Tom Wolfe era un misionero de lo nuevo. Entraba a zonas donde ya había miles reporteando, pensando y escribiendo, y él salía de ahí mismo feliz con su novedad genial. Algo que el resto no veía, o, más bien, no había sabido mirar. Los puristas de la literatura conservadora lo odiaban, los funcionarios de la academia de las letras le tenían desconfianza, sus colegas se convertían en piñatas rellenas de envidia.

Era para detestar. Mostraba cosas por primera vez, le importaba entretener a los lectores, vendía muchos libros y, para peor de sus enemigos, escribía en primera persona. En La hoguera de las vanidades se dio el lujo de reírse de todos y, de paso, hacer la novela definitiva sobre Nueva York. Todo un hombre es, en realidad, una serie documental diez años antes de las series documentales. Sus textos periodísticos podían ser una clase sobre astronautas, boxeo o los progres chic. Sus novelas, al estilo de un Dickens del Central Park, quedarán como las mejores crónicas de un tiempo ido.

Por eso, también era para defender. Miles estudiaron periodismo por él. Fue ídolo de las salas de redacción, cuando estas no eran lo que son hoy. Te enseñaba que si realmente quieres escribir de miserias, no seas obvio: no vayas a los barrios pobres ni entrevistes a mendigos. Escribe, mejor, de las miserias humanas.

Con su muerte, se va el padre del Nuevo Periodismo. Pero, también, alguien que hizo cosas nuevas con el estilo narrativo. The New York Times lo calificó ayer como un "innovador", lo que rescata y realza esa palabra hoy en día secuestrada por programadores, emprendedores y startups. Tom fue un gurú de la innovación.

No podría terminar estas palabras, sin pasarme a la primera persona. Yo lo vi el 2008. Fue en la Feria del Libro de Buenos Aires, hace justo 10 años. El vestido con traje blanco, como un Papa futurista, saludando y firmando libros a una fila infinita de fans.

A fines del 2017, viviendo en Nueva York, me encontré de casualidad con Gay Talese en el cine. Hablamos, hicimos unas fotos y caí en cuenta que estaba viviendo a pocas cuadras de Talese, de Joan Didion y de Tom Wolfe. Tres piezas claves de ese nuevo periodismo estadounidense que hizo escuela mundial. Entonces, me conseguí la dirección exacta y el teléfono de Didion y Wolfe, aunque al final no llamé a ninguno.

Lo más cerca fue un día de invierno, que pasé por afuera de su edificio. La casa del dandy del periodismo estaba en el penthouse. Quizás debí tocar el timbre, para decirle lo que ahora publico en el diario.

Gracias, querido Tom. Hiciste muchas cosas nuevas, que otros envejecieron.