Porque hasta la sala CorpArtes y el Teatro del Lago aterrizó la Camerata de Salzburgo para desplegar su gran dimensión artística en memorables funciones que terminaron siendo de lujo total al sumar en la ciudad sureña un gran plus, la presencia de la mezzo argentina Bernarda Fink.

Como parte de su gira latinoamericana, el grupo austríaco llegó a Chile con diferentes programas que permitieron apreciar su versatilidad para abordar repertorios, su excelencia instrumental, las exquisitas cuerdas y vientos, su rigor en las lecturas estilísticas, el sonido rico en matices y el diálogo verdadero y sincero entre filas.

Bondades que en CorpArtes se vivieron tanto en Borodin con su Nocturno del Cuarteto para cuerdas Nº 2 en Re Mayor, ejecutado con sentimiento y plausibles efectos de contraste, y en la Suite Pulcinella de Stravinsky por la que deambularon con impecable nitidez por nuevos timbres y resoluciones clásicas, por enérgicas y picarescas sonoridades, con asombrosos solos instrumentales (soberbios los vientos). Pero también, no podía ser de otra manera, por dos obras de Mozart: el Concierto para clarinete en La Mayor K. 622, con un impecable solista, Wolfgang Klinser (que forma parte de la misma Camerata), de dedos ágiles, con el que hubo total comunicación y, como debe ser, sin mayores alardes virtuosos (en su encore trajo un íntimo Los pinos del Gianicolo, tercer movimiento de Los pinos de Roma, de Respighi), y la Sinfonía Nº 35 en Re Mayor K. 385 Haffner, que llevó a cabo con vigor, claros contrapuntos, solemnidad y belleza.

Con otra atmósfera, esa que sólo pueden darse en lugares como Frutillar, la magnificencia del grupo se hizo nuevamente sentir, ya sea en Fratres, en su versión para orquesta de cuerdas y percusión, de Arvo Pärt, que caló hondo por su divino encanto, por su austera expresividad y la belleza de sus silencios, o por la jovial Sinfonía Nº 3 en Re Mayor de Schubert, plena de fuerza, refinamiento, efervescencia y gracia.

Pero si la Camerata entregó excelencia, la presencia de Bernarda Fink enalteció aún más lo que ya era una sublime presentación. Y es que ella desplegó todas esas virtudes que la han convertido en una autoridad en el repertorio de música antigua, en el Barroco y en el lieder. Con un canto de buen gusto y elegante, decidor, cálido y sensible, abordó las Diez canciones bíblicas Op. 99 de Dvorak (basadas en salmos de la Biblia de Kralice), de pasmante belleza, con lacerante y natural expresividad, reflejando el recóndito recogimiento, la añoranza de la tierra y la serenidad espiritual con acentos dramáticos a la vez que melancólicos o de regocijo. Calma y refinamiento, acompañados de una apaciguadora melodía en las cuerdas, que la cantante revivió en el aria Schlummert ein, ihr matten Augen de la Cantata BWV 82 Ich habe genug, de J.S. Bach.

Una voz privilegiada que dejó gusto a poco, porque se hubiese querido más todavía. Pero, indudablemente, ella y la Camerata de Salzburgo -en sus dos conciertos- dejaron la vara alta para lo que sigue del año.