Su esposo es un astrónomo que se la pasa en el observatorio del Cerro Tololo, obsesionado con encontrar un exoplaneta que le dé a la especie humana una segunda oportunidad para ser feliz. Y ella, Alessandra, una mujer al borde de la insatisfacción total, le sigue los pasos: como en Alicia en el país de las maravillas, en que los misterios de la física cuántica y la ficción abrían umbrales invisibles y dimensiones paralelas, ambos desaparecen del Santiago actual para dar un salto hasta la Venecia de los 40. Rodeada de los estragos de la Segunda Guerra, de aristócratas y uniformados, Alessandra rescatará a Jazmín, la única iguana sobreviviente en un país donde se le solía considerar un animal sagrado.
"El siglo XX tuvo grandes hitos en que el objetivo de la humanidad era el por qué morir: morían por su patria, la guerra, su religión y la ideología, fuesen fascistas o comunistas. Hoy en día esas tragedias, en distancia, nos parecen una comedia en la que el espíritu de época es por qué vivir, desatando la risa", comenta el dramaturgo y director Ramón Griffero (1954) en su oficina en la sala Antonio Varas y sede del Teatro Nacional Chileno, cuya dirección asumió hace 12 meses.
Sobre ese escenario y tras cuatro años -luego de estrenar Prometeo, el origen (2014) y reponer 99 La Morgue (2016)-, Griffero y su compañía Fin de Siglo vuelven a las tablas el 12 de mayo con La iguana de Alessandra, su primera comedia. Tardó dos años en escribirla y lo hizo, dice, pensando en Paulina Urrutia, con quien ha trabajado en varias de sus obras y quien además protagoniza esta nueva ficción histórica, junto a Pablo Schwarz, Omar Morán, Taira Court, April Gregory, Felipe Zepeda, Alejandra Oviedo, Juan Pablo Peragallo, Italo Spotorno y Gonzalo Bertrán.
Entre canciones y coreografías, las escalinatas que se apoderan del escenario sostienen la acción de Alessandra, quien pasa de la Italia fascista a la España de Franco de los años 30, donde conocerá al poeta Federico García Lorca para luego internarse en Las meninas de Velázquez. Después, convertida en una enfermera, es capturada por el ejército islámico en Siria y, al huir del presente, llega hasta la Revolución Cultural china de los 60. Finalmente recala otra vez en Chile, en medio de la agitación del Frente Popular que condujo a Pedro Aguirre Cerda a la presidencia en 1938.
"Estos hitos ayudaron a construir una identidad político cultural que es sumamente occidental, pero vivimos en una época en que las verdades absolutas fueron desechas, propiciando el escenario perfecto para una comedia", dice el autor. "En Chile, el género aquí fue absorbido por la farándula, reduciéndola casi al nivel de sketch televisivo de Sábado Gigante, cuando la bella y gran comedia que viene del teatro es la que precisamente está construida con múltiples formas para provocar la risa, que es una emoción que devela y puede conmover con igual o mayor profundidad que el dolor", agrega.
Primer año
En la entrada del teatro Antonio Varas, junto a la boletería, se luce la primera marquesina en su historia. Fue uno de los arreglos, junto a la restauración de camarines y la compra de nuevos equipos de sonido, a los que Griffero echó mano hace ya algunos meses, tras asumir la dirección del espacio dependiente de la Facultad de Artes de la U. de Chile.
¿Cómo ha sido su primer año a cargo del teatro?
Un año es poco tiempo para hacer balances, pero desde que asumí se abrió a compañías que no habían estado aquí y a más de 12 montajes, además de conversatorios, talleres y otras instancias, como estrenos ya no solo para gente del teatro sino que gestionados con municipios que invitan a sus vecinos y estudiantes, como hicimos con Independencia. Hoy además tiene presencia en redes sociales, que antes era impensable, y obviamente el público con respecto a los años anteriores aumentó en un 200% y casi un 300% en algunas obras, como con Liceo de Niñas de Nona Fernández, que siempre estuvo llena.
¿Qué desafíos tiene a futuro?
Aquí se generó un plan de revitalización del teatro desde la rectoría de la U. de Chile y apoyado por el decanato. Se entregaron fondos para arreglos de infraestructura, campañas de difusión y para que vuelva a producir sus propias obras, y en agosto estrenaremos El presidente de Thomas Bernhard, dirigida por Omar Morán. También para recuperar la sastrería que conserva 60 años de vestuario del teatro chileno (en calle Fanor Velasco), y la universidad acaba de recibir en comodato el sitio que está junto al Museo Violeta Parra y que fue pensado para otro de Mercedes Soza, en Vicuña Mackenna. Entiendo que igual habrá una pequeña sala de exposiciones que dependa de Argentina, pero en un plazo de 5 años se debería levantar algo similar a un centro de creación para artes escénicas que potencie el barrio. Mi anhelo es que esa sea otra sede, quizás una nueva, para el Teatro Nacional Chileno, pero lo fundamental es que esto ya empezó a navegar nuevamente.