Zama es una película como no se había visto y como no se volverá a ver, ni siquiera en la filmografía de la argentina Lucrecia Martel. Más o menos lo mismo pasó con sus tres largos previos (La ciénaga, La niña santa y La mujer sin cabeza), que ajenos a modas, ondas y tendencias del Tercer Mundo o de cualquier otro, se cuelan por los intersticios de la realidad para descubrir y hacernos descubrir.
Adaptación de la novela homónima de su compatriota Antonio di Benedetto (un favorito de Bolaño y de Borges, entre otros), el filme es el primero de los suyos que se estrena comercialmente en Chile y lo hace 10 años después de que La mujer… fuese su última aparición, vía Sanfic. En cuanto a Martel, es su primera cinta de época, la primera que rueda en digital y la primera cuya acción se sitúa fuera de Salta, su provincia.
Diego de Zama (Daniel Giménez Cacho) es un funcionario criollo de la Corona española, a fines del siglo XVIII. Estacionado en Paraguay, con esposa e hijos en Argentina que no ve hace ya buen tiempo, espera una carta del Rey que le anuncie que cambiará su destinación por una mejor. Lleva años esperando y cuidándose de no cometer errores que frustren un reenvío a Buenos Aires o Madrid, y un alza de su salario, también prometida hace largo. En medio, lidia con las huellas de un bandido peligroso y con las expectativas amatorias que ha puesto en una dama inquietante de origen español (Lola Dueñas).
El sello del filme, lo "marteliano" de la propuesta, pasa por ese acercamiento a la experiencia como quien visita un país desconocido. Por abrir el filón del absurdo cotidiano ahí donde acostumbramos encontrarnos la idea recibida o la frase sentenciosa. Por abrir las puertas del deseo o por hacer patentes las pugnas entre clases, géneros y etnias.
Sin imágenes de velas encendidas ni rastro alguno de presencia católica, he acá una tentativa de "ciencia ficción histórica", como la ha llamado su directora. Una propuesta que se inventa Latinoamérica como un continente difuso e indefinido, donde el gesto inopinado, el detalle revelador, la extrañeza de los cuerpos y las distorsiones sonoras son tan historia como la historia que cuenta esta cinta extraordinaria, obra de uno de los grandes nombres del cine contemporáneo. Una película donde parece concretarse la vieja ambición de fundir forma y contenido al punto de hacerlos indistinguibles.