La crisis de la guitarra: es que no me tienes paciencia

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Era cosa de tiempo que la falta de héroes de las seis cuerdas pasara la cuenta. Y así quizás llegará el día en que un intérprete de la guitarra eléctrica será como ahora resulta observar a un venerable anciano tocando tangos y cuecas en un acordeón.


I.

Cuestionario exprés: ¿Cómo se llaman los guitarristas de Coldplay, Imagine Dragons y The Killers? ¿Cuál es el último capo de las seis cuerdas que te erizó la piel? ¿Cuál es el último himno guitarrero que puedes recordar?

Me atrevo con la última: "Seven nation army", de The White Stripes, un éxito del ya lejano 2003.

Más pasa el tiempo y más cuesta recordar héroes de la guitarra, mientras la legendaria factoría Gibson se va a la quiebra definitivamente y las finanzas de su eterno rival Fender no lucen mejor, como tampoco los números de Paul Reed Smith, la firma que arrasó en los 90. La crisis no solo afecta a firmas estadounidenses especializadas en modelos eléctricos. En España Manuel Rodríguez, renombrado fabricante de instrumentos acústicos, ha registrado una baja en su facturación de más del 75%. En el caso de la marca favorita de Jimmy Page, los ingresos disminuyeron de $ 2.1 billones de dólares en 2016 a $1.7 billones el año pasado. Aunque las ventas de guitarras eléctricas van en picada en EE.UU. —en la última década de 1.5 millones de unidades a 1 millón según un demoledor reportaje de The Washington Post en junio último—, los problemas de Gibson provienen del intento por diversificarse en otras áreas, incluyendo la compra de la división de audio de Philips.

Hasta el año pasado el CEO y dueño del 36% de la compañía, Henry Juszkiewicz, declaraba que el negocio era más que guitarras. "No importa si se trata de hacer música con instrumentos o escuchar música con un reproductor. Para mí, somos una compañía de música. Eso es lo que quiero ser. Y quiero ser el número uno". Henry se la jugó pero estiró la cuerda equivocada. Resultado: la bancarrota declarada esta semana.

II.

Siempre hay muchas razones para una crisis y en este remezón de una marca icónica en la cultura pop musical desde mediados del siglo pasado, se conjugan paradojas. Uno: nunca antes en la historia de Estados Unidos han existido tantas empresas de distintas envergaduras dedicadas a la confección de guitarras. Dos: se venden más guitarras acústicas que eléctricas. Gracias Taylor Swift. Gracias Ed Sheeran. Tres: Guitar center, la mayor tienda del rubro en EE.UU., fue rebajada a la peor categoría para optar a créditos por una deuda de $1.6 billones de dólares.

III.

Esto es como en los deportes. En la medida que existan ídolos, las marcas de los implementos que utilicen tienen exposición asegurada y sus productos se convierten en objetos de deseo. Todas esas historias de héroes como Pete Townshend de The Who robando guitarras de las tiendas especializadas de Denmark street en Londres para reponer las que hacía trizas, quedarán como fábulas de otros tiempos cuando los chicos estaban dispuestos a pasar meses y años ejercitándose en el instrumento, con el sueño de convertirse en dioses con el poder del trueno entre las piernas. Hoy, cuando los niños se hipnotizan frente a una pantalla de celular mirando videos de otros niños que juegan videos, no supone diversión garantizada aplicarse horas sacando acordes con los dedos acalambrados. Requiere paciencia y en esta era la recompensa debe ser inmediata.

Cuesta imaginar adolescentes corriendo a comprar una guitarra al supermercado porque les raya Josh Klinghoffer, el anodino guitarrista de Red Hot Chili Peppers. A cambio, prendes la radio y sintonizando cualquier estación juvenil dedicada a la música urbana, es fácil darse cuenta cómo las guitarras han cedido territorio. En producción y arreglos hoy la llevan la percusión, las máquinas, los teclados y procesadores de la voz como el auto-tune, transversales desde el reggaetón de Maluma hasta el indie pop de Javiera Mena.

IV.

La connotación sexual, incluso fálica y agresiva de la guitarra eléctrica, parece fuera de lugar en estos días. La figura del guitarrista con una muralla de amplificadores detrás —absolutamente innecesarios desde hace décadas en los sistemas modernos de sonido—, se convierte en una imagen en sepia. La relación carnal de Jimi Hendrix con su Fender, el embrujo de Jimmy Page con la Les Paul, la cara llena de risa de Eddie Van Halen mientras le bajaba la cortina a los colegas de los 70, y Slash componiendo los últimos solos que la masa puede tararear, son postales de una época que se queda atrás.

Era cosa de tiempo que la falta de héroes de las seis cuerdas pasara la cuenta. Y así quizás llegará el día en que un intérprete de la guitarra eléctrica será como ahora resulta observar a un venerable anciano tocando tangos y cuecas en un acordeón, músicas de otros días con distintos arsenales instrumentales que requerían talentos y destrezas que exigen una paciencia a la que hoy pocos están dispuestos.

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