo una máquina. Lalo Ibeas mantiene su histrionismo y fraseo con enlace a la cultura de los dibujos animados, mientras los hermanos Pablo y Felipe Ilabaca (guitarra y bajo respectivamente) tocan con esa telepatía y soltura propia de quienes llevan la misma sangre.

Arrastraron más gente de la que habitualmente congregan los escenarios principales en las primeras horas de la tarde, provocaron unos mosh tal como sucedió el viernes en el mismo lugar con los brasileños Ego kill talent y, sobre todo, entusiasmaron a una muchedumbre que en su mayoría nació cuando el cuarteto lanzaba su carrera a mediados de los 90, algo que solo los consagrados pueden hacer.