En su historia se cruzan literatura y política. Cuando abrazó la revolución sandinista y fue Vicepresidente de Nicaragua (1985-1990), Sergio Ramírez postergó sus proyectos literarios por los sueños políticos. Una vez fuera del gobierno, retomó su obra creativa pero sin despegar la vista de las calles de su país. "Cerrar los ojos, apagar la luz, bajar la cortina, es traicionar el oficio", dijo ayer en el discurso de aceptación del Premio Cervantes de Literatura, en el paraninfo de la Universidad Alcalá de Henares.
Nacido en Masatepe en 1942 y autor de una treintena de libros de ficción y ensayo, Ramírez es el primer nicaragüense distinguido con el premio más importante de la literatura en español. Enemigo político de Daniel Ortega desde mediados de los 90, el autor dedicó su galardón a "los nicaragüenses que en los últimos días han sido asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia, y a los miles de jóvenes que siguen luchando, sin más armas que sus ideales, porque Nicaragua vuelva a ser República", dijo tras recibir el premio de manos del rey Felipe VI, en una ceremonia a la que también asistió el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy
"Escribo entre cuatro paredes, pero con las ventanas abiertas, porque como novelista no puedo ignorar la anormalidad constante de las ocurrencias de la realidad en que vivo, tan desconcertantes y tornadizas, y no pocas veces tan trágicas pero siempre seductoras", dijo el autor de Margarita, está linda la mar, quien llevaba un lazo negro en la solapa.
En una presentación en la que recordó a Rubén Darío, Pablo Neruda y Cervantes, así como a los autores del boom latinoamericano, Ramírez dijo que el escritor no puede ignorar la realidad "que tanto nos abruma": "Caudillos enlutados antes, caudillos como magos de feria hoy, disfrazados de libertadores, que ofrecen remedio para todos los males. Y los caudillos del narcotráfico vestidos como reyes de baraja". Tampoco el "exilio permanente de miles de centroamericanos hacia la frontera de Estados Unidos" y "el tren de la muerte que atraviesa México con su eterno silbido de Bestia herida".
"Todo irá a desembocar tarde o temprano en el relato, todo entrará sin remedio en las aguas de la novela", afirmó. "Nuestro oficio es levantar piedras, decía Saramago; si debajo lo que hallamos son monstruos, no es nuestra culpa", agregó.