Productores, escenógrafos, montajistas, maquilladores, vestuaristas y actores. Son muchas las personas que participan en cada una de las fotografías del chileno Mauricio Toro-Goya (1970). "Es muy parecido a cómo se hacía el tableau vivant a comienzos del siglo XIX", explica. "Una especie de pintura viva, donde las personas actuaban con cierto vestuario y una escenificación que incluía un telón de fondo, asimilando un paisaje. Cuando estaba todo dispuesto, se hacía el registro fotográfico", cuenta a propósito de su última serie fotográfica en la que participaron cerca de 400 personas.

No es lo único particular en la obra de Toro-Goya, quien lleva más de 10 años trabajando la técnica del ambrotipo: un antiguo procedimiento fotográfico que data del siglo XIX, consistente en el registro de imágenes sobre una placa de vidrio que se sensibiliza con nitrato de plata y debe quedar húmeda entre la toma y el revelado.

El artista llegó a la técnica buscando una forma de suplir las antiguas películas en blanco y negro. Quería dejar atrás las fotografías digitales que solía tomar cuando trabajaba como fotorreportero del diario El Día de La Serena, del que se retiró en 2005. "Empecé a investigar un proceso fotográfico que pudiera resolver dos cosas importantes para mí: primero, el sentido estético de la imagen, y segundo, que me diera independencia frente al mercado de la industria fotográfica", cuenta Toro-Goya, quien profundizó la técnica en México de la mano del artista Waldemaro Concha y hoy es uno de los pioneros en el rescate de este procedimiento en Chile.

Lo humano y lo divino

Caprichos, imágenes rebeldes fue el nombre de la última muestra realizada por el artista en el país en 2016. Entonces presentaba en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) una serie fotográfica que criticaba los sistemas de control político, social y cultural, y que hacía especial hincapié en la religión. Recreaba, por ejemplo, a modo de estampas religiosas las iconografías de las vírgenes latinoamericanas, o hacía una analogía con el Vía Crucis de Jesús para retratar el destino de 14 detenidos desaparecidos en dictadura.

"Ahora ya no me fijo tanto en lo divino", acota el fotógrafo. "Sino que más bien en la cuestión de la conducta humana, con un enfoque más sociológico, fijándome en particular en la relación de los chilenos con los inmigrantes y también en las clases excluidas en el sistema económico o marginados por diferentes acciones políticas. Me centro en estos grupos para criticar a la sociedad chilena, que además es un espejo de la norteamericana", explica sobre Impius, el fotolibro que bajo la editorial peruana KWY, presentará este viernes a las 19 horas en el Espacio O (Villavicencio 395) de barrio Lastarria.

Las imágenes que integran la publicación fueron registradas en Santiago -en lugares como el MNBA- y Valparaíso -en la ex cárcel de la ciudad y en el Cementerio de Disidentes-, y le tomó casi tres años de trabajo, y en ella participaron alrededor de 400 personas que dan forma a representaciones de los siete pecados capitales, además de las llamadas cuatro postrimerías de la humanidad: cielo, tierra, infierno y purgatorio.

"La fotografía de la avaricia, por ejemplo, es una caracterización del actual Presidente, protegido por un guardaespaldas. Al lado hay una monja y un globo terráqueo que se está incendiando. Está situado en un espacio infernal y lleva implícito esta idea del poder a toda costa", explica sobre la edición que fue financiada por Fondart.

- ¿Cómo se diferencia este trabajo de los anteriores?

- De lo que siempre hablo es de política, de Latinoamérica, de desarrollo sociocultural, político y de la religión; son temas fundamentales en mi trabajo. Todas estas cuestiones las veo como una crisis del modelo. Antes lo había criticado, ahora critico cómo nosotros mismos lo hemos asimilado y lo replicamos en nuestro cotidiano.