El nombre Black Mirror hace referencia al momento en que apagamos nuestros aparatos electrónicos, cuando nuestro reflejo nos devuelve la mirada desde la superficie negra de la pantalla. La serie inglesa intenta arrojar luces sobre nuestra identidad, las relaciones sociales y cómo estas se reconfiguran (o no) con las tecnologías digitales. En esta serie de columnas preparadas por investigadores de Cultura Social Media, laboratorio de estudios sobre comunicación digital de la UAI, se reflexiona en torno a las preguntas e inquietudes que nos deja esta serie cada vez que apagamos la pantalla.

La premisa es tan simple como chocante. Un terrorista secuestra a una joven miembro de la realeza británica, exigiendo a través de un video que el Primer Ministro inglés tenga relaciones sexuales con un cerdo en una transmisión en vivo vía cadena nacional. El video fue subido directamente a YouTube y en pocas horas se viralizó, transformándose en noticia global.

El poder socialmente adjudicado a los medios masivos -mejor dicho, tradicionales- (televisión, radio, prensa escrita) radica en dos características. La primera, tiene que ver con la capacidad que tienen los medios de administrar y circular información sobre los asuntos públicos. Como consecuencia, y aquí viene su segunda característica, es que pueden transmitir la relevancia de ciertos temas a distintas audiencias. La gente habla de aquello que sale en televisión, en la radio o en el diario. El poder de estos medios masivos es que tienen la facultad de filtrar y reducir la complejidad de los asuntos públicos a una noticia que todos consideramos como relevante. Con la masificación de plataformas digitales como Facebook, YouTube o Twitter, las audiencias pasan a tener la capacidad de crear, circular y validar información sobre asuntos privados que pueden ser públicos, y viceversa. Como consecuencia, esta información también pasa a ser parte del contenido de los medios masivos.

Así conviven los viejos medios con los "nuevos". La comunicación se emancipa de unos pocos nodos y se vuelve multifocal: cada persona con un dispositivo a mano puede transmitir información de forma más o menos horizontal. De igual forma puede consumirla. Al mismo tiempo, los medios tradicionales transforman su formato con el fin de adaptarse a estas nuevas audiencias y un programa de radio es transmitido por streaming como si fuera un noticiero televisivo y la interacción con las audiencias es dinámica y muchas veces incontrolable.

En el primer episodio de la primera temporada de la Black Mirror, "The National Anthem" ("El Himno Nacional"), el gobierno y la prensa tradicional intentan contener y administrar una noticia llena de detalles morbosos, mientras las audiencias no paran de reproducir el video en YouTube con la petición del terrorista. Al mismo tiempo, los medios masivos no tienen más opción que subirse al carro de la información 24/7, intentando capitalizar el interés de las audiencias por seguir los hechos minuto a minuto. Como resultado, la comunicación toma su propio ritmo y los flujos de información no son controlados por los medios masivos ni el gobierno. Se entrelazan con los likes, reproducciones, y retuits de las audiencias que se informan en los medios sociales online.

El terrorista entiende la naturaleza descentralizada del modo en que fluye la comunicación en nuestros tiempos y la utiliza contra el Estado y los medios masivos. Sólo al final del capítulo se da a entender que el victimario no busca poner de cabeza a estos poderes, sino dejar en evidencia su impotencia. Así como él puede llegar a millones con el mensaje indicado, cualquiera puede. Es cuestión de estimular un reality de la mano de millones de audiencias que manejan los formatos y códigos de la comunicación digital. Contenidos emocionales, extremos, que refuerzan posiciones políticas y valóricas, además de cercanos a nuestra realidad cotidiana.