El escritor viajero terminó postrado. El mismo que antes de cumplir 30 años, y tras estudiar Derecho, ingresó a la diplomacia mexicana con el pretexto de recorrer el mundo. Pero los últimos meses Sergio Pitol los pasó en cama, en su casa de Xalapa, en el Estado de Veracruz, donde ayer en la mañana murió, a los 85 años, debido a las complicaciones de una afasia progresiva.
Figura central de la literatura mexicana, a los 15 años Pitol había leído las obras cumbres de León Tolstói, Julio Verne y Charles Dickens. En la infancia, enfermo de paludismo, recluido en el hogar de los abuelos, los libros fueron su compañía.
"Un niño huérfano a los cuatro años, una casa grande en un pueblo de menos de tres mil habitantes. Un nombre, tan distante a la elegancia: Potrero", recordó Pitol, de sus primeros años, en los alrededores de Puebla, en su discurso de entrega del Premio Cervantes 2005. "A los dieciséis o diecisiete años estaba familiarizado con Proust, Faulkner, Mann, la Wolf, Kafka, Neruda, Borges, los clásicos españoles", agregó el autor de Domar a la divina garza, quien vivió en París, Varsovia, Moscú, Roma, Pekín y Barcelona.
Formado en el cuento, sus primeros libros en el género fueron Tiempo cercado (1959) e Infierno de todos (1971). El año 2000 editorial Lom publicó en Chile los relatos reunidos en Todo está en todas las cosas. Sin embargo, fue con su obra narrativa asociada a los viajes y la memoria con la que brilló y ganó admiradores.
"Leyéndole, se tiene la impresión -que me ha perseguido siempre porque a fin de cuentas es mi maestro y lo es por motivos muy altos- de estar ante el mejor escritor en lengua española de nuestro tiempo", señaló el autor español Enrique Vila-Matas.
"Maestro generoso, traductor impecable, autor de al menos dos obras perfectas: El desfile del amor y El arte de la fuga. Su humor, su lucidez y su serena rebeldía nos harán falta", escribió ayer el narrador mexicano Jorge Volpi en Twitter.
"Pitol era en el más sabio sentido de la palabra, un sabio", apuntó en la red social el autor chileno Rafael Gumucio.
Memoria y amistad
Antes de los 30 años partió de México en un barco alemán, que salió de Veracruz. "Mis primeros viajes fueron mentales. Con Julio Verne conocí lugares inimaginables, y también la literatura que me daba a leer mi abuela (como Tolstói, Dickens, Balzac y Stevenson) me hacía viajar por zonas recónditas del mundo", señaló Pitol a La Tercera, en 2011, entrevistado por su libro Una autobiografía soterrada. "Luego, a los 13 años, salí de la enfermedad tropical, pero no de mi afición a la lectura. Poco después empezaron los viajes 'de verdad', los que duraron casi 30 años fuera del país. La primera vez estuve en Italia, donde fui a buscar mis raíces", añadió, quien también obtuvo el Premio Herralde (1984) y Juan Rulfo (1999).
Contemporáneo y amigo de los autores mexicanos Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y Elena Poniatowska, Pitol decía que su aprendizaje estuvo en la escritura de cuentos, bajo la órbita de Borges y Chéjov. Luego de publicar ocho títulos de relatos, en los 90 comenzó a desarrollar una obra memorialística. Ahí nacieron libros como El arte de la fuga (1996), El viaje (2000) y El mago de Viena (2005). Ejemplares que editorial Anagrama reunió en un solo volumen, Trilogía de la memoria. Mientras que en cinco tomos se encuentra la mayoría de su trabajo editado por el Fondo de Cultura Económica.
Su labor de traductor fue ampliamente celebrada. Vertió al español obras del inglés, polaco, ruso e italiano de autores como Henry James, Joseph Conrad, Robert Graves, Jane Austen, Witold Gombrowicz, Vladimir Nabokov, Giorgio Bassani, entre otros.
Consultado, en 2011, sobre qué libros que no había traducido le gustaría traducir, respondió: "Al faro, de Virginia Woolf, Las almas muertas, de Nikolái Gógol y Las tres hermanas, de Chéjov".